El pasado es frágil como un cristal. Pasajeros en tránsito como somos, estamos aquí pero podríamos estar en otro lado, con diferente documento y distintos planes para mañana. Usted, amable lector, en vez de andar por el Zócalo gritando ``¡Zapata vive! ¡La lucha sigue!'', bien podría abominar del cerdo y ser camellero en Besarabia, y usted, dulce lectora, en vez de despotricar contra los peluches electrónicos que han resuelto matar de sida a Paulina --compréndalos: Paulina es demasiado inteligente para ellos--, podría ser Carmelita Descalza y ahorrarse lo de los zapatos.
Consideremos a mi abuelo. Si en vez de largarse de su tierra a los 11 años y aparecer sobre la tercera clase de un barco frente al puerto de Buenos Aires --propietario de un pedazo de pan, otro de queso y un naipe para apostar sobre el tapete verde de la Pampa--, mi abuelo se hubiera quedado en Castilla, no habría tenido yo el deslumbramiento que tuve al pisar la estepa castellana 70 años después y decidir que entre mi abuelo y yo le habíamos dado la vuelta al mapa.
Porque, veamos: ahí queda mi abuelo en Valladolid, mi padre hace lo propio. Dadas las costumbres y modo de pensar del lugar --Fachadolid lo llaman-- probablemente mi padre hubiera sido soldado de Franco en la Guerra Civil, me hubiera criado respetuoso del caudillo, y yo nunca hubiera sido un rojo de cuidado, perseguido por el ejército argentino y obligado a exiliarme en Madrid.
Cuando yo nací, mi abuelo me pidió para criarme. Si mi madre hubiera cedido, mi abuelo --que era herrero, que tenía tres libros en su casa, que en invierno salía al patio a pecho descubierto y se enfrentba con el agua helada--, me hubiera criado a su manera, enseñándome su oficio y sus valores. Y, quizá, en vez de ser un escritor que gana lo suficiente para comprar cigarros, hoy podría ser yo un próspero herrero especializado en portones y ornamentos.
Vamos, que en vez de ser ``argentino hasta la muerte'' y mexicano por adopción --dividido en parte y en parte aprovechando dos culturas--, podría un servidor ser españolito de siempre, detestar a los sudacas, quizá ser concejal del Partido Popular y andar escondiéndome de ETA. Podría, claro, de no haber sido por mi abuelo.
En su Historia del cerco de Lisboa, José Saramago --uno de los escritores más importantes de estos tiempos--, cede a la tentación de corregir el pasado. El protagonista de su novela, Raymundo Silva, corrector de pruebas de una editorial, al trabajar un texto sobre el sitio de Lisboa --entonces en poder de los árabes-- en el 1117, realiza una transformación radical de la realidad: donde dice si, escribe no. Los cruzados no ayudaron al rey de Portugal a capturar Lisboa. Plantearon exigencias desmedidas y abandonaron el lugar con sus 13 mil hombres. Dado el primer paso, sólo queda continuar. Silva debe enfrentarse a la tarea que ha creado, debe contar la historia que pudo ser realidad si los cruzados hubieran dicho --como él--: no. Entrelazada con una historia de amor otoñal --que obliga al paralelo de otra historia de amor entre los muros de la ciudad en guerra--, presente y pasado se modifican unificados en una novela excepcional.
En el Libro de los Consejos, citado por Saramago, puede leerse: ``Mientras no alcances la verdad, no podrás corregirla. Pero, si no la corriges, no la alcanzarás. Mientras tanto, no te resignes''.
Aficionado a este tipo de jugarretas, Borges las manejaba con la sutileza propia de quien ve poco y demasiado. En El impostor inverosímil Tom Castro se cuenta que, muerto el francés Roger Charles Tichborne en un naufragio, su madre desconoció la noticia, publicó avisos en periódicos y lo buscó de mil maneras. Tom Castro decidió suplantarlo. Para ello se apoyó en no parecerse en nada al muerto y no hablar una palabra de francés. Las diferencias demostraban su autenticidad. ``Si fuera un impostor hubiera reforzado los parecidos''. Lady Tichborne, que quiere a su hijo vivo, lo acepta. Cien testigos que conocieron a Roger, declaran que es el mismo. El pasado se deroga a discreción. Roger Charles vive y ha vuelto a casa.
Con parecida impunidad se cuenta la historia de los países y de los seres humanos. Un ex secretario de Gobernación en el 68 ignora lo que sucedió en esos días; los acuerdos firmados por un gobierno dejan de serlo; tal vez usted no es mexicano, sino camellero en Besarabia; tal vez Zapata vive. Frágil como el cristal es el pasado.