Grupo Beta: entre dos fuegos en la frontera sur
José Gil Olmos, enviado /I, Tapachula, Chis., 11 abril Ť ``Chivas'' -traidores- les gritan algunos de sus compañeros policías cuando se los encuentran. Los migrantes centroamericanos les huyen cuando los ven salirles al paso en las vías del tren, en las brechas o en casas abandonadas. Los salteadores los enfrentan con escopetas, machetes o pistolas a lo largo de esta frontera por donde a diario son deportados 200 indocumentados, una de las más violentas para llegar a Estados Unidos.
Sobre la cuerda floja, entre autoridades acusadas de corrupción y de violaciones a los derechos humanos, entre asaltantes nacionales y extranjeros que se han organizado en bandas hasta de 30 miembros, los policías Beta se mueven con escasos recursos materiales. Una diminuta oficina al margen de las instalaciones de Migración alberga a los 25 integrantes de este grupo que nació en mayo de 1996 por una recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).
``Los Beta (Sur) somos policías de derechos humanos, pero no somos la policía de la policía, nuestro trabajo es proteger a los migrantes de los abusos de algunas autoridades policiacas y migratorias mexicanas y de los asaltantes, no los perseguimos. Nos dicen que somos como hermanas de la caridad, padres y policías. Somos todo eso junto'', acepta su jefe, Hugo Miguel Ayala, fundador de esta agrupación a la que algunos miran como el ``patito feo'' de las policías.
Las quejas de los gobiernos centroamericanos del maltrato recurrente a sus connacionales crecieron ante el gobierno mexicano a la mitad de esta década. Abusos, excesos y violaciones de los derechos humanos por todos los cuerpos de seguridad, incluyendo a la autoridad migratoria, eran la constante.
``En la zona sur del país, los extranjeros indocumentados, principalmente centroamericanos, sufren abusos de quienes los internan o conducen por el país, y de autoridades municipales, estatales y federales que violan sus derechos. Además de los diversos delitos del fuero común que se cometen en contra de los migrantes, éstos se enfrentan ante irregularidades en el aseguramiento, detención arbitraria, falsa acusación, abuso de autoridad y vicios de procedimiento'', señala un informe oficial.
Mientras que el Comité Diocesano para Ayuda a Inmigrantes Fronterizos (Codaif), dirigido por el obispo de Tapachula, Felipe Arizmendi, en su último informe de mayo del 97 señala que es un constante motivo de preocupación que todas las autoridades instaladas en la zona ``tengan que ver con los migrantes o no, incluido el Ejército'', se inmiscuyen con éstos ``y no siempre con la exclusiva intención de salvaguardar el orden público''.
Precisa el comité creado desde 1982 que la política migratoria mexicana se ha endurecido desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. Con ella las irregularidades, que no son ``ocasionales ni circunstanciales, sino que obedecen al parecer a disposiciones oficiales'', porque los migrantes se quejan de que hasta en el Distrito Federal son detenidos por miembros de la PGR. ``Si no tienen lo suficiente --señala el organismo-- para la mordida, son entregados a Migración y deportados''.
El gobierno mexicano tiene entonces una actitud ``ambivalente'': por una parte establece medidas más duras para evitar el paso de indocumentados, y por la otra crea el grupo Beta Sur en Tapachula para mejorar el trato a los migrantes y ``poner orden en el traspatio de su casa'', y así exigir a los vecinos del norte que también respeten a los mexicanos, señala el Codaif.
Así Beta Sur comienza a operar desde hace dos años con policías judiciales federales, estatales y municipales, de manera similar a las otras ocho corporaciones de protección a migrantes en ambas fronteras que tiene el gobierno federal a partir de 1990 en Tijuana, Tecate, Mexicali, Nogales, Agua Prieta, Matamoros, Comitán y Tenosique.
Los de Beta Sur en su mayoría son oficiales chiapanecos que fueron comisionados por su agrupaciones. Con estudios que van desde la primaria hasta el bachillerato, ganan entre 2 mil 900 y 3 mil 700 pesos mensuales, en los que se integra lo que percibían en sus corporaciones de origen, donde tienen un sueldo base de 900 a mil 700 pesos.
Para apoyarlos, el gobierno federal les da una compensación de 2 mil pesos a cada uno de ellos en su trabajo de vigilar día y noche a los migrantes indocumentados que se mueven en un rango de 200 kilómetros de frontera entre México y Guatemala (de Tapachula a Pijijiapan). Por estos lugares deambulan incluso chinos e indios que son trasladados en barco desde sus países y luego introducidos en México en camiones de carga, acondicionados especialmente, escondidos entre vegetales o ganado.
