Si el domingo tuvo siempre la costumbre de traer consigo la zozobra del lunes pesándole en los hombros, durante estos tres últimos años fue también detonador de ciertos hábitos contra natura. Levantarse temprano, contra el mandato bíblico y la lógica, correr (literalmente) al puesto de periódicos que queda a siete cuadras, saludar al vendedor, tomar aire, y comprar por cinco pesos La Jornada Semanal. El riesgo de quedarse en cama era tener que resignarse luego a entrar en la semana sin los ``motivos del domingo''. No eran ganas de amargarle a uno el día, según Goyito; era, simplemente, que Juan Villoro y su equipo habían logrado el mejor suplemento cultural del país y La Jornada, los domingos, se acababa rápido. Nos toca ahora estar del otro lado de la escena y, estafeta en mano, continuar con el camino que ha hecho de estas páginas un espacio de innegable calidad literaria, plural y autónomo. Pero como el que poco pide nada merece, queremos no sólo agregarle motivos al domingo sino hacer del día más incierto el lugar de reunión de los amigos lectores y escritores de diversos grupos, posturas y tendencias dispuestos a hacer del séptimo día de la semana el plato fuerte del amplísimo menú que nos ofrece el fin de siglo. Nos complace informar a los lectores que Villoro seguirá con nosotros, pues ha aceptado escribir una columna. Así que aunque se va, se queda.
A fin de informar a nuestros lectores sobre lo más sobresaliente en América Latina después de la explosiva irrupción del boom damos inicio a nuestra sección Crónicas del postboom. Y para que nadie se llame a engaño, incluimos en discreto pero visible recuadro el país de cuyo autor se trate. En este número el sin par Luis Rafael Sánchez narra los asegunes del oficio más antiguo (contra lo que algunos creen): el de escritor. Un oficio que desde sus pininos ochenteros lo consagró como el Nuevo Patriarca de las letras puertorriqueñas en la voz de la mismísima Iris Chacón -cara de ``quiero'' y cuerpo de ``dame''-cantando la guaracha del Macho Camacho, ``La vida es una cosa fenomenal'', para probarlo. Otra sección que aparecerá con frecuencia es Corriente alterna. En ella se darán a conocer los trabajos de autores quebequenses, chicanos, africanos, de Europa central. Es decir, se publicará la obra de autores de primerísimo orden cuya producción se encuentra fuera del mercado de los grandes nombres y los best sellers. De más está decir que el título de este apartado obedece a aquel otro de Octavio Paz, a quien (como Borges decía de Macedonio Fernández) admiramos hasta el plagio.
La semana del 16 al 21 de marzo el escritor argentino Ricardo Piglia comentó en el diálogo que tuvo con su público que la ciudad de México le parecía la antesala del mismísimo paraíso terrenal. ``Voy caminando por el centro y resulta que esa noche se presenta José Saramago, volteo hacia el otro lado de la calle y veo pasar a John Coetzee, salgo del edificio y me encuentro a Susan Sontag abrazando a Juan Goytisolo. Qué vida cultural más intensa la de ustedes, los mexicanos.'' Por supuesto, hubo que aclararle a Piglia (quien no lo creyó) que ni las conferencias que se anunciaban en los periódicos eran el pan nuestro de cada día ni la cultura era prioridad nacional. La ``Nueva geografía de la novela'' reunió a nueve de los más grandes escritores vivos de distintos continentes. Antes de que Carlos Fuentes y Nélida Piñón, Susan Sontag y Juan Goytisolo, José Saramago y John Coetzee, Edna O'Brien, Sergio Ramírez y Gabriel García Márquez maravillaran a un auditorio sorprendentemente numeroso que se dio cita para oírlos en El Colegio Nacional, George Steiner hizo acto de presencia en Bellas Artes y provocó reacciones encontradas. Con una prodigiosa maestría expositiva digna del Mago Mandrake -aquel que antes que una lección de magia daba siempre una lección de estilo-, dio el pésame a las humanidades. La cultura, dijo, hacía tiempo descansaba en paz. La polémica está abierta y una muestra está en parte de la entrevista colectiva hecha a Susan Sontag durante su visita a México.
