Ahora es tiempo de sequía en buena parte del país. Esta trae consigo múltiples consecuencias: no sólo la falta o insuficiencia de agua en muchos lugares; también hay incendios del material seco, más calor que el habitual en esta parte del año y menos agua, de la que se deriva una menor generación en las plantas hidroeléctricas.
Así como ha habido inundaciones hasta en partes áridas como Tijuana y lugares de Sudamérica, hay sequía e incendios hasta en los pantanos de Centla, en Tabasco. Y no sólo en México, sino incluso en regiones del Amazonas brasileño. Se trata del fenómeno global conocido como El Niño.
Una de las más claras expresiones de este fenómeno en su lugar de origen -la franja ecuatorial del Océano Pacífico- es un calentamiento progresivo y muy intenso del agua marina. Para cuantificar el efecto se usa la llamada anomalía: cuántos grados centígrados tiene el agua en un lugar, por encima o por abajo de la temperatura promedio de unos 30 años en el mismo lugar y periodo del año. Por agosto de 1997 se registró cerca de las Islas Galápagos una anomalía de casi nueve grados centígrados por encima de ese promedio de largo plazo en el mismo lugar y periodo. La franja con anomalía superior a cinco grados se extendió en una especie de triángulo que se iniciaba en aguas no lejanas a Australia, y se abría hasta llegar al continente americano, cubriendo desde parte de las costas mexicanas hasta una porción de las chilenas.
Durante la fase ascendente y preinvernal, El Niño --que suele durar un año o más-- genera por el calor una evaporación mucho mayor de lo normal y bajas presiones. Esa combinación puede ser explosiva, pues es el caldo de cultivo de los ciclones. De ahí que en los años en que hay Niño aumenten, en abundancia e incluso en intensidad máxima, los ciclones en el Pacífico. Así, durante el año pasado la costa mexicana de ese océano fue azotada por cuatro ciclones seguiditos, de los cuales Paulina --el tercero-- fue el más grande y conocido.
En años en que se da el fenómeno opuesto, La Niña, el agua del Pacífico ecuatorial se enfría y los efectos, en cada lado, son los contrarios. Durante la última vez --1995-- aumentaron los huracanes en el Golfo; además de haber tenido tres en las costas mexicanas de ese lado, uno de ellos, Roxana, motivó la única evacuación de las plataformas petroleras mexicanas desde que éstas existen.
En Tijuana pueden pasar años sin una lluvia de importancia. Pero siempre que hay Niño el invierno trae aguaceros e inundaciones. En esa fase, a partir de tal estación en buena parte del país hay sequía. Hace poco la Organización Meteorológica Mundial emitió un boletín, según el cual el fenómeno no terminaría en mayo --como se esperaba-- sino hasta junio.
Lo anterior muestra que tales meteoros y sus consecuencias se pueden analizar y predecir, tomando medidas preventivas. En Tijuana se lanzaron avisos previos y se pusieron en marcha algunas tareas, pero nada comparable con lo que se produjo del otro lado de la frontera. Sin embargo, cuando ocurrió Paulina se buscó ``justificar'' los destrozos diciendo que se trataba de cosas imprevisibles.
Pero no es así. Los efectos negativos de tales fenómenos podrían evitarse si no se relegara a la meteorología al último rincón. El presupuesto para compra y reposición de equipo de medición, por ejemplo, es ridículo desde hace un buen número de años. Se descomponen aparatos en tal o cual observatorio de provincia (no se puede entender la secuencia de los fenómenos meteorológicos sin medir todas las variables en el país, analizando los datos) y no se reponen ni se reparan. Ese desprecio por el trabajo cotidiano, ese descuido de las instalaciones en muchos lugares de México, lo pagan hoy las víctimas de la sequía, como ayer lo pagaron las de Paulina y de otros desastres.