José Antonio Rojas Nieto
Irak. Petróleo y guerra en el Pérsico

Irak es un hermoso país de 22 millones de habitantes en su mayoría árabes, pero también con minorías de kurdos, turcos y sirios, que pueblan 437 mil kilómetros cuadrados, una extensión apenas un poco más grande que Sonora y Chihuahua, en la que se encuentra la zona petrolera más rica del mundo.

Los herederos del imperio persa forman una verdadera potencia petrolera, no sólo por su volumen de recursos --casi 12 por ciento de las reservas mundiales actuales--, sino por sus bajísimos costos de producción, menores de un dólar por barril. Hoy esto les permite captar como renta petrolera --al igual que los otros productores del Pérsico-- no menos de nueve dólares por barril de crudo, que sumados a la ganancia industrial propia de las actividades de producción primaria, se traducen en un excedente petrolero bruto no inferior a 12 o 13 dólares con el precio actual.

Por ese gran volumen de recursos de petróleo y por esos bajísimos costos de producción, para los pocos grandes consumidores de crudo en el mundo, Irak es más, mucho más que un país con un incómodo jefe de gobierno, Saddam Hussein al-Takriti, quien aun antes de su llegada a la presidencia iraquí en julio de 1979, se había convertido en un enemigo a vencer, sobre todo por su impulso a un programa nuclear, como quedó evidenciado en aquel sabotaje de abril de 1979 a los talleres franceses de construcción industrial en la costa mediterránea (La Seine-sur-Mer), en el que se destruyeron piezas nucleares para los reactores iraquíes Tammuz I y Tammuz II. Se puede decir, entonces, que desde que Hussein asumió el mando de Irak, ha estado en conflicto permanente por su ánimo de contar con la bomba nuclear y convertirse en la potencia bélica más importante del Medio Oriente. Por eso, en rigor, el asunto de las inspecciones nucleares a Irak es un viejo asunto; y la resolución 986 de la ONU de enero de 1997 en la que se autoriza a este país a ampliar su plataforma para exportar 60 mil barriles diarios de crudo y con esos recursos adquirir alimentos, no es sino una tenue expresión del ánimo continuo por controlar al gobierno iraquí.

Para comprender más, entonces, lo que está en juego en la actual amenaza de guerra, conviene no olvidar que este hermoso país de la zona del Golfo Pérsico tiene reservas petroleras por poco más de 110 mil millones de barriles de petróleo, las segundas más importantes después de Arabia Saudita. Y que pese a que su petróleo es de diferente calidad, pues unos yacimientos concentran crudo muy pesado similar al mexicano Maya y otros cuentan con grandes volúmenes de crudo muy ligero de calidad superior al mexicano Olmeca, los volúmenes exportados por Irak tienden a ser de crudo de la más alta calidad y gran valor, por lo que su reingreso al mercado en 1997 les permitió captar recursos por 5 mil 500 millones de dólares. Antes de esto, pero después de su derrota en la Tormenta del Desierto, las sanciones de la ONU obligaron a los iraquíes a contraer drásticamente su nivel de producción a sólo 300 mil barriles al día, muy inferior a los 3.5 millones alcanzados en julio de 1990, justamente un mes antes de su lamentable invasión a Kuwait. Sin embargo, a fines de 1996, un poco antes de la aprobación de la ONU, los iraquíes ya producían 750 mil barriles al día, 500 mil para consumo interno y 250 mil para operaciones de recuperación secundaria a través de la reinyección a sus yacimientos. Y están en condiciones de llegar a producir hasta 5 millones al día.

Y si estos datos no fueran suficientes para mostrar la gran importancia mundial de Irak, hay que decir, además, que se cree que tiene posibilidad de alcanzar hasta 215 mil millones de barriles de reservas, por lo demás capaces de ser recuperadas a los costos más bajos del mundo, que agregadas a las de Arabia Saudita y de otros productores del Pérsico, también con muy bajos costos de producción, permiten a muchos especialistas hablar de una expectativa de bajos precios en el horizonte de los próximos 20 o 30 años, a pesar de la incertidumbre vinculada a todo pronóstico, perspectiva que plasma uno de los mayores intereses de los grandes consumidores, que no ven salida de fondo a la altísima dependencia del petróleo.

Estos datos permiten reconocer algunos de los aspectos esenciales que se juegan en la posible segunda versión de la Tormenta del Desierto. Ciertamente existe el delicado asunto de las inspecciones nucleares pero, sin duda, ahí está en juego mucho más que eso.