A decir de Paul Krugman, las noticias que vienen de Asia son tan malas que, en cierto modo, son buenas. Si el dialéctico razonamiento del profesor Krugman alude a que la debacle en Asia es sólo financiera y que no dice mucho de las perspectivas de largo plazo, hipótesis poco reconfortante por ambigua, más vale que de esos heraldos negros del lejano oriente extraigamos las enseñanzas correspondientes: escarmentar en crisis ajena. Sobre todo ahora que, ante los efectos de la volatilidad del mercado petrolero y de la turbulencia financiera del sureste asiático, el gobierno mexicano anunció recientemente una revisión ``profunda'' del marco económico para 1998.
La crisis de Corea del Sur, Indonesia, Malasia y Tailandia es, en varios aspectos, una edición corregida y aumentada de la ocurrida en México en 1994: aumento exponencial de la deuda de corto plazo del sector privado que condujo a un colapso de los tipos de cambio; déficits comerciales de 5 a 8 por ciento del PIB; sobrevaluación monetaria y adopción por parte de los bancos centrales de una política monetaria inconsistente con la estabilidad del tipo de cambio; cuantiosas inversiones especulativas en bienes raíces financiadas con créditos procedentes de bancos deficientemente regulados; pánico bursátil e incapacidad de los mercados financieros para anticipar el estallido de la burbuja especulativa y la crisis monetaria; distorsión del mercado interno y vulnerabilidad de la balanza de pagos al depender el crecimiento de un modelo exportador a ultranza y de un puñado de monopolios productivos enganchados a las subvenciones fiscales y al crédito riesgoso, lo cual propició una alta propensión a la fragilidad financiera, capacidad productiva ociosa y depreciación monetaria; y, finalmente, deficiente regulación del sistema financiero.
Hasta ahora el costo del cataclismo de Asia ha sido de 160 mil millones de dólares, casi tres veces más que el de la crisis reciente de México. Y ha puesto fin a más de dos décadas de expansión continua basada en altas tasas de inversión, movilidad laboral del campo a las ciudades, salarios deprimidos, aumento en el índice de educación básica, de la fuerza de trabajo y el mayor dinamismo exportador del mundo. Se estima que la tasa de crecimiento de la región en 1998 caerá de 6 a 2 por ciento. Peor aún, la deuda de corto plazo de los tigres del sureste asiático asciende a 500 mil millones de dólares y no se ve cómo ni la devaluación de sus monedas ni los 19 mil millones de dólares, que seguramente aprobará en estos días el Congreso estadunidense para ayudar al Fondo Monetario Internacional a rescatar a las felinas economías del lejano oriente, puedan paliar no digamos los efectos sociales de la crisis sino, al menos, las obligaciones financieras de la industria y la banca.
Aunque desde 1995 se avizoraban ya los primeros barrutos de la presente catástrofe, ni los gobiernos ni el sector privado de Asia tomaron providencias, pese a que la crisis mexicana de 1994 ya mostraba las consecuencias de mantener un tipo de cambio sobrevaluado como ancla de la inflación y de la orgía con capitales golondrinos para financiar crecientes desequilibrios comerciales y satisfacer la voracidad especulativa. Ahora, después de la resaca, algunos gobiernos de Asia buscan aplicar el mismo remedio que México: Indonesia pondrá en marcha una estrategia trípode para refinanciar la deuda del sector privado (algo similar al mexicano Fideicomiso para la Cobertura de Riesgos Cambiarios, Ficorca, de 1982), reestructurar la deuda externa (en términos parecidos al Plan Brady que negoció México en 1989) y salvar a la banco comercial (con base en un esquema como el Fondo Bancario de Protección al Ahorro, Fobaproa, de 1995). El problema es que este remedio es tan amargo como la enfermedad: la política de deuda externa dio lugar a la llamada ``década perdida'' en que la economía mexicana creció 1 por ciento en los ochenta; el PLan Brady fue un buen negocio para la banca internacional y el Fobaproa nos ha costado 12 por ciento del PIB. ¿Lo sabrán los asiáticos?
Por otra parte, la reciente revisión del marco macroeconómico de México para 1998 incluye: mayor restricción monetaria; restricciones arancelarias a las importaciones procedentes de Asia con miras a atenuar el creciente déficit comercial; recortes presupuestales del gobierno y congelamiento de los salarios para contraer la demanda y privatización adicional de activos públicos, y ayudar a financiar el déficit en cuenta corriente (unos 14 mil millones de dólares).