Las palabras pronunciadas por el director general de la UNESCO, Federico Mayor, en el contexto del encuentro de la Unión Interparlamentaria Mundial -celebrado en Namibia- representan una llamada de advertencia sobre los riesgos y efectos inherentes al proceso de globalización por el que atraviesa el mundo contemporáneo. La globalización, señala Mayor, es una política impuesta y desprovista de los valores indispensables de libertad, justicia, igualdad y solidaridad; es una trampa para impulsar un modelo de economía de mercado salvaje que sólo beneficia a las naciones y a los individuos económicamente poderosos, pero que olvida y desampara a los más débiles y pobres.
Y como lo han señalado incontables personas y organizaciones de múltiples nacionalidades y orientaciones políticas, la aplicación a ultranza y sin mediaciones del modelo globalizador sólo conducirá a concentrar aún más la riqueza del planeta en unas pocas manos; ampliar las iniquidades sociales; cancelar de facto las soberanías nacionales de los países en desarrollo; agotar los recursos humanos, materiales y naturales de las naciones, y a estandarizar, en aras de una apertura comercial indiscriminada, la diversidad de culturas y cosmovisiones que constituyen las mayores riquezas de la humanidad.
Es muy significativo que el responsable de uno de los organismos internacionales más respetables e influyentes, como es la UNESCO, realice señalamientos tan críticos y dramáticos como pertinentes. Y aunque la globalización tiene aspectos indudablemente benéficos -el notable crecimiento de las comunicaciones a nivel mundial, la introducción de nuevas tecnologías para dinamizar y hacer más productivas las actividades humanas y la exigencia de respeto a los derechos humanos, entre otros-, los saldos a nivel mundial de la aplicación de ese modelo no pueden considerarse favorables.
Por el contrario, la globalización ha propiciado la pauperización de millones de seres humanos, la elevación de los índices de desempleo, una dependencia cada vez mayor de las naciones en desarrollo de las grandes potencias económicas y de los organismos financieros internacionales, el crecimiento exagerado de la especulación en detrimento de las actividades productivas y el deterioro acelerado del medio ambiente.
Todos esos factores, aunados a la desesperanza de quienes se encuentran imposibilitados de acceder a los beneficios de la globalización y desprovistos de los elementos básicos para su subsistencia, pueden propiciar indeseables y peligrosos estallidos de violencia y fenómenos de inestabilidad social. El mercado, por sí mismo, no es capaz de comprender las diferencias y atemperar las desigualdades. Por ello, hoy resulta indispensable que, a nivel mundial, los gobiernos y los organismos internacionales establezcan medidas para atemperar las iniquidades resultantes de la globalización y conduzcan la economía y la política con base en los valores de la democracia efectiva, la justicia social, la libertad, la igualdad y la solidaridad.