Piglia: en México hay muchos más premios literarios que en Argentina
César Güemes Ť Mario Benedetti, María Esther de Miguel, Tomás Eloy Martínez, Augusto Roa Bastos y Guillermo Schavelzon estuvieron de acuerdo en que Plata quemada, de Ricardo Piglia, era la novela merecedora del Premio Planeta Argentina 1997. Hoy, publicada por esa casa editorial, circula en México. Conversamos con Piglia al respecto.
--El premio que le confirieron a usted, Ricardo, ha desatado polémica. ¿Es esto algo natural?
--Los premios siempre son polémicos por distintos motivos. Uno de ellos, me parece, es que la lógica del premio no es la de la literatura. Ahí no podemos hablar de jerarquías. Los jurados y los concursos cristalizan un orden que no pertenece al funcionamiento mismo de las letras. Entonces, siempre habrá un elemento polémico y antipático en un certamen. Pero por otro lado los concursos ayudan mucho a la difusión de los libros, crean una suerte de expectativa y amplían el público. Esto sí debe considerarse importante y positivo. En Argentina el inconveniente suplementario es que el Premio Planeta es el único que existe, no es como en México, donde los escritores tienen más posibilidades de participar. Allá no hay un sistema para evitar que los escritores vayan a parar al mismo premio.
--Plata quemada, al concursar, llevaba el título de Por amor al arte, que es una novela de Andreu Martín muy frecuentada desde su aparición. ¿Es esto sólo una coincidencia?
--Lo es, no sabía nada de esa obra. En mi caso le di ese nombre inicialmente porque los personajes del libro, en última instancia, hacen las cosas por amor a su propia profesión. Era un título provisorio, porque en algún sitio de Argentina apareció la noticia de que yo tenía un libro escrito con el título Plata quemada y no quise que participara bajo esa denominación.
--El hecho de conocer la anécdota central de la novela, que un grupo de ladrones queman 500 mil pesos antes de desaparecer, más que restarle interés se lo añade. No importa tanto eso, que finalmente es conocido, sino los motivos para llegar hasta ese punto desesperado. ¿Está de acuerdo?
--¡Claro! La primera cuestión que enfrenté con el libro era ésa: ¿qué es para un novelista trabajar sobre una serie de acontecimientos ya definidos? Durante todo el volumen supe que la escena central de la novela iba a ser ese momento límite donde ellos deciden quemar el dinero. A partir de ahí estaba claro para los personajes que lo único que les importaba era ver cuánto tiempo más eran capaces de resistir sin que la policía lograra sacarlos de su refugio. Así que hay como una ética en juego. Claro, una ética que no es la nuestra, no son nuestros principios, pero que debemos respetarlos como parte de alguien que detenta los códigos de los ladrones. Entonces, ahí, en la base, lo que está es el repudio a la policía.
Paradojas del azar
--Los acontecimientos sucedieron casi 30 años antes de que escribiera la novela, además de que, según entendemos, la prensa de su país no les dio la relevancia que al paso del tiempo adquirieron. ¿Cómo fue, entonces, la investigación?
--Tuve suerte en dos sentidos. El azar, paradójicamente, juega un papel más relevante cuando uno escribe un libro de no ficción que cuando se trabaja de manera completamente libre. Claro que en este último caso también el azar influye, pero de otro modo. En Plata quemada hubo una serie de coincidencias que me permitieron llegar al núcleo de la investigación. Primero que nada la existencia de un amigo mío que vivía en Montevideo en el momento en que los hechos sucedieron, quien me permitió acceder a los materiales iniciales sobre el asunto. Y segundo, un encuentro que tuve, también por azar, con una muchacha que se estaba escapando para Bolivia, y que resultó ser la amante de uno de los personajes. Yo estaba también de viaje, iba a visitar a un amigo novelista, hablamos de 1966, y ella me contó su versión de los hechos. Eso es lo que me decide a iniciar la investigación, hecha básicamente sobre las actas judiciales, sobre todo el aparato legal que rodea a un acontecimiento como el que narro.
