Porque el poder no quiere en Chiapas ojos que vean ni bocas que cuenten lo que sucede de una manera que no sea la suya porque ha sido incapaz de articular una versión creíble de lo que allí sucede; porque quiere las manos libres para frenar la celebración de la dignidad. Por todo eso y muchas otras razones más es que ha decidido, en un mismo lance, organizar una campaña xenófoba y tratar de desacreditar la labor informativa de Hermann Bellinghausen.
Hermann llegó a Chiapas como enviado de La Jornada poco después del primero de enero de 1994. Su presencia allí formaba parte de un amplio despliegue informativo en la región impulsado por ese periódico desde el inicio del conflicto --y aun desde antes--, y sostenido contra viento y marea desde ese entonces. Su labor es parte de una iniciativa periodística en la que participan también fotógrafos, corresponsales, articulistas y enviados especiales, que le ha valido al diario la acusación de ser el ``Ocosingo News'', pero que, simultáneamente, le ha permitido convertirse en la referencia informativa más relevante sobre el tema y estar en el centro del debate nacional.
Bellinghausen llegó a Chiapas cargando dos credenciales y herramientas: su oficio como periodista, en lo general, y como cronista, en lo particular, y su trabajo como director de la principal revista del mundo indio en el país, Ojarasca. Del cruce entre ambas obtuvo el capital inicial para realizar una labor que le valió en el primer año de trabajo obtener el Premio Nacional de Periodismo (que rechazó). Primero en México Indígena y luego en Ojarasca, Hermann tuvo contacto profundo con la realidad indígena nacional, con sus dirigentes e intelectuales, con sus problemas y sus propuestas, con sus sensibilidades y sus sueños. Su reportaje sobre Tlahuitoltepec Mixe --realizado para el primer número de Ojarasca-- es, de manera simultánea, resultado del periodismo y la literatura. Quien se asome a las páginas de estas revistas encontrará en ellas tanto las claves del conflicto chiapaneco como la agenda y los modos del movimiento indio.
Pero este capital inicial fue, apenas, el punto de partida para guiar su trabajo periodístico en la entidad. Mientras que la mayoría de los reporteros se lanzan a dar cuenta de los enfrentamientos armados o a tratar de entrevistar a los principales actores, Bellinghausen, sin prisas, se queda en lo que parece ser la periferia del conflicto y desde allí, en una ruta que asemeja a la de un caracol, se va internando hasta el corazón de la rebelión: las comunidades indígenas. Sus primeras crónicas chiapanecas narran lo que sucede en San Cristóbal y municipios aledaños, describen la atmósfera que se respira en lo que sólo en apariencia es la periferia del campo de batalla, dan la voz a traductores culturales del mundo indio. Y desde allí Hermann va atravesando, casi sin que sus lectores nos demos cuenta, los distintos niveles que median entre las fronteras de lo ladino y las profundidades de la vida comunitaria.
En el camino, Bellinghausen se va ganando la confianza de la gente. Sabe preguntarle porque sabe escucharla. Le sabe el modo. No vive en La Realidad, pero va allí con frecuencia, como visita muchos otros poblados. En lugar de contar lo que hacen y dicen los personajes importantes, da la palabra a los hombres, mujeres y niños (esos a los que el poder quiere ver como manipulados) para que cuenten la guerra desde su vida cotidiana. En sus narraciones prescinde tanto de adjetivos como de sí mismo. Sus escritos permiten que el resto del mundo sepa no lo que piensa Marcos o Samuel Ruiz o los comisionados gubernamentales, sino lo que sienten y viven las comunidades rebeldes. Como decía alguien que podría ser cualquiera: ``cuando leo a Hermann yo veo a Chiapas, se que así como lo cuenta es''.
Y es por eso que ahora, en una operación concertada entre Televisión Azteca y el gobierno federal, se quiere desautorizar su voz, se le quiere presentar en el peor de los casos como zapatista y, en el mejor, como un periodista que ha perdido la objetividad. Se quiere enfrentar su palabra con las imágenes editadas a modo para la televisión. Como el poder no ha podido vender una visión creíble del conflicto y de su actuación en él, como quiere endurecer su posición y prescindir de testigos incómodos, como quiere desvalorizar el testimonio de las comunidades indígenas, como enfurece ante la lectura de relatos como el que da cuenta de la matanza de Acteal, ha decidido tratar de minar la autoridad profesional de Hermann Bellinghausen. Será mejor que lo entienda de una vez por todas: llega tarde a la cita con la historia, no lo conseguirá.