Hace unos años vi una exposición de dibujos y poemas de William Blake en Madrid, y en un trozo de papel anoté algunos de sus versos: ``Lo que hoy está probado, en su momento era sólo imaginado/ Todo lo que es posible creerse es imagen de la verdad'', por ejemplo, que medio nebulosamente relaciono con lo que sucede con los manuscritos, con las cartas, con todo lo que es indicio de un hecho que tal vez existe o que tal vez no existe, que está o que puede estar, huellas rastreables o pistas falsas.
En la Universidad de Harvard, en estos momentos, están experimentando con diferentes técnicas cómo lograr que las galeras originales de Ulysses conserven intactos los colores de las diferentes tintas de las múltiples revisiones y anotaciones y correcciones con que Joyce las llenó sin siquiera cotejar contra pruebas anteriores ni tampoco contra los originales. Escribía sobre ellas espontáneamente, guiado por su antojo; cambiaba de acuerdo con lo que se le ocurría en el momento según las iba leyendo, libre, en absoluta libertad, una vez, otra, lo cual, admiten los investigadores, resulta atormentador.
Los estudiosos quieren saber todo. A dónde apuntan con exactitud las flechas que Joyce sacaba de las notas en los márgenes: ¿a la línea de arriba? ¿Antes o después de la palabra que parecen rozar? O: ¿hay cronología en el color de las tintas? Lo que hay, sin duda, es agitación. No todas las tintas eran indelebles. De la primera galera sumergida en no sé qué ácido, se desvaneció o se atenuó el primer ramillete de colores. Atormentar, mediante la maña de mostrar lo inasequible.
Dice Blake: ``Hice entonces una tosca pluma/ y manché las claras aguas/ y escribí mis felices cartas/ para que todos los niños se alegraran al oírlas''.
De las cartas de Katherine Mansfield a Bertrand Russell se desprende que ella apreció que él la apreciara; pero de las cartas de otras de las mujeres que amaban o habían amado a Russell se desprende que éste apreciaba a Mansfield, pero no tanto. Nombresotes como Virginia Woolf, Lady Ottoline Morrell, o incluso un nombre como Lady Constance Malleson, alias Coletta O'Neill, capaces de hacer a un lado el de Katherine Mansfield con toda facilidad, como quien con un gesto veloz de la mano barre una pelusa de encima de la mesa y sigue comiendo. Provinciana, promiscua, desatada, inestable, en fin. ¿Russell enamorado de ella? Imposible, querida, imposible. ``Admiro su capacidad mental, y me gusta su curiosidad ilimitada'', admitía Russell; ``pero no tiene corazón''.
``Cuando te fuiste me quedé sentada un largo rato ante la chimenea pensando en que tu despedida había sido definitiva; ¿lo fue?'', le escribe Mansfield. ``No me expliqué como habría querido; dejé tanto sin decir, que tal vez te confundí y llegaste a conclusiones falsas''. Recién empezada la relación, Mansfield le escribe a Russell en el sentido de cómo la entusiasma la idea de que se tratarán con toda honestidad; la verdad, y la disposición entusiasta ante la vida, parecen ser dos de los temas que compartieron, que los atrajeron el uno al otro, que constituyeron el nexo de su mutuo interés. La verdad, la honestidad.
Pues no sólo la envidia y los celos alimentan la imaginación; también lo hacen la mentira y el engaño. Bueno, la verdad y la honestidad asimismo la nutren, sólo que es más difícil, porque hay que hacer un esfuerzo. En la nota que anexó a las cartas de Katherine Mansfield, que sí conservó, Russell aclara que algunas de ellas pueden inducir a la creencia de que fueron amantes, pero que no fue así. El dice que ella se echó para atrás, probablemente por celos; y afirma: ``Mis sentimientos hacia ella fueron ambivalentes: la admiraba apasionadamente, pero me repelían sus oscuros odios''.
Corría la Primera Guerra Mundial; si nunca estuvo en el centro, Mansfield pertenecía al grupo de Bloomsbury. Multado Russell por dar la cara como responsable de la distribución de un folleto contra la guerra, Katherine comenta los hechos en una carta a Lady Ottoline Morrell, a la que llegó a considerar su ``mejor y más querida amistad femenina''. Se refiere a la última vez que estuvo con Russell, ocasión en la que, afirma, hablaron del elogio y de lo que uno realmente desea transmitir al escribir; o sea, de la verdad.
El 30 de julio de 1918, por su parte, Lady Ottoline Morrell, en relación a Prelude, uno de los cuentos más reconocidos de Katherine Mansfield, declara a Bertrand Russell: ``Estoy completamente de acuerdo contigo respecto a Prelude. Detesto esa interminable serie de observaciones de trivialidades... ¿Por qué darles tanta maldita importancia?'' La Hogarth Press, de los Woolf, había publicado el libro de Mansfield; Lady Ottoline Morrell se lo había llevado a Russell a prisión. Russel había comentado: ya es suficientemente malo que ocurran cosas tan triviales para que, encima, uno tenga que leer descripciones de ellas.
Rebecca West consideró Prelude parte de la obra de un genio. Por cierto, la propia Mansfield se habría sorprendido si hubiera sabido que Joyce la juzgó más capacitada para entender Ulysses que su esposo. Ella, sin embargo, se entretenía en registrar las notas que oía del canto de un pájaro mientras escribía una carta.