La Jornada Semanal, 5 de abril de 1998
Rafael Rojas es asiduo colaborador en La Jornada Semanal y de la revista Vuelta. En esta entrega nos habla del poeta cubano Gastón Baquero, contemporáneo de Lezama Lima y frecuente colaborador de Orígenes. Pese a la importancia de Baquero en la poesía cubana, su obra sigue siendo terra incognita para la mayoría.
El pasado 14 de mayo falleció en Madrid el poeta cubano Gastón Baquero. Autor de algunos de los mejores poemas escritos en lengua española, Baquero es una personalidad fundamental, aunque desconocida, de la cultura hispanoamericana del siglo XX. Fue colaborador cercano de José Lezama Lima en cada una de sus revistas (Verbum, Espuela de Plata, Nadie Parecía, Clavileño, Orígenes) y jefe de redacción, por más de diez años, del mejor periódico cubano de todos los tiempos: el Diario de la Marina. Esta larga vida dentro del periodismo no le impidió, sin embargo, hacerse de un mundo poético refinado, en el que se distingue su predilección por Whitman, Eliot, Saint-John Perse, Unamuno, Darío y Vallejo.
Desde 1959 residía en España, dondeÊtrabajó algún tiempo en el Instituto de Cooperación Iberoamericana e impartió cursos de historia y literatura de América Latina en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, de Santander, y en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid. Estas cuatro décadas de exilio español le permitieron a Baquero completar su imagen de Hispanoamérica como una invención cultural de la España barroca de los siglos XVI y XVII. ``En cuanto en América se escarba un poco la tierra -escribió una vez-, se tropieza con el hueso, con la fuente de España.'' Esta idea, que suscitó tantas derivaciones en Lezama, Carpentier, Sarduy y otros escritores cubanos, emerge en casi toda su obra ensayística (Escritores hispanoamericanos de hoy -1961-, Darío, Cernuda y otros temas poéticos -1969-, Indios, blancos y negros en el caldero de América -1992- y su libro inédito Imagen total de AndrésÊBello).
La poesía de Baquero oscila entre la inocencia y la memoria, entre la falta y el exceso de saber. El ideal socrático de la docta ignorancia anima gran parte de su escritura. De esa obsesión salen versos como ``¡quién pudiera ser niño inocente,/ inocente, es decir, dueño de mil secretos!''; o como ``y todo se me confunde en la memoria, todo ha sido lo mismo:/ un muerto al final, un adiós, unas cenizas revolcadas,/ ¡pero no un olvido!''. Esta voluntad memoriosa hace que muchos de sus poemas sean una suerte de montaje dramático en el que se representa algún evento trascendental de la historia, es decir, algo cercano a las pinturas neoclásicas de Louis David o a lo que Dilthey llamaba un ``poema histórico''. La épica sutil del olvido, de la noticia fascinante, del encuentro venturoso, era para Baquero el punto de partida de toda narración poética. Poemas como ``Palabras en la arena escritas por un inocente'', ``Memorial de un testigo'', ``Saúl sobre su espada'', ``Manuela Sáenz baila con Garibaldi el rigodón de la despedida'' y ``Marcel Proust pasea en barca por la bahía de Corinto'' son reconstrucciones líricas de algún pasaje de la historia sagrada o secular de Occidente.
A diferencia de Lezama, Baquero siempre se resistió a exponer su poética. Parecía seguir a Unamuno en aquella certeza de que ``el estilo es lo que no se ve''. Sin embargo, por sus entrevistas se sabe que trabajaba en dos ensayos, uno sobre ``Las bases tróficas de la poesía'' y otro ``sobre el hombre como producto de la fermentación pútrida de una estrella muerta'', que bien podrían considerarse como prolegómenos a su sistema poético. Sobre esta noción de lo ``trófico'', decía en 1994:
He llegado a pensar (en eso estoy sumergido ahora) que hay una estrecha relación bioquímica, trófica (no estrófica), entre lo que se ingiere -se incorpora, decía Lezama- y lo que se escribe. Es posible llegar a construir un poema de acuerdo con la cantidad de carbohidratos, o de proteínas y aminoácidos, etcétera, que se haya incorporado al organismo. Así, si usted se come un plato de alcachofas, le sale un poema distinto al que le saldría con un plato de langostas o de berenjenas... No se sueña lo mismo cuando se come carne que cuando se come pescado... Mallarmé, estoy seguro, devoraba grandes cantidades de ostras. Verlaine llevaba los bolsillos llenos de cerezas.
