La Jornada domingo 12 de abril de 1998

Eduardo Galeano
La ceremonia

No eran estallidos de celebración, eran ruidos de guerra. En el cielo de Zagreb no había más fuegos de artificio que las balas trazadoras que atravesaban la noche y abrían camino a la metralla y las bombas. Moría el año viejo y Yugoslavia moría, suicidándose en un baño de sangre, mientras Fran Sevilla terminaba de transmitir a Madrid una de sus crónicas del exterminio mutuo.

Aquella era su última crónica del año 91. Fran colgó el teléfono y miró el reloj, a la luz de un encendedor. Tragó saliva. El estaba solo, en un hotel habitado por nadie, aturdido por los alaridos de las sirenas y los truenos del bombardeo, y faltaban pocos minutos para que naciera el año nuevo. Los fogonazos de la guerra, que se metían por la ventana, eran la única luz de la habitación.

Recostado en la cama. Fran arrancó doce uvas de un racimo. Y a la medianoche en punto, las comió. Mientras comía las uvas, una otras otra, iba dando doce golpecitos, con un tenedor, en una botella de vino Rioja que se había traído de España. Eso de los golpecitos en la botella lo había aprendido de su padre, cuando él era niño y vivían en las orillas de Madrid, en un barrio que no tenía campanas.