José Cueli
Musicalera, la feria texcocana

En la plaza de toros de Texcoco es muy raro que los feriantes se extrañen de nada. Las corridas de ``toros'' se han vuelto de risa loca. De risa, sí, de risa... los cabales se llenan la boca de carcajadas... ríen a mandíbula batiente corrida a corrida... al fin dicen los expertos, nadie sabe nada de nada en el toreo y por eso hay que reir... que si los toros son chivos... que si los chivos son cabritas... que si los chivos y cabras están despuntadas... que si los lidiados en la México eran becerros... que serán los chiquilines lidiados en Texcoco.

Que nadie se llame a engaños, todos sabíamos que lo serían... y nos morimos de la risa... ja ja... la risa es una piel tensa que sube y baja las escaleras de la Plaza de Texcoco, el palenque y el desmadre con los conjuntos musicales que atruenan el ambiente... y si los de la México eran becerros, los de Texcoco serían cabrillas, ja ja... la risa, siempre la risa...

Lo que antes era emoción, seriedad y tragedia, en la actualidad es diversión juerga cumbianchera. Pero, ¿qué es la seriedad y emoción en el toreo? como se demostró por los exámenes practicados de la facultad de medicina veterinaria de la UNAM, lo que parecía toros eran becerros, llegamos a la conclusión quijotesca que todo es ilusión, vaga y difusa que fluctúa sin poder definirse inasible.

Huyeron las ilusiones de los días lejanos que sabían a romances toreros envueltos en la muerte entre carcajadas y risas burlonas, por los becerros con cuernitos de mazapán que se dicen toros de cuatro años... ja ja... a pesar de no ser ni sombra de aquellos toros que los públicos arrebataban con su peligro seco y trágico. Ya sólo quedó el recuerdo de lo que fue el toreo entre risas, risitas y risotadas.

Por la boca abierta de la plaza texcocana se escaparon las carcajadas que sustituyeron a los olés. Carcajadas que son una queja que se pierde y a nadie le importa. Carcajadas que crepitan en lo remoto y rasgan el aire curtido a manteca frita y tequila de la feria texcocana. Por el aire aceitoso sólo se ven dentaduras postizas, con dientes de oro careadas, chimuelas y una que otra como tecla de piano de los artistas que participan en los palenques y festivales ecuestres, matizadas por el humo de los puros.

En el ruedo becerros para faenas cantinflescas (trapazos llamados derechazos) que también son dramas humanos, chispas de ansiedad de los toreros que se juegan la vida, lo mismo con los becerros lidiados (o que casi nada) que con toros cinqueños. Claro los toros provocaban seriedad y los becerros carcajadas al ritmo vibrante de las cumbias que sustituían a los pasos dobles. Los bureles mataban con sus pitones asesinos, los becerros sólo matan pero de risa... o a topes como le sucedió a Enrique Ponce, quien resultó con las costillas lastimadas.

Entre la alegría fiestera texcocana, que importan si aparecen por toriles becerros o toros, pero tampoco importa lo que con ellos realicen los toreros. El público vacacionista (muy pocos aficionados) se divierten de todos modos con la más alegres de las cervezas. Lo mismo con el pequeño maestro El Juli ,que con el valor alocado del Negro Montaño, el estocadón de su tarde de despedida de César Pastor, la tersura de Pedrito de Portugal, que chifla las verónicas de Guillermo Capetillo de hondo desmayar y jugar de brazos, con mucho lo mejor de la semana texcocana.

¡Hay becerros mios llévenos a los aficionados a la boca abierta de la plaza que da la risa a la feria texcocacana para decirle adiós al toreo!