A Hermann Bellinghausen
Cuando un helicóptero desciende, al aproximarse a la superficie de aterrizaje con sus rotores levanta una gran polvareda que no tarda en disiparse. Así ocurre en la realidad; sin embargo, el helicóptero que aterrizó en el pequeño poblado de La Realidad, Chiapas, el pasado día 13, levantó tal revuelo que su dispersión, lenta e impredecible, va dejando al descubierto razones y personajes que estuvieron detrás de esto que parece más bien un puesta en escena con siniestros propósitos, torpes estrategias políticas y ejecutantes de bajo perfil ético y profesional que envilecen el alto oficio de comunicar.
El helicóptero que transportó a la intrépida aprendiz de reportera Lolita de la Vega y su equipo acompañante, es un Bell 230, matrícula XASJT, rentado por el gobierno de Chiapas desde hace cerca de un año por la cantidad de 730 mil pesos mensuales, más gastos de operación, personal y combustible, a la compañía SACSA -empresa que, es secreto a voces en círculos gubernamentales de aquel estado, pertenece en sociedad a Emilio Gamboa Patrón y Carlos Hank Rohn-. La autorización de despegue de la aeronave fue otorgada en nombre del gobernador Roberto Albores por su secretario técnico, Armando Pacheco, y la bitácora de vuelo aprobada por el jefe de Transporte del gobierno estatal, Román Didier Castillejos. El destino, La Realidad.
La flota aérea del gobierno de Chiapas es verdaderamente impresionante. Además del Bell 230 rentado, dispone de dos grandes helicópteros Bell 412, matrículas XCTUX y XCTGZ, recientemente adquiridos por el destituido gobernador Julio César Ruiz Ferro, por cada uno de los cuales se pagó 5 millones y medio de dólares; hay también uno más pequeño, el Twin Star matrícula XCYAJ, y dos aviones Lear Jet ejecutivos, dos bimotores Islander y dos Cessna 185. Ningún otro gobierno estatal dispone de una flota así. Esto no tendría nada de particular en un territorio con una geografía tan accidentada como la de ese estado del sureste de la República, si no fuera por el uso que se les da.
Pero retomando el caso de la expedición de Lolita de la Vega, los orígenes de su volátil aventura muestran de cuerpo entero dos cosas: por un lado, el ejercicio de un periodismo por encargo, pleno de calumnias y distorsiones que ya no tiene cabida en una sociedad que ha aprendido a distinguir a sus promotores.
Ella, que resulta tan enigmática al amparo de la figura de su notable esposo, distinguido por sus dotes de charro jurásico que ha sumido en la miseria a los trabajadores de la industria de la radio y la televisión, nunca volverá a ser la misma por más que manipule a la opinión pública para salvar su imagen.
En el otro extremo, hemos sido testigos una vez más del uso que Salinas Pliego da a una cadena televisora que formaba parte del patrimonio nacional, saqueada por el salinismo en medio del más turbio proceso de desincorporación y puesta en manos de quienes nunca tuvieron, a la luz pública, el menor mérito para depositar en ellos una poderosa herramienta de comunicación social, más allá de cuantiosos recursos económicos de los que mucho se ha dicho y que configuran sospechas de ilegítima procedencia.
Bueno sería que en el contexto de una Cámara de Diputados renovada, como la actual 57 Legislatura, se revisara ese casi clandestino proceso de desincorporación de la televisora del Ajusco, que con sus Hechos de cada noche ofende la inteligencia de los televidentes. Después de todo, eso puede ser un efecto positivo de la incursión aérea de Lolita y la polvareda levantada por su helicóptero en La Realidad.