Sin agua para consumo humano, 25 mil localidades
Víctor Ballinas, enviado, II/ Ejido El Leoncito, municipio de Doctor Arroyo, NL Ť Hace seis meses que no llueve y el agua de los aljibes, única fuente de abastecimiento, se agotó. Las 60 familias que habitan este ejido beben agua salobre del único pozo que tienen, y esperan la lluvia...
``Con un día de lluvia se llena nuestro aljibe para medio año. Si llueve más tendremos agua para terminar el año . Ya estamos esperando que llueva para sembrar frijol y maíz'', dice el comisariado ejidal, Nicolás Morales.
A este ejido se llega tras varias horas de camino por planicies áridas, con suelos color café o castaño, que al paso de los vehículos por la terracería levantan cortinas de polvo suelto y dejan ver el suelo seco y agrietado del que estos habitantes viven.
La sequía se siente ya en San Luis Potosí, Zacatecas, Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas y otros estados, donde todo el año las temperaturas son extremas, ya por el calor que rebasa los 30 grados en primavera y verano, o por las bajas temperaturas de invierno con 12 grados bajo cero en promedio.
El impacto de las sequías en las comunidades rurales enclavadas en zonas áridas, según reportó la Comisión Nacional de Zonas Aridas (Conaza) el 2 de abril de este año, fue durante 1995 y lo que va de 1998 el siguiente:
Carencia de agua para el consumo humano en las más de 25 mil localidades, comunidades o ejidos dispersos en el semidesierto, por el abatimiento o reducción de las fuentes permanentes de abastecimiento.
En las comunidades más alejadas, la gente bebe agua de los bordos del abrevadero que aún tiene agua, donde lo hacen también los animales, y es cada vez más creciente el número de las comunidades dependientes del abasto de agua por medio de auto-tanques del Plan Acuario de Conaza.
Se procede ya a poner en marcha programas urgentes contra la sequía, la Conaza habilita como carros cisterna sus ve- hículos para distribuir agua a las comunidades, hasta donde alcance el presupuesto, y vende forraje a mitad de precio.
El reporte de la Conaza indica que el nivel en las presas de la región lagunera es de 13 por ciento de su capacidad, en las de Chihuahua, de 19, y en las de Coahuila y Tamaulipas, de 16 por ciento.
Ya está la tierra preparada para sembrar, sólo falta que llueva
En el ejido de San José González, municipio de Galeana, Nuevo León, se batalla para sacar el día. No hay más que esperar la lluvia para sembrar en las tierras de temporal y dedicarse el resto del año a la talla manual del ixtle.
``Aquí no hay otra cosa que tallar. Batallamos con la vida pero aprendemos a vivir. Ya tiene mucho que cayó la última lluvia, por eso se está secando el aljibe. No llovió mucho y todos usamos la del aljibe''.
Se trata de una comunidad de 95 ejidatarios que viven de sus cosechas, de la talla de ixtle y la cría de ganado caprino. En este ejido, como en los 2 mil 500 de las zonas áridas, la economía es de subsistencia.
La vida los ha tratado mal. Predomina la población sexagenaria en varios ejidos. Los jóvenes emigran, dejan a sus progenitores al cuidado de la casa y los animaleSe van a Monterrey, a Saltillo u otros centros de población urbana del país, aunque algunos, pocos, viajan a Houston, Texas.
Socorro Reséndiz, de 63 años, y Juan Ramírez, de 61, conforman uno de los muchos matrimonios de la tercera edad que sobreviven en este lugar comiendo tortilla con sal o con chile y, cuando les va bien, frijoles.
En este ejido, como muchos otros, los jóvenes emigran en busca de mejores oportunidades, se van solteros, o con su familia, y sus padres quedan en el olvido. A veces pasan tres o cinco años para los visiten, y después sólo ``les mandan razón'' con conocidos.
El sol refulge en todo su esplendor y hace brillar el suelo café. Quema a quien anda por las veredas y caminos. Los habitantes de este ejido salen en carretas tiradas por burros para ir al pozo a traer agua, aunque sea salobre, pues la sequía agotó el aljibe.
``Aquí estamos bien jodidos, pero aquí estamos. Aquí nacimos, aquí crecimos y aquí esperamos la muerte'', dice don Juan. Su señora sólo se agacha.