Los Beta, como les llaman los otros policías, apenas y llevan una pistola para defenderse y se mueven en unidades viejas e insuficientes que ya son reconocidas por los asaltantes. Los policías aceptan las condiciones de desventaja en que trabajan, pero también saben que tardará el apoyo porque en dos años apenas les llegó una nueva camioneta y los chalecos antibalas.
Con folletos de derechos humanos en una mano y la otra lista para defenderse, los Beta atienden a más de 3 mil indocumentados al mes en las estaciones de tren y autobuses, en las rutas que transitan, los lugares donde pernoctan (casas abandonadas, el panteón y los lavaderos públicos). Cuando los encuentran a veces les dan comida, otras medicina y las más, los protegen de los abusos de las autoridades y de los ``malandrines'', como ellos nombran a las bandas criminales de mexicanos y extranjeros que se han organizado para asaltar, violar o asesinar a migrantes en su paso hacia Estados Unidos.
Un tren a Los Angeles y Nueva York desde Tapachula
Es medianoche en la estación ferroviaria de Ciudad Hidalgo, que junto con Talismán son las dos principales entradas mexicanas para los migrantes centroamericanos que desean llegar al norte. Once policías del Grupo Beta Sur se abren en abanico en medio de la oscuridad y escudriñan vagones vacíos. Debajo de la playera blanca y entre el pantalón de mezclilla, a la altura de la cintura, esconden la pistola revólver o escuadra oficial, la única arma que tienen para repeler un ataque.
Al lado de las vías pululan los burdeles de música tecno mezclada con cumbias y luces neón que iluminan a las mujeres paradas en el quicio de los bodegones, muchas de ellas centroamericanas que ya no pudieron seguir su camino a Estados Unidos.
Sobre los durmientes, sentados, un grupo de indocumentados come un pedazo de pan y bebe agua mientras espera la salida de la máquina, pero cuando descubre a los policías comienza a huir. ``Somos Beta, no les vamos a hacer nada'', les gritan, y se detienen un poco más adelante, a un lado de un montículo de basura y tierra.
De rostros demacrados, los migrantes se identifican de palabra y otros con alguna credencial. Vienen de El Salvador, Guatemala y Honduras y quieren llegar a los Estados para trabajar.
El grupo no lleva ninguna pertenencia consigo, ni bolsas ni mochilas, sólo traen lo puesto. Algunos han escondido entre la costura de sus ropas unos dólares o pesos para usarlos en el viaje. Otros se ponen dos o tres pantalones y camisas encima para usarlos en la semana o más de un mes que tardarán en llegar a Estados Unidos, si antes no los descubren las autoridades migratorias mexicanas, que los deportan por donde ingresaron. Otros esconden su dinero en el tubo de la pasta de dientes que han vaciado a la mitad. Pero los trucos ya los saben los salteadores.
Los indocumentados lo saben y en la mirada huidiza se muestra la desconfianza.
--Voy a Florida, con un tío, a buscar trabajo, porque en mi país está difícil --dice sonriendo el mulato José Hernández, quien dejó a su esposa y dos hijos hace tres días en Tegucigalpa.
--¿Ya sabes cómo llegar, por dónde? --le pregunta uno de los policías.
--Me dijeron que por Laredo...
--¿Pero ya sabes por dónde?
--No sé, pero voy a Florida --responde enseñando los dientes blancos y disparejos, con un tono suave, caribeño, que no asoma ninguna duda.
Uno de los salvadoreños, nervioso, agrega que va a buscar a su madre que es estilista en Los Angeles y otro, taciturno, sólo precisa: ``Voy a Nueva York, a buscar a un amigo''.
Luego de repartirles una cartilla con la guía de derechos humanos para los migrantes, los Beta se retiran y van a hablar con los garroteros y el maquinista para saber la hora en que saldrá el tren, porque han usado varias horas realizando maniobras que podrían confirmar el pitazo que les dieron por teléfono, de que en este tren de 40 vagones El Chon trataría de sacar a a 70 migrantes.
Lucífugos, los indocumentados han desaparecido entre los vagones. ``Van a esconderse de los salteadores mientras sale el tren'', dice el coordinador de los Beta al recordar el refrán que los indocumentados centroamericanos han tomado como lema cuando cruzan el territorio mexicano: ``Hoy son dolores, mañana serán dólares''.