``Uno no imagina hasta dónde el cinturón penal tiene un sistema de investigación y control sobre las personas: médico, psiquiátrico, con interrogatorios de todo tipo. Yo tuve acceso a lo que podemos considerar la base de la construcción que el Estado había hecho sobre los personajes. Lo que hice, entonces, fue trabajar sobre una serie de materiales que estaban ahí a la disposición.
``Eso fue entre 1966 y 1970, y los retomé después al encontrar una carpeta, la que menciono en el libro, que me ayudó a darme claridad sobre el punto de vista narrativo. Para la primera versión de la novela no tenía distancia con el material. No era capaz de discriminar qué era lo que había que contar y qué era necesario dejar de lado. De modo que esto es lo definitivo para retomar la historia, la distancia que yo tengo frente a la investigación.''
--Entre sus novelas Respiración artificial y La ciudad ausente transcurrieron 12 años. Seguramente no fueron años en los que dejó la escritura, porque luego viene una cantidad considerable de textos suyos. Sin embargo, ¿qué pasó en ese lapso?
--Entre mi primer libro, La invasión, que fue premiado por Casa de las Américas, y el segundo, Nombre falso, hay ocho años. En esos 12 años que refieres hice un libro de relatos. A los ocho años de Respiración artificial di a conocer Prisión perpetua, volumen de relatos o novelas cortas. Pero desde el punto de vista de lo que son los grandes proyectos es evidente que necesito tiempo para hacer un libro. Eso no significa que esté todo el tiempo escribiéndolos, sino que por mi manera de armar las historias requiero que la anécdota decante, que pase un lapso en lo que la historia destila, digamos. Habitualmente hago una primera versión y la abandono por un periodo que puede ser hasta de cinco años. Y cuando vuelvo a ella, entonces hago la versión final. Ese ha sido un poco mi sistema de trabajo.
Preservar a la mujer-máquina
--Además de los libros se ha dedicado a escribir el texto de una ópera y a trabajar para el cine. Hable de cómo comparte su labor narrativa con algo tan distinto como estos ámbitos.
--Luego que terminé La ciudad ausente, comencé a trabajar con Héctor Babenco, a quien conocen en México, en el guión de una película que ya está lista y él compagina en Nueva York. Esa es una experiencia muy distinta para mí, porque es un guión original hecho al lado de alguien como Babenco, quien tiene una larga trayectoria cinematográfica. Partimos él y yo de un personaje sobre el cual armé la historia. Después hice dos guiones más, uno es la adaptación de El astillero, la novela de Onetti, y el otro es un guión original para una cinta que ya se estrenó. Paralelamente conocí a un músico, Gerardo Gandini, quien me propuso hacer una ópera con La ciudad ausente, que es una novela que tiene como protagonista a una mujer-máquina. Una historia complicada que no es necesario que cuente ahora, pero que en términos generales habla de una mujer fantástica. Un hombre enamorado no soporta la muerte de su amada, y hace una suerte de pacto fáustico con un ingeniero, quien le ofrece preservar viva el alma de la mujer en una máquina. En la ópera partimos de esa imagen: la mujer-máquina, preservada artificialmente. Pensamos que funcionaría, porque no recordamos ninguna ópera donde la protagonista fuera algo así. A partir de ahí comencé a trabajar en el libreto. Por supuesto que sería presuntuoso decir que escribí poesía, lo que hice fue una prosa que se podía cantar, prosa con métrica.
--Otra particularidad de su tarea es que lleva un diario. ¿Cómo es?, ¿en qué forma le funciona?, ¿para qué sirve?
--En broma diría que hago una serie de libros para aguardar que ese diario se publique alguna vez, porque hay que ser conocido para que un diario tenga interés. En realidad lo empecé a los 17 años, y a diferencia de otros que hacen un diario porque son famosos, yo lo inicié por necesidad, por una tragedia familiar que me afectó. Es el libro de mi vida, el que voy a hacer todo el tiempo. Ya es una escritura muy automática. Nunca sé lo que voy a escribir. Llevo los cuadernos conmigo y se me han vuelto una segunda naturaleza. Se ha convertido en un diario de trabajo, en un apoyo, en una manera de ayudarme a mirar.
--¿Cuál es su punto de vista acerca de un jurado de altísima calidad como el que le otorgó el Premio Planeta Argentina?
--Estoy contento con el galardón más allá del premio mismo.