En la poesía de Gastón Baquero, autor de poemas extensos y alargados, llaman la atención sus múltiples silencios. En 1942, en La Habana, publicó dos cuadernos breves: Poemas y Saúl sobre su espada. Sobreviene, entonces, un vacío de 18 años, y en 1960 publica Poemas escritos en España, que tan sólo por el título alude al año de exilio que llevaba en Madrid. Un poco después, en 1966, aparece el más orgánico de sus libros: Memorial de un testigo. Luego vendrá otro silencio de 18 años, hasta que en 1984 da a conocer su antología personal Magias e invenciones. A partir de aquí su escritura se acelera y a principios de los 90 publica Poemas invisibles y Autoantología comentada. En una valiosa entrevista que le hiciera Felipe Lázaro en 1987, Baquero aclaraba que esos silencios no se debían a que hubiera dejado de escribir, sino a que destruía más poemas de los que conservaba.
El poeta de la memoria era capaz de olvidar sus propios poemas. Los manuscritos del soneto y el poema que aquí reproducimos fueron encontrados por Cintio Vitier en el Archivo de José Lezama Lima en La Habana. Una nota (``post-soneto'') que Baquero envió a Lezama permite suponer que fueron escritos en 1939, cuando ambos poetas colaboraban en la edición de Espuela de Plata. Estos y otros textos se publicaron, por primera vez, en octubre de 1993 en la revista Credo, una publicación relativamente autónoma del Instituto Superior de Arte de La Habana que fue clausurada meses después por las autoridades políticas de la isla. Al saber del hallazgo y la publicación de aquellos poemas en Cuba, Gastón Baquero comentó: ``Como sospechaba, el encuentro de esos desconocidos me dejó estupefacto. No tengo ni la más leve reminiscencia de tales huéspedes inesperados. Salvo el soneto del Marqués de Acapulco, no recuerdo nada. Admitir a esos intrusos en mi interior es como yacer junto a Julia Pastrana, la mujer más fea del mundo.''
No destruye a destiempo sus relojes
Ni castra el césped suyo
cualquier jardín de arena
Arraigándose en mí por la desnuda tersa
herida
Comienzo a renunciar y a pulverizar la memoria
Sabría ya
bastarme sin el soporte del fuego
Eh: Aquí están las llaves de esta
sangre
Mira augur quiere de nuevo el ido besar la
biografía
Despojándome del pasado devolviendo la arcilla el soplo
he desdeñadoz
Vagando dentro sin premura mayor que el primitivo
artífice
Vagando fuera en la carroza marmórea en el idéntico
sitio
En el sitio que alude furiosamente el verbo eternidad
Pero
no dejaréis desplomarse la risa atádmela a columnas
Unidla sus
fragmentos con los cabellos de un clavicordio
Amputad del futuro el
rostro que llevaré ante Dios
Desenmascaradme empero amados la faz
de huesos puros
Que sorprenda gloriosamente atento al espejo
enterrado entre la sangre
Porque la lluvia nace dondequiera que hay
llanto de esqueletos
Cierto es más que cierto aquí vengo a
decirlo
Partid mariposas funerales: Me seguirá doliendo el polvo de
sus huesos
Rasgo la certidumbre de un espacio en cualquier sitio de
la tierra
Escucha: La lluvia ha comenzado amigo a relumbrar la
hoguera
Amigo, amigo mío: Si inclinaras a mi oído el horario
preciso
.
Ante el túmulo del Marqués de Acapulco, hombre que fue de guerras, muerto en Milán hacia los 1638 años del Señor, a los veinticinco de su edad, y en la bizarra flor de su hidalguía.
Una enclavada en llanto, arduo lloro
Apaciguado al fin por don
marmóreo,
Rinde ceñido espejo al leve escolio
Que enceta al
memorial fundido oro.
Guarda, yaciente, el musical decoro
Cifrado en torso y prez, albo
ostensorio,
Encielando al violín coso marmóreo
Labrado en bella
luz y en largo azoro.
Doncel de cruz y perla sobre el pecho
A cuya vera aún, insomne,
anida
Canto de mármol en el violín desecho,
Desenlázate ya, alienta por la llama fenecida
Ansiosa de enterrarse
en nuevo pecho
Para darle a la Muerte en nueva vida.