El origen de la mayoría de las colonias de la ciudad de México se encuentra en haciendas y ranchos cuyos nombres las bautizaron, aunque en la actualidad pocos conocen su germen. ¿Quién recuerda el Rancho de Anzures o el de San Pedro de los Pinos? ¿la Hacienda de la Condesa o la del Molino del Rey?
Recientemente se ha publicado un excelente libro, con motivo de los 30 años de vida del afamado restaurante La Hacienda de los Morales, que nos permite conocer el desarrollo del poniente de la ciudad en este siglo.
Su autor, Gabriel Brena Valle, realizó una extensa investigación, facilitada por la vasta información que le proporcionó la familia Cuevas, dueña del lugar, que data del siglo XVI. Resulta increíble que los distintos propietarios hayan conservado escrituras, actas, contratos de compraventa, escritos y testimonios varios, que permitieron reconstruir la vida de la hacienda durante más de 400 años.
Su historia comienza con la encomienda de Tacuba, que le concedió Hernán Cortés a la bella y gentil princesa Tecuichpo, primogénita del emperador Moctezuma y esposa sucesivamente de Cuitláhuac y Cuauhtémoc. Luego de la Conquista, Tecuichpo fue bautizada con el nombre de Isabel y vuelta casar, ahora con un español llamado Alonso de Grado. Al año del matrimonio, nuevamente la princesa enviudó, alojándola Cortés en su residencia de Coyoacán y engendrando una hija con ella. Después la volvió a casar con otro peninsular: Pedro Gallego de Andrade.
En todas estas vicisitudes, doña Isabel de Moctezuma procreó siete hijos, quienes disputaron y se repartieron la rica encomienda. Hay que señalar que se trataba de las mejores tierras de la cuenca, por lo que eran muy codiciadas.
En 1539 se registra una compraventa de la porción conocida como Ximilpa, el antecedente más remoto de la Hacienda de los Morales, que nace con ese nombre en 1645, en virtud de las moreras que la cubrían para cultivar el gusano de seda.
Poco después de la operación mencionada, en 1541 el oidor Lorenzo de Tejada adquirió esa propiedad y las de los alrededores. Hombre muy emprendedor, llevó a cabo innumerables obras; entre otras, construyó un acueducto que traía el agua del monte de las Cruces y los llanos de Salazar, con el fin de que movilizaran los molinos de trigo edificados gracias a una concesión del rey. Increíblemente este tesoro al que tanto le invirtió, se lo vendió Tejada a los pocos años a Pedro de Sandoval, oriundo de Taxco.
En el siglo XVIII la hacienda ya aparece como propiedad de las familias Gómez de Prado y Arechavala, quienes enfrentaron numerosos pleitos judiciales con los vecinos y con la Iglesia por cuestiones de límites, y sobre todo del uso del agua que llegaba por el hermoso acueducto.
Esto llevó a que se le encargara al afamado arquitecto Francisco Guerrero y Torres un plano, en donde se ve que la hacienda abarcaba la parte de Chapultepec, en donde actualmente se encuentra el Campo Marte, el Auditorio Nacional, el Jardín Botánico, el Zoológico, el lago y los museos Tamayo, Nacional de Antropología y de Arte Moderno.
En 1880, el señor Eduardo Cuevas y su esposa Ana Lascurain, adquirieron la propiedad y desarrollaron los olivares, que producían un excelente aceite, y cultivaron buen trigo, fruta y desde luego maíz.
En los años 20 de este siglo los alrededores de la hacienda comenzaron a urbanizarse; surgieron la colonia Anzures, Santa Julia, las Lomas de Chapultepec.
La antigua moraleda no se libró de ese destino, y sus fértiles tierras comenzaron a cubrirse de asfalto y de casas ``modernas'', que fueron cercando las soberbias construcciones de la hacienda, las cuales finalmente en 1967 se convirtieron en un lujoso restaurante que continúa funcionando como uno de los mejores de la ciudad y que aún permite apreciar la grandeza de su pasado virreinal. Vale la pena una visita, aunque no sea más que para tomarse un copetín en el bar, pues no es precisamente económico, pero la comida es excelente.