En estos atribulados días de xenofobia parece ser que ni el español Carlos IV de Borbón ni su célebre corcel se salvarán de ser expulsados. Nuevamente, conforme a los vientos políticos que predominan en los cielos capitalinos, se pretende enclaustrar a la escultura ecuestre de Manuel Tolsá, ya sea en ``una terraza del Castillo de Chapultepec o en un museo'' (¿qué no es dicho inmueble sede también de un museo, el Nacional de Historia?). Las declaraciones fueron hechas por el delegado en Cuauhtémoc (Proceso, 1110), refiriéndose a los planes de trabajo para conservar la escultura urbana que alberga su demarcación.
El proyecto de traslado, ``apoyado por algunas minorías'', se debe a la invalidez de su carga simbólica, además cuando fue colocada en la Plaza Tolsá ``se olvidaron de que el monarca español pisa un blandón mexica, lo que generó protestas''. Por eso el funcionario, adecuándose ``al pensamiento de la posmodernidad'', pretende que el monumento ``errante'' prosiga ``su cabalgar'' para que no provoque más indignación. En cambio, recuperará las esculturas de los Indios Verdes, porque son parte de ``nuestro pasado que aporta identidad''.
Creo que vale la pena defender a uno de nuestros mejores ejemplos escultóricos del siglo XIX. Encargada al artista valenciano por el virrey Branciforte, le tocó a Iturrigaray inaugurarla el 9 de diciembre de 1803 en la plaza central de la ciudad, con la asistencia de personajes como Alejandro von Humboldt, quien la elogió sin reticencias y la situó mundialmente en segundo lugar, después de la de Marco Aurelio en Roma. Fue trabajada ocho años, empleándose 300 toneladas de bronce del mineral de Santa Clara del Cobre y su peso final fue de 20 toneladas. Permaneció ahí hasta que, consumada la Independencia y bajo la presidencia de Guadalupe Victoria, se pretendió fundirla para fabricar cañones y municiones.
Afortunadamente fue rescatada y llevada al patio de la Real y Pontificia Universidad de México (Palacio de la Inquisición) donde estuvo hasta 1582, año en que se le ubicó a la entrada del Paseo Nuevo, lindero poniente de la capital, ocupando el lugar de la Fuente de la Victoria. Su pedestal fue trabajado por Lorenzo de la Hidalga y las placas de mármol que dan cuenta de la historia política y artística de su construcción fueron redactadas por José María Lacunza. Más tarde el sitio se convirtió en la confluencia entre el Paseo del Emperador (hoy Reforma) y el Paseo de Bucareli, a donde se quiere devolver a los Indios Verdes.
Realizada al estilo de grandes obras ecuestres como las de Donatello y Verrocchio, fue llevada al espacio que hoy ocupa en 1978, lugar de gran dignidad que la integró con otra obra de Tolsá, el Palacio de Minería. José Juan Tablada en su Historia del arte en México (1927) comentaba que, ``aunque críticos exigentes reprochen en dicha estatua cierta excesiva macicez, que la hace algo pesada, no pueden negarse sus méritos, su grandeza que envuelve en cesárea majestad la figura del mediocre monarca ibero''.
El delegado también señaló que se remodelará el Paseo de la Reforma y vaya que así será: el pasado 9 de febrero se puso en marcha la construcción de la Torre Chapultepec (de 54 pisos) y esbozaron ``otras seis impresionantes construcciones'' desde el Centro hasta Santa Fe, entre ellas la Torre Aguila, al lado de la Columna de la Independencia. Asimismo, se anunció que en dos meses podrían iniciar los trabajos del Proyecto Alameda. Emilio Pradilla Cobos ya advirtió sobre el impacto urbano global y la destrucción del patrimonio ``social'' que provocarán estos megaproyectos (La Jornada, 10, 11 y 18/2/98).
La idea de regresar a Reforma a los infortunados guerreros aztecas Ahuízotl e Izcóatl, trabajados por Alejandro Casarín y colocados originalmente el 16 de septiembre de 1891, al contrario de su ``integración a los contextos'' romperá ahora no con la perdida armonía del viejo paseo, sino con la posmodernidad constructiva que poco tiene que ver con la escultura neoindígena. Quizá, como señaló en aquella época El Monitor Republicano (2/4/1893), los turistas que visiten la capital nuevamente creerán ``que nuestro ayuntamiento los conserva allí como reliquias arqueológicas''.
El gobierno debe ejercer una coherente política cultural y urbana que evite mayor alteración del entorno arquitectónico y la extinción de testimonios históricos, referencias invaluables de la megalópolis.