``Ojalá y viniera a vernos el mero mero del gobierno pa'que vea cómo vivimos. Aquí estamos olvidados, que se dé una vuelta, que mire como está su pueblo. Que vea que no tenemos agua, y eso es cada año. Se acaba el agua del aljibe y vamos a la presa a traerla y, ¿sabe?, está salada y es negra, pero así nos la tomamos; qué le hacemos''.
Doña Socorro busca en sus recuerdos, abre su ropero y pasa una y otra fotografía, las va sacando una a una de una caja vieja de zapatos. Toma una, se la lleva al pecho, a su corazón, y al evocar sus recuerdos se le escurren las lágrimas.
Tiene en su mano la fotografía de su única hija, que desde hace 10 años se fue a Monterrey. Hace cinco no los visita. Los viejos esperan con ansiedad esa visita y la de sus nietos, pero sobre todo, la de su yerno:
``Es que la casa -de abobe y techo de pajas y lámina- se está abriendo. Necesitamos cambiar un pedazo de la pared y del techo, pero mi marido no puede. Está enfermo, ya está grande'', explica. Los esperan con impaciencia porque ``él es albañil, a ver si ahora que llegue nos arregla la casa''.
En la cama, don Juan intenta sentarse. ``Está enfermo de la cintura. Se puso a tallar y ahí se quedó hoy en la mañana. Con unos centavitos compramos la comida, pero estaba tallando la lechuguilla y ya no pudo, el dolor no lo dejó'', comenta su mujer.
A don Juan el infortunio lo ha perseguido. Sentado en su cama, recuerda... ``cuando era joven, el burro me tiró en un horno -donde queman la candelilla-. Es un hoyo en la tierra con fuego abajo. Ahí me quedé. Me quemé tanto que tardé 18 meses en cama. Imagínese, mi burro se murió.
``Luego, preparando la tierra para la siembra, los burros me arrastraron y me pasó la yunta por las piernas, después, cortando la lechuguilla, me caí y me lastimé la espalda; desde entonces ando mal''.
Doña Socorro, con la mirada triste y sus ojos llorosos por el recuerdo de la hija a la que no han visto hace varios años, dice : ``a veces Diosito nos manda el agua para sembrar, pero oiga usted, yo a veces ya no quisiera que lloviera, porque él -su marido- ya no puede sembrar, y como quiere sembrar, pues yo siembro, y luego hay que quitar la yerba y meses después hay que ir a cortar, es duro''.
Los ancianos pagan 10 pesos porque les lleven agua a su casa , cada vez que se les acaba la del bote. Pagan para cortar la cosecha y ``nos queda un poquito de maíz para vivir, pues aunque sea tortillas con sal y agua comemos; eso no nos falta''.
Un par de perros flacos, los cuidan...
Julio Trejo y Juana Solís forman otro matrimonio que espera la visita de sus hijos. ``Se fueron dos a Monterrey y uno a Saltillo, aquí nos dejaron a cuidarles sus animales''. Don Julio ya preparó la tierra, espera sólo la lluvia para la siembra...
``No importa que no dé nada la tierra. Hace ya varios años, como tres, que sembramos despúes de la lluvia, pero llueve tan poco que el maíz no crece, se queda chiquito, ni siquiera sirve como alimento para los animales. No importa, cada año sembramos para ver si nos va mejor pero no hemos tenido suerte, no cosechamos pero nos gusta sembrar. Eso es lo que sabemos hacer y nos da para vivir un rato''.
Economía de subsistencia en la mayor parte de las zonas áridas
La Conaza destaca en su informe que la agricultura que practica el grueso de la población de los ejidos de Nuevo León, Coahuila, Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí, Tamaulipas, Oaxaca, Chihuahua, Durango y el estado de México, entre otros, es de temporal y sólo permite una subsistencia muy precaria.
La Secretaría de Agricultura Ganadería y Desarrollo Rural señala en sus reportes Datos Básicos 1997 y Producción Agropecuaria 1997, Balance y Perspectivas, que mientras el rendimiento por hectárea de maíz en sistemas de riego es de 3.3 toneladas, y en zonas de temporal, sobre todo en las regiones áridas, de entre 300 y 500 kilos de maíz por hectárea.
En promedio los ejidatarios cosechan dos hectáreas, una de maíz y otra de frijol o las dos de maíz. La Conaza explica que para ``los ejidatarios la tierra es un bien de consumo y no de capital, por lo que el deterioro de los recursos no representa una preocupación considerable''.