Emilio Krieger
La honrosa parcialidad

Para algunas actividades humanas, la serenidad, el equilibrio, la imparcialidad son cualidades muy apreciables como lo es hasta la objetividad en lugar del subjetivismo o el surrealismo, en el campo estético. Difícil es imaginar un juez justiciero, un investigador científico o hasta un confesor eclesiástico si no están dotados de la calma y la serenidad necesarias para ponderar y calificar con la necesaria laxitud.

De allí ha salido la idea de que la ``imparcialidad'' es una virtud que debiera estar siempre presente en las acciones, los sentimientos y los pensamientos de los seres humanos. La devoción por la imparcialidad ha llegado a tal extremo que el actual y ameritado secretario de Gobernación del gabinete zedillista, ha enfilado sus trompetas diciendo que ya no se le puede tener confianza en la Conai porque ha perdido su imparcialidad en el conflicto surgido ya hace más de cuatro años en el sureste de nuestro país.

Quiero aclarar que desde hace mucho tiempo vengo sosteniendo la tesis de que en una batalla por la justicia, la dignidad y el respeto a los derechos humanos, ``la imparcialidad'' no es una casualidad, sino una vergüenza y una deslealtad. En alguna ocasión todavía no muy lejana, