Carlos Bonfil
Tierra

Dentro del ciclo Cine Español de los Noventa que esta semana exhiben la Filmoteca de la UNAM y la Cineteca Nacional, sobresale Tierra, cinta enigmática, de enorme poderío visual, realizada en 1996 por Julio Medem (Vacas, 1992, La ardilla roja, 1993), y presentada hace un año en México en el Festival de Cine Fantástico y de Ciencia Ficción. Junto con Imanol Uribe (Días contados, Bwana) y de Juanma Bajo Ulloa (La madre muerta), Medem es uno de los realizadores vascos más prometedores de esta década.

El título de su tercer largometraje remite evidentemente al clásico soviético de Dovzhenko, Tierra, de 1930, pero también en el cine español a Las Hurdes (Tierra sin pan), de Luis Buñuel, 1932. La cinta de Medem se sitúa entre la crónica de costumbres rurales y el relato fantástico, por momentos abiertamente surrealista.

En medio de una tormenta, y con la visión a lo lejos de un árbol calcinado por un trueno, un personaje literalmente cae del cielo con la misión de liberar a una comarca vinícola española de la plaga de cochinillas que altera el sabor del vino, confundiéndolo con el sabor de la tierra. El hombre se llama Angel (Carmelo Gómez) y en poco tiempo se mezclará con la gente del lugar, con el granjero Tomás y su hija Angela (Ema Suárez), con su nieta también llamada Angela (Ane Sánchez), y con una joven sensual, Mari (Silke), que será para este espíritu esquizofrénico, este ángel de ``imaginación hiperactiva'', una portentosa revelación de la carne.

Medem propone, de manera original y muy sugerente, el tema del desdoblamiento de personalidades: el motivo recurrente del alter ego, la repetición de conductas de una generación a otra, el entrecruzamiento de puntos de vista que coinciden en un propósito común; hay paralelismo incluso entre las escenas de la fumigación y las de cacería.

Angel, el ser caído del cielo, posible extraterrestre o revelación mística; Angel, el desquiciado mental de fantasía desbocada. Una suerte de visitante pasoliniano (Teorema) o de mensajero wendersiano (Las alas del deseo) extraviado en una comarca aragonesa. El personaje que interpreta Carmelo Gómez es emblema de una masculinidad cuyas armas de conquista son la pasividad y la indolencia; seduce y se somete, asiste maravillado al despliegue de goces sensuales que ofrece la estupenda Mari. El tema del desdoblamiento propicia aquí una variedad de transgresiones al código sexual dominante, y aunque esto lo ha abordado el cine español contemporáneo de mil maneras (de Almodóvar a Trueba y a Bigas Luna), en pocas ocasiones ha alcanzado ese discurso semejantes niveles de complejidad y sutileza.

En Tierra no está presente una determinación regional, geográfica, como en las cintas anteriores de Medem. El país vasco no es ya referencia obligada. El nuevo territorio es un lugar metafísico y extraño, como en una película de David Lynch, Lost Highaway, con sus territorios sobrenaturales, donde es capital el tema del desdoblamiento y el enrarecimiento de las atmósferas. En la película de Medem, la tierra invadida por la plaga de cochinillas es rojiza, agreste, semejante -según señala el director- al paisaje cantábrico. Este espacio lo recrea de manera formidable la fotografía de Javier Aguirresarrobe, quien ha trabajado previamente con veteranos como Carlos Saura y Víctor Erice, en tanto el brasileño Caetano Veloso interpreta con sensualidad melancólica el tema musical.

Tierra es una película compleja que ofrece numerosas claves de interpretación. Más inaccesible que Vacas, aunque igualmente fascinante. La historia que relata es con todo muy sencilla. Julio Medem no ve en ello contradicción alguna: ``Para decir que la vida es sencilla, es necesario hacerlo a través de una película compleja''.

Tierra se exhibe únicamente hoy en la Cineteca Nacional.