México vive tiempos que quedarán registrados entre las páginas negras de la historia nacional; tiempos de simulación, de confusión y de perfidia, todo ello alrededor del conflicto de Chiapas originado por una rebelión indígena cuyas causas fueron reconocidas como justas y entendibles por la sociedad mexicana en su conjunto, el gobierno de la República y el Congreso de la Unión incluidos. Tal reconocimiento quedó implícito en la Ley de Concordia y Pacificación, en el establecimiento de la comisión del mismo nombre, la Cocopa, formada por miembros del Congreso, y en las arduas sesiones de discusión de San Andrés, que dieron lugar a los acuerdos que el gobierno de la República pretende desconocer a través de su peculiar argumentación del ``sí, pero no'' en que se resumen sus ya famosas cuatro observaciones.
Las maniobras realizadas por el gobierno para desgastar al ejército zapatista y a sus bases indígenas, han sido reconocidas por el propio Presidente de la República ante los reporteros de un periódico estadunidense a quienes dio una entrevista.
La confesión es muy grave, porque reconoce el desinterés del gobierno por solucionar el conflicto, y confirma su participación en la formación y equipamiento de grupos de contrainsurgencia y represión que actúan al margen de la ley. La responsabilidad del gobierno en la matanza de Acteal forma parte del escenario en el que la ley y el estado de derecho no existen más en Chiapas. En este escenario, las palabras más recientes del Presidente sobre el uso de las mujeres y los niños como ``carne de cañón'' (en clara referencia a las mujeres que con su sola presencia y la de sus hijos impidieron la entrada del Ejército Federal a sus comunidades) adquieren así un significado sombrío, en el que las causas del movimiento indígena vuelven a ser desconocidas para regresar a la idea original, según la cual los indígenas son incapaces de organizarse y de actuar con dignidad e iniciativa propia, no obstante que en la dura realidad de estos años su tesón y su heroísmo les han permitido ganar el reconocimiento del pueblo de México y de la sociedad internacional.
Al enterarme del último mensaje del doctor Zedillo, me vino a la mente la imagen de los niños héroes, enviados quizás por el gobierno mexicano a servir de ``carne de cañón'' ante los invasores de 1847; al igual que Narciso Mendoza en el sitio de Cuautla, o que doña Josefa Ortiz de Domínguez al inicio de la guerra de independencia... Para el Presidente, pareciera que los niños y las mujeres son incapaces de arriesgar sus vidas por la patria, y sólo pueden servir de ``carne de cañón''. ¿O acaso ellos sí actuaron con dignidad y heroísmo porque, después de todo, no eran indígenas?
Ha hecho mal el Presidente al expresarse así de los niños y las mujeres indígenas, porque sólo pueden hablar así quienes representan a los intereses de un país extranjero, los jefes de un ejército de ocupación. La matanza de Ac-teal es un hecho que ha cubierto al país entero con un manto de vergüenza; el gobierno de la República está en el banquillo de los acusados ante la comunidad internacional, y cualquier cosa que haga o diga de aquí en adelante se revertirá en su contra. Poco ayudan a limpiar su imagen las campañas de xenofobia, las Lolitas de la Vega, los manejos de distractores y de las técnicas para sembrar confusión, empleadas por el nuevo secretario de Gobernación y sus colaboradores. El tiempo se agota, el país puede pasar a escenarios más difíciles que los actuales, en la medida en que los tiempos de la presente administración declinan rápidamente.