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-Porque Demócrito y los atomistas sostenían que en el pleno no puede haber movimiento -me explica mi viejo amigo y condiscípulo José Antonio Robles, filósofo. Hemos ido a comer juntos después de mucho de no vernos, y ya estamos terminando. Le pregunté en qué eruditas cavilaciones andaba y me está respondiendo. Su breve disquisición despierta en mí emociones antiguas y casi olvidadas. La expresión ``en el pleno'' me llena de nostalgia: Demócrito afirmaba que hay pleno, los seres que son agregados de átomos, y hay vacío; el movimiento (palabra de sentido amplio que incluye todo cambio, también, por ejemplo, el crecimiento) se explica como el desplazarse de los átomos en el vacío, luego en el pleno mismo no puede haber movimiento. -Pero Aristóteles no está de acuerdo con esta afirmación, la juzga innecesaria -prosigue Robles-, y pone tres ejemplos de movimiento en el pleno -aquí paro las orejas porque los ejemplos de Aristóteles son siempre de gran plasticidad e ingenio y vale la pena oírlos-: el rubor que colorea las mejillas, el vórtice o remolino, y el pez que nada en el agua. Claro, claro, mi vieja y nostálgica emoción crece. El rubor y el remolino considerados movimientos en el pleno, qué maravilla, la poética de las ideas: ¿cómo podrías haber asociado el rubor de la doncella con un remolino? Me gustan el rubor de las doncellas y los remolinos, imagino uno espeso y lento, casi gelatinoso, de vivos colores. Y está el Maelstrom de la pesadilla de Edgar Allan Poe. Los presocráticos, qué tipos, qué audacia y qué frenesí de pensamiento. Concebir una teoría atómica así, nada más, razonando. Y mi memoria viaja de regreso, y voy allá lejos, en el tiempo. Estoy sentado en mi pupitre, con mi pluma Sterbrook y mi cuaderno de pasta ocre, de la Helvetia, en la clase de Presocráticos de Eduardo Nicol. Por ahí anda Carmen Fabregat con su letrota, y Carlos Pereira con su letrita. La clase de Nicol es una de las más famosas de la facultad por ser de primer ingreso, es decir, masiva. Muchos entran a primero, pocos pasan a segundo y menos a tercero. Así que muchos que no estudiaron filosofía oyeron, sin embargo, a Nicol. Y qué bueno para ellos, porque qué bien hablaba el maestro, aplomo infinito, algo histriónico, pero en el buen sentido, y gran estilo verbal: sintaxis elaborada, cadencia firme, vocabulario riquísimo. Un día que andábamos protestando por la guerra de Vietnam, eran los inquietos sesenta, nos regañó en estos términos: -Ustedes protestan por los sucesos en la Conchinchina y no los conmueve que su facultad esté en ruinas y exhiba sus refajos arquitectónicos. Y eso de ``refajos arquitectónicos'' hizo época entre nosotros. Pero esa generación de españoles transterrados hablaba con arte. Gaos, Recasens, Roces, Gallegos Rocaful, cómo articulaban. Baroja dice ``ya ven lo bien que escribía Ortega y Gasset, pues hablaba mejor''. Aunque siempre admiré el genio verbal de Nicol, más tarde critiqué mucho todo lo demás. Nosotros manifestamos violento rechazo a los presocráticos de Nicol por dos razones: (1) porque nos parecía absurda la enseñanza histórica de la filosofía. Lo interesante de ella, pensábamos, son los problemas que permanecen vigentes, no la sucesión de tesis o posiciones que los acompañan; y (2) porque adoptamos el modelo o patrón de claridad filosófica anglosajón, más riguroso y próximo a las ciencias exactas. Dejamos de leer a Sartre, Ortega y Heidegger para leer a los matemáticos-filósofos, Frege y Russel, a Wittgenstein que era monstruo y a los británicos, Ryle, Austin y Strawson. Pero esa guerra ya pasó, y hace mucho, reine la paz: cuando oí a Robles explicar al gran Demócrito, la emoción de mi recuerdo trazó un puente sobre las exigencias y doctrinas y vino a entroncar en aquellos viejos días en que, con toda ingenuidad, escuchaba desde mi pupitre a Nicol. Y volví a sentir el mismo gusto a reliquia presocrática. De vuelta a mi casa desenterré para echarle un ojo Early greek philosophy, el clásico estudio de John Burnet, primer libro que, por requerimientos bibliográficos de Nicol, leí entero en inglés. Y puesto que disfruté hojeando el libro de Burnet, me dije: con las guerras del tiempo pierdes muchas cosas que el mismo tiempo, en el ir y venir de sus corrientes y mareas, a veces te devuelve intactas. Y es una dicha cuando sucede.
Mi sucia historia
Hace pocas semanas escribí un artículo para la revista Generación acerca de la apotemnofilia (el fetichismo sexual que consiste en querer amputarse extremidades); poco después escribí un texto sobre el incesto para Complot. En cada ocasión realicé numerosas búsquedas en línea. Entre mi última compra a la librería en línea www.amazon.com estaba el libro Gods of Death, de Yaron Svoray, una investigación periodística (bastante dudosa) acerca de la existencia de redes de distribución de snuff films (cintas pornográficas superclandestinas en las que supuestamente una mujer es asesinada como parte del entretenimiento). Si alguien ha estado siguiendo mis pasos en la red debe haberse creado una imagen bastante curiosa acerca de mis intereses y preferencias eróticas. Un ejemplo es que, desde entonces, cada vez que entro a Amazon, me reciben recomendaciones ``personalizadas'' extremadamente macabras inspiradas por mis últimas compras. Este y muchos otros servicios en línea quieren complacernos tratando de crear la ilusión de conocernos al recordarnos nuestras anteriores visitas o al ofrecer selecciones de productos semejantes a los que hemos comprado o usado en el pasado. Esto en muchos casos, más que reconfortar por su simulacro de familiaridad, resulta muy intimidatorio, en particular si somos recibidos con cordialidad al entrar ``por accidente'' a una página especializada en sexo con animales. Resulta paradójico que el refugio más grande del planeta para los paranoicos es el lugar más vigilado y vigilable del mundo conocido. En el ciberespacio todo movimiento deja huellas (aunque hay quienes aseguran que podemos borrar nuestros pasos con estrategias tan simples como el famoso y legendario comando: HISTFILE=/dev/null; se aceptan otras sugerencias); el hecho de que alguien esté interesado en seguirlas es otro cuento.
Vigilantes del comportamiento
Recientemente apareció la empresa Alexa Internet (www.Alexa.com), que ofrece a los usuarios información acerca de la popularidad y localización de las páginas que visitan. Este servicio tiene lazos con el Archivo de Internet (del que ya hemos hablado en este espacio), el cual tiene por objetivo crear ``fotografías'' de la red para guardar una memoria (y salvar de la desaparición a cientos de páginas) de un medio en continuo cambio. Lo que realmente hace Alexa es monitorear el comportamiento de los usuarios de manera individual y sistemática (argumentan que quieren ofrecer a los usuarios una idea del contexto en que se ven determinadas páginas). Por supuesto que los creadores de Alexa aseguran proteger el anonimato y la privacía de los usuarios. ¿Cuántas veces hemos oído eso antes?
Ser nuestro propio Big Brother
Un mecanismo de control eficaz y aterrador está tomando forma en internet. Nadie limita nuestros movimientos; tan sólo se nos insinúa que a dondequiera que vayamos alguien nos está vigilando. Continuamente se nos recuerda que casi cualquiera puede tener acceso a nuestros registros y que individuos y organizaciones pueden comprar nuestros datos para los más diversos fines. En cualquier momento nuestros pecadillos, perversiones, debilidades y frustraciones pueden ser usados en nuestra contra. ¿Quién se va a atrever a visitar la página www.analsex.com sabiendo que esa dirección altisonante quedará inscrita para siempre en su historial? Ahora bien, sería erróneo pensar que basta salir de la línea para estar a salvo de los ojos y oídos inhumanos, pero el problema no se limita a nuestras visitas a Internet. Nuestro pasado digital queda inscrito en dondequiera que haya computadoras (desde el videocentro hasta el banco, pasando por el supermercado). No obstante, es insensato desaprovechar los recursos que ofrece internet por temor a futuros bochornos y posibles enredos serios (como que se nos nieguen empleos, préstamos, becas, membresías en clubes o que se nos incluya en listas de violadores o pedófilos potenciales). Lo que es cierto es que no debemos censurarnos por temor a ``manchar nuestro cibercurrículum'' (el cual seguramente debe estar percudido), ya que eso tan sólo contribuirá a fortalecer el espíritu censor en internet.
3 axiomas
El experto en seguridad cibernética y guerra informativa Winn Shwartau, en su libro Information Warfare, apunta que en el ciberespacio hay tres axiomas que debemos tomar en cuenta: 1) No existe tal cosa como la privacía electrónica; nuestro yo digital es una imagen borrosa, y a veces contradictoria, formada por una colección de bits dispersos en diferentes rincones de la red y por lo tanto imposible de ``cuidar''. 2) En el espacio virtual uno es culpable hasta que demuestre lo contrario; ¿qué podemos hacer si de pronto descubrimos que en la base de datos de una agencia de seguridad nacional aparecemos como terroristas, asesinos, narcotraficantes o bien como difuntos? No hay afirmación más kafkiana que ``la computadora no se equivoca''. 3) La información es un arma; nada es más sencillo que difamar, destruir reputaciones, hacer correr chismes y sembrar terror mediante la red; además, nadie tiene que rendir cuentas por ofrecer datos falsos en línea.
Naief Yehya
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