``Hay quienes eligen el rock como forma de vida'', establece la voz que en primera persona narra Las jiras (México, Grijalbo, 1997, 200 pp.), reedición de la novela que en 1973 le valió a Federico Arana el Premio Xavier Villaurrutia. Pero resulta que esta forma de vida es, sin duda, una de tantas que el polifacético autor ha seguramente conocido. Porque si bien es cierto que Las jiras está centrada en las vicisitudes de un roquero y sus cuatro compañeros integrantes del grupo Los Hijos del Acido, al pensar en el autor que ha formado parte de los grupos de rock Los Sonámbulos, Los Sinners y Naftalina, que ha escrito la Historia del rock mexicano (1985), aparecida en cuatro volúmenes, Roqueros y folkloroides, y que ha compuesto la música de varias películas, no puede una dejar de pensar al mismo tiempo en el biólogo maestro de la universidad cuyo Método experimental para principiantes (1975) es manual obligado para sucesivas generaciones de estudiantes, además de la serie Los seres vivos como unidad. Diversidad de los organismos, Continuidad y evolución de la vida (aparecido entre 1979 y 1980) y de Ecología para principiantes.
Pero eso no es todo: Federico Arana ha ganado concursos como dibujante y como diseñador gráfico; ha presentado exposiciones de pintura en México y en el extranjero; es padre del personaje de caricatura Ornitóteles, el pájaro filósofo (1976), además de ser poeta y autor de otros libros que no menciono por no alargar más el catálogo en que se ha convertido este mi afán por tratar de imaginar las otras formas de vida que su autor debe también conocer.
Pero se trata en esta ocasión de una forma de vida cuyo centro es el rock. Con humor, que instala en el lector una permanente sonrisa, se rescatan las aventuras del Amarillo, el Foco, el Cerdo, el Tamal, la Tía y Blondidudi de la sordidez a la que necesariamente remiten, lo mismo en sus periplos en el país que en Estados Unidos. ¿Será que un grupo de hombres no hace más que exacerbar potenciando sus características refinadamente machistas y misóginas?: la violación multitudinaria; el uso sexual de las sirvientas; el abuso del más débil llegando incluso al sadismo; los robos y fraudes; la violencia; la agresión física y, por supuesto, la agresión verbal; las mediciones y concursos de genitales y escatológicos; los albures; la obsesión por la homosexualidad manifiesta en bromas, toqueteos, juegos de palabra, albures, al tiempo que se reivindica la masculinidad; la constante mención de la madre del otro para insultar o molestar; el menosprecio hacia la esposa o la compañera, no son más que unas cuantas manifestaciones de lo que una quisiera pensar que es el estereotipo, el cliché.
Como detalle significativo, en el glosario que cierra el libro --``de no haber desarrollado nuestra propia manera de hablar, viviríamos en un mundo extraño''-- en el que todas las voces en él reunidas cuentan con una o algunas palabras que las explican, como es el caso de ``a toda madre'' que tiene como equivalentes: ``estupendo, espléndido, precioso, elegante, hermoso, muy buena persona''; en el caso de la voz ``padre'' se consignan 193 palabras o frases hechas, absolutamente positivas, que vienen a ser sus sinónimos, sus equivalentes.
Las jiras, ilustrada por el autor con dibujos minuciosos, que ilustran el relato y ameritan análisis aparte, se desarrolla en dos planos que van entreverándose a lo largo de la novela: el que relata propiamente las giras, en la ciudad de México y sus alrededores, en Tijuana o cuando ``se van de dioses a Estados Unidos'', siendo el narrador el Amarillo quien echa mano de un diálogo chispeante y ágil, y un plano situado en Vietnam, a donde el propio Amarillo fue a recalar luego de ser reclutado durante su segunda estancia en Estados Unidos... ``La verdad es que estoy haciendo el pendejo aquí. ¿Quién me ha dado vela en este entierro?'' El monólogo interior es la forma que sirve al narrador para reflexionar sobre el racismo, exhibir su conciencia social, su visión de Tlatelolco --``¿Es que para cruzar el umbral de la indignación tiene que haber napalm de por medio?''--, su percepción de la guerra de Vietnam, y también recriminarse, añorar a sus mujeres: La nostalgia de la mujercita mexicana --¡Carajo!, en mi tierra, las mujeres trabajan dos días para hacer mole. ¡Eso es feminidad¡; el premio al guerrero, la recompensa''-- cuya visión contrasta con la percepción de lo que son las gringas: ``Tienen cara de pendejas, pero son muy astutas. Hacen que los gringos limpien la casa y frieguen los platos, se toman más libertades sexuales que ellos, les dan Tv dinners, en caso de divorcio se quedan con los bienes del marido, agandallan los botes salvavidas cuando se hunde el Titanic y, encima, no van a la guerra. Tal vez ya hubiera terminado esta pinche guerra si no fueran tan huevonas y vinieran de soldaderas''. El ideal pues de la mujercita mexicana productora de moles y convertida en Adelita o Valentina, fundamentales en nuestras guerras, según parece.
En ambos planos se abren paso homenajes que Federico Arana hace a la literatura --a Farabeuf de Salvador Elizondo, por ejemplo--, al cine --la mención de películas: La reina africana, Los puentes de Toko Ri, Juegos prohibidos, El hombre del brazo de oro y Mujercitas--, o la comparación con situaciones protagonizadas por actores --Gary Cooper, Elvis Presley, James Dean, Ives Montand, William Holden, Doris Day, Edward G. Robinson, Kim Novak, June Allison, Cary Grant, James Cagney--. Y, por supuesto, homenaje al lenguaje. Particularmente el monólogo interior es la ocasión en que el narrador puede lo mismo descubrir la riqueza de vocabulario para nombrar a la mariguana, que la variedad de significados del verbo ``felpar'', o los sonidos distintos que tenemos para pronunciar la equis. En fin, el lenguaje, ese instrumento dúctil, maleable, que busca la claridad cuando de un libro científico se trata, o logra ceñirse al medio retratado en una correspondencia absoluta entre forma y contenido.
Antes de releer el libro --debo decir que hace 25 años no sólo lo leí sino que escribí, además, una reseña crítica-- no estaba yo muy segura de la oportunidad de volverlo a sacar luego de cinco lustros. Al dar vuelta a la última página estaba yo convencida no sólo de su oportunidad, sino también de su vigencia, de su frescura e interés al retratar un medio recreando su lenguaje, sus fobias y sus filas.