La Jornada domingo 12 de abril de 1998

Mario Benedetti
La vida ese paréntesis

Narrador siempre, poeta a diario, el escritor uruguayo agrega este título a su amplia obra, impreso por Alfaguara, que en breve podrá conseguirse en librerías. Conforman el volumen los siguientes apartados: Con lugar a dudas, Amor vendimia, El faro y otras sombras, Papel mojado, Laberintos, Casco urbano, Uno y los otros y Final. Del libro, en su mayor parte poesía más algunas prosas breves, ofrecemos esta selección generosamente cedida por la casa editorial


El lugar del crimen

A pesar de los psicólogos /
detectives / novelistas ingleses /
los asesinos en su mayoría
no vuelven al lugar del crimen
huyen por lo común despavoridos
en búsqueda de indultos
olvidos y fronteras
y cuando al fin suponen
que se encuentran a salvo
y consiguen un lecho
con mujer o sin ella
cierran los ojos sobre su fatiga
y penetran incautos en el sueño refugio

la sorpresa es que allí nunca hubo indultos
ni dispensas ni olvido ni fronteras
y de pronto se hallan
con que el lugar del crimen
los espera implacable
en el vedado de sus pesadillas

Formas de la pena

Cuando mataron a mi amigo hermano
borré los árboles y su vaivén
el crepúsculo tenue / el sol en llamas
no quise refugiarme en la memoria
dialogué con mis llagas / con las piedras
escondí mi desdén en el silencio
expulsé de mi noche los delirios
puse mi duermevela a la deriva
lloré de frío con los ojos secos
oré blasfemias con los labios sordos
metí el futuro en un baúl de nadie
en mis recuerdos inmolé al verdugo
pedí a lo buitres que volaran lejos
y escupí en la barraca de los dioses
todo eso quise hacer pero no pude
cuando mataron a mi amigo hermano

Papel mojado

Con ríos
con sangre
con lluvia
o rocío
con semen
con vino
con nieve
con llanto
los poemas
suelen
ser
papel mojado

En primera persona

Un cielo melancólico acompañó mi infancia
dios era una entelequia de misa y sacristía
con siete padrenuestros y alguna avemaría
me otorgaba perdones su divina jactancia

luego poquito a poco fue tomando distancia
y un día me hallé lejos de aquella eucaristía
vi tantas injusticias y tanta porquería
que dios ya no era dios sino una circunstancia

se agravó mi conciencia maravillosamente
y cada vez son menos las cosas en que creo/
cuando interpelo a dios se va por la tangente

los milagros se venden al nuevo menudeo
y así me fui cambiando de buen a mal creyente
de mal creyente a agnóstico/ de agnóstico a ateo

Muchacha

Cuando pasa el vaivén de tu cintura
la calle queda absorta / deslumbrada
si desnuda te sueña la mirada
sos carne de cañón o de censura

las vidrieras reflejan tu figura
y el maniquí te envidia la fachada
tu presencia es un riesgo / todo o nada
tu encanto es integral / base y altura

el requiebro vulgar no te arrebola
parecés satisfecha con tu suerte
no te inquietan azares ni aureola

quizá porque estás lejos de la muerte /
ya que la sombra te ha dejado sola
aprovechá la luz para esconderte

No sé quién es

Es probable que venga de muy lejos
no sé quién es ni a dónde se dirige
es sólo una mujer que se muere de amor
se le nota en sus pétalos de luna
en su paciencia de algodón / en sus
labios sin besos u otras cicatrices /
en los ojos de oliva y penitencia

esta mujer se muere de amor
y llora protegida por la lluvia
sabe que no es amada ni en los sueños /
lleva en las manos sus caricias vírgenes
que no encontraron piel donde posarse /
y / como huye del tiempo / su lujuria
se derrama en un cuenco de cenizas


La mendiga

La mendiga bajaba siempre a la misma hora y se situaba en el mismo tramo de la escalinata, con la misma enigmática expresión de filósofo del siglo diecinueve. Como era habitual, colocaba frente a ella su platillo de porcelana de SŠvres pero no pedía nada a los viandantes. Tampoco tocaba quena ni violín, o sea que no desafinaba brutalmente como los otros mendigos de la zona.

A veces abría su bolsón de lona remendada y extraía algún libro de Hölderlin o de Kierkegaard o de Hegel y se concentraba en su lectura sin gafas.

Curiosamente, los que pasaban le iban dejando monedas o billetes y hasta algún cheque al portador, no se sabe si en reconocimiento a su afinado silencio o sencillamente porque comprendían que la pobre se había equivocado de época.