En la comparecencia del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas ante la Comisión del Distrito Federal de la H. Cámara de Diputados, la legisladora panista Sandra Segura, haciendo uso de una licencia del lenguaje, le dijo al compareciente que existe la sensación de que el gobierno de la capital se parece a un barco sin rumbo fijo.
Creo que la diputada que se mostró crítica, pero bien documentada y cortés con el compareciente, erró al escoger la metáfora del barco al garete. Si bien es cierto que el primer gobierno democrático de la ciudad, ha encontrado en su corto trayecto innumerables escollos originados en las malas administraciones anteriores, y especialmente en la mala fe de la última de ellas, no es menos cierto que han sido sorteados bien y que la nave va, y que su rumbo está bien trazado y bien seguido.
La meta que Cárdenas se ha propuesto desde su campaña, y a la que se ha vuelto a referir, tanto él como algunos de sus colaboradores, es lograr para la ciudad un desarrollo sustentable, claridad, y honradez en las cuentas y el establecimiento de una administración eficaz.
Estas metas, que necesariamente son a largo plazo, requieren algo más de los ochenta días que lleva en el gobierno y, seguramente, los mejores frutos que el alcance de las mismas producirá, se verán en administraciones futuras. En este planteamiento no se pueden soslayar, ni las más de seis décadas de administraciones ineficaces en el mejor de los casos y francamente deshonestas en el peor, ni tampoco la visión de Estado que el nuevo gobierno ha adoptado para su gestión, que no ve tanto la espectacularidad del momento y sí mejor hacia la construcción para el futuro.
Las medidas concretas así lo indican. El aumento al salario de los trabajadores del gobierno del Distrito Federal, los programas para racionalizar y ordenar la deuda heredada, la selección de las prioridades de gobierno, así lo indican. También es un signo alentador ver en las oficinas públicas de la entidad, mayor diligencia en los trámites y mejor disposición de los servicios públicos.
El reconocimiento en la comparecencia de lo delicado de las finanzas recibidas del gobierno anterior, es indicativo de realismo político y de capacidad de respuesta. El gobierno anterior había predicho un superávit al momento de la transmisión del mando, de mil 179 millones de pesos, cantidad que hubiera sido una excelente plataforma para el trabajo de la administración encabezada por el ingeniero, pero el tiempo del verbo haber ``hubiera'', no es satisfactorio; el ``hubiera'' no existe, y Cárdenas señala que recibió en lugar de un superávit, un déficit de 400 millones de pesos, junto con una deuda gigantesca a mediano y largo plazo, de más de 12 mil millones de pesos.
Ante esta realidad, el gobierno no se paraliza, sino por el contrario, explora de inmediato la posibilidad de soluciones, entre las que está muy especialmente conseguir que parte de ese adeudo lo absorba el gobierno federal y el resto se renegocie en términos más favorables.
Pero esta forma de reaccionar rápido y bien a las innumerables dificultades, esta habilidad para no estrellarse en los escollos, naturales y artificialmente sembrados, es un indicio de que la nave del gobierno de la ciudad, lejos de ir a la deriva y sin rumbo va por buen camino.
Una reflexión final. El gobierno perredista del Distrito Federal despertó una gran esperanza de cambios y de mejoras no sólo para la capital de la República, sino para todo el país. Creo que ni las otras oposiciones, ni siquiera dentro del PRI, convencidas de las bondades de la democracia y de la alternancia en el poder, pueden apostar al fracaso del gobierno.
El pueblo de la capital está confiado en que tiene un gobierno propio y está dispuesto a colaborar y a participar con él; los políticos no pueden quedarse atrás.