DobleJornada, Lunes 6 de abril de 1998
La creación del Parlamento de Mujeres de México es el fruto de un proceso acumulativo de convergencia política y del hablar entre mujeres contra su opresión. Un paso decisivo para la transición a la democracia, para la inserción e incidencia de las mujeres en la deseada y postergada reforma del Estado mexicano que pide a gritos una nueva constituyente, donde la igualdad sea el signo del cambio, de la voluntad política y del desarrollo hacia el nuevo milenio. Una propuesta para una nueva humanidad.
También el Parlamento es producto del balbuceo creciente de la reforma en la sociedad, esa de las mentalidades que, en medio de una situación crítica, guerrera y violenta, se abre paso lentamente entre muchos sectores de la población mexicana para acabar con impunidades e injusticias. Es el resultado de la convocatoria urdida por miles de mujeres que han dicho hasta aquí, sucedánea de la lucha milenaria de las mexicanas por constituirse en personas. Es también un nuevo significado de ciudadanía.
Durante el pasado 8 de marzo, al llegar a un punto de acuerdo, al Parlamento, dentro de las estructuras legales vigentes, las mujeres interpelaron al Estado, al gobierno y a la sociedad; pusieron otro tabique a la construcción de la democracia genérica a que aspiramos. Desde lo femenino se constituyeron en República, en el espacio privilegiado del Congreso de la Nación, ahí donde se hace política, en el San Lázaro masculino. Simbólicamente afirmaron el equilibrio de poderes, la descentralización, la desaparición del presidencialismo y el cacicazgo de cualquier tipo, con la herramienta del parlamento, del diálogo, la tolerancia y muy significativamente con un mensaje de paz.
Así, la fecha dejó de significar sólo la tradicional jornada de lucha a que nos convocó en 1910 Clara Zetkin, para convertirse en México, sin ambages ni timideces, en el comienzo de un otro porvenir, dentro de un proceso de discusión política, legislativa, de crítica a los planes y programas gubernamentales. Este comienzo fue decidido bajo reglas claras, inclusivas, de encuentro, a contrapelo de las pretensiones que son del pasado dogmático o de una concepción partidaria paralizante.
No es exagerado afirmar que la constitución del Parlamento tiene la altura, en imagen y contenido, de aquella espléndida de 1934, cuando las mujeres llenaron la Plaza de Toros de la ciudad de México para exigir su derecho ciudadano a votar y ser votadas. Ahora mil 300 voces, representativas de miles, exigieron ciudadanía plena.
Estuvieron ahí legisladoras federales, estatales, políticas, mujeres de la sociedad civil organizadas y no organizadas, haciendo eco al viejo sueño: seremos miles, como decíamos en los años 70.
Erguidas, haciendo uso de su voz, las mujeres de todo el país pactaron --¡cuánta falta hacen los pactos!--; como dice Celia Amorós, profundamente idénticas pero diferentes, hicieron gala de autonomía, de ese derecho a la libre iniciativa, a la libre expresión; plantearon demandas y propuestas legislativas, exigieron el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés, de los internacionales, y en una sola voz expresaron su decisión de hacer efectivos derechos postergados, minimizados o disminuidos. Derechos de ciudadanas y humanas.
Lo que sigue es largo, duro y difícil. Es la tarea y el compromiso de romper el cerco del patriarcado, a cada paso y en cada palmo de territorio en este país; de la política en 32 congresos locales; de las costumbres y resistencias en los partidos políticos, en las organizaciones y asociaciones mil, en las comunidades, pueblos y ciudades donde viven los más de 90 millones de mexicanos y mexicanas, ahí donde la nueva vida de las mujeres deberá enraizarse, para que desaparezca la desigualdad y la violencia. No es fácil, hablamos de un paso de largo aliento. Estamos en la mira.