La Jornada 27 de febrero de 1998

la pasarela ante los medios, el mejor premio

Mónica Mateos, enviada, Nueva York, 26 de febrero Ť Los invitados a la 40 edición de la entrega de los premios Grammy tuvieron varias opciones para entrar al Radio City Music Hall, dependiendo, por supuesto, de su categoría. Por la puerta principal, ubicada sobre Avenida de las Américas, en donde el clásico tapete rojo hizo más vistosa la llegada, entraron los nuevos stars de la música estadunidense, muchos de ellos de reciente invención:

-¿Y ese quién es?

-No sé, tú tómale foto, es un nominado, dialogaban un par de jovencitas hispánicas que llegaron desde las 15 horas para ``pescar'' imágenes de los artistas que ``son famosos porque van a recibir un Grammy''.

La puerta lateral fue la entrada de los amigos de los amigos de los socios de la Recording Academy, organizadora de la premiación, y demás invitados comunes. Pero aun a los no famosos se les pidió que vistieran de etiqueta, si no, serían ``reubicados'' y tendrían que esperar a que el teatro se llenara y ocupar los asientos de atrás.

Y es que en el negocio de la televisión, en Estados Unidos, la imagen es lo que cuenta. La entrega de los premios Grammy, o los Oscares, o los Emmy, o cualquier evento que se transmita por la pantalla chica y al que acudan periodistas, es la ocasión perfecta para que los famosos (y los que quieren serlo) luzcan ``sus mejores garras'', mientras más llamativos más oportunidades tendrán de ``salir en la tele''.

Por eso, a muchas invitadas (que no tenían un abrigo de pieles de moda) no les importó soportar la temperatura de hasta cinco grados centígrados, mostraban sus espaldas desnudas y los amplios escotes de sus vestidos largos, mientras hacían fila para entrar, tiritando de frío sonreían a los paparazzi, quienes primero ``disparaban'' y luego investigaban quién era la rubia escultural que tenían enfrente.

Limusinas de todos colores llegaron frente al Radio City Music Hall, la mayoría rentadas (por 50 dólares se puede pasear media hora en una de ellas por las principales calles de Manhattan); los invitados más discretos hicieron su arribo en los traicionales taxis amarillos neoyorquinos, lo que además de salirles más barato, les costaba que nadie se molestara siquiera en voltearlos a ver.

Desde la acera de enfrente los fans de los cantantes consagrados, como Sting, Elton John, Madonna, Bruce Springsteen o Bob Dylan, esperaron inútilmente ver llegar a sus favoritos porque ellos, los que ya no necesitan de ver aparecer sus fotografías en la prensa, entraron por la puerta trasera del teatro.

Rockeros, raperos, poperos, bluseros, intérpretes, compositores y promotores de todos los géneros musicales que se pueden vender en la gran industria del disco en Estados Unidos, se dieron cita ayer por la tarde para la entrega de unos premios que desde hace cuatro décadas marcan la pauta a seguir (respecto a promoción y difusión) de las filiales latinoamericanas de compañías como WEA, BMG, Sony o Columbia.

Durante seis horas se entregaron 92 galardones; entre los más esperados, el Grammy que recibió Bob Dylan por su disco Time out of mind, elegido el álbum del año. Luis Miguel, que se presentó con mucho éxito la semana pasada en el Radio City, se llevó el premio en la categoría 50, al mejor disco de pop latino por Romances; Los Fabulosos Cadillacs le ganaron al Tri, fueron elegidos los mejores rockeros latinos; Ry Cooder ganó como productor del disco Buenavista Club Social en el rubro de música tropical y La Mafia se llevó el Grammy como el mejor grupo de tex-mex. Estos serán los nombres que encabezarán las listas de ``popularidad'' latinoamericanas durante la próxima primavera.

Pero para muchos nominados o incipientes estrellas del firmamento musical del vecino país, el premio más buscado la noche del miércoles fue ser entrevistados por las cadenas de televisión que cubrieron el evento, o de perdida, por los reporteros de prensa escrita, o ya con muy mala suerte, ser fotografiados por una camarita cualquiera. A nadie se le escatimaban sonrisas y poses si traía en las manos esa ``cajita mágica'' para pescar imágenes.

Por eso se paseaban por el lobby, iban a cada rato al baño a retocarse los peinados, saludaban a todos los que portaban gafetes amarillos de prensa, o ya de plano hacían la finta de salir a la calle y volver a entrar. Caminar sobre el tapete rojo fue la clave para llamar la atención: ``mira, alguien llega...sí, pero ¿quién es?... ahorita investigamos, tu tómalo, tómalo'', decían los camarógrafos de Telemundo.

Durante esas seis horas, frente al teatro, un hombre se paseó con un cartel que decía ``demos gracias a Cristo, seamos disciplinados y bautizados en el nombre del Espíritu Santo''. Pocos lo miraban pero él estaba convencido de que su mensaje estaba llegando ``a la de todos estos ricos, frívolos, que no temen la ira de Dios''.

Cerca de la medianoche el Radio City fue quedándose vacío. Pocas limusinas llegaron a recoger personas en comparación con la gran cantidad que hubo en la tarde. Las cámaras y micrófonos se quedaron con los ganadores, siguiendo la fiesta. Los demás, los que perdieron, los amigos de los amigos de los amigos de Paula Cole (la mejor artista nueva del año) y demás invitados ``ordinarios'', ahora sí todos con abrigos, bufandas y guantes, se confundieron fácilmente con los pasajeros del metro, porque por ahí se regresaron a sus casas, a esperar la próxima pasarela para buscar nuevamente sus cinco segundos de gloria al ser vistos por el ojo de Dios Televisión.