Las noticias que llegan sobre Corea del Norte recuerdan las peores hambrunas en Etiopía bajo el régimen del Negus Haile Selassie, o en Somalia. La actual cifra de un millón de muertos de inanición -aunque ya de por sí trágica- puede ser incluso inferior a la real magnitud del desastre que afecta sobre todo a ancianos, niños y mujeres. Los casos de canibalismo y, sobre todo, de asesinatos de niños por sus propias madres que se alimentan de ellos para vivir unos días más, revelan la terrible desesperación y la carencia de ayuda, que vence incluso el instinto materno y hasta los tabúes más anclados en la conciencia humana. Según sostienen los médicos extranjeros que tratan de socorrer a los hambrientos, la ayuda humanitaria que llega es acaparada, como sucedió antes en otros países, por el ejército y la burocracia de un régimen verticalista y ultracentralizado que en tiempos normales despreció la democracia y el igualitarismo, y en tiempos de excepción aplica el terrible realismo del privilegiado y decide quién debe comer y quién no, según su ``utilidad'' respectiva para el país.
Por otra parte, frías consideraciones políticas frenan el apoyo exterior al régimen de Piongyang, pues el gobierno de Corea del Sur teme agravar su tensa situación interna en el caso de dar una importante ayuda en alimentos a sus hermanos del Norte y espera, además, poner de rodillas a los norteños y tambaleantes herederos de Kim Il Sung en las negociaciones en curso sobre la unificación de los dos Estados coreanos. China, por su parte, vive una crisis en sus regiones nororientales limítrofes con Corea del Norte y tiene tensas relaciones con el régimen de Piongyang, Japón se concentra en su propia crisis, Estados Unidos, como Seúl, esperan sacar provecho político de la hambruna en uno de los pocos países que siguen diciéndose ``socialistas'', y la comunidad internacional no tiene información suficiente sobre la gravedad de los efectos de la sequía en ese remoto país; además, debido a los negativos efectos morales, culturales y económicos de la globalización, ha perdido sensibilidad y capacidad de reacción ante las catástro- fes recurrentes que cobran cientos de miles de vidas inocentes.
Por lo tanto, ante el riesgo de que la crisis actual en Corea del Norte se prolongue y lleve a la muerte a cientos de miles de personas gravemente subalimentadas y que no pueden soportar ni trabajos ni enfermedades, es indispensable una urgente respuesta organizada a escala internacional por Naciones Unidas, para hacer llegar una ayuda de emergencia al desdichado pueblo norcoreano y controlar la distribución de los víveres, dando preferencia a mujeres, niños y todos los hambrientos.
Es igualmente indispensable ayudar a reconstruir la economía agrícola de un país que en los años cincuenta fue devastado por una guerra de la que nunca pudo recuperarse por entero. Si se gastaron cientos de miles de millones de dólares en la Guerra del Golfo y en el sucesivo bloqueo militar a Irak, nada impide dedicar sumas mucho menores a una acción humanitaria indispensable que, además, ayudaría a los norcoreanos en la construcción de un sistema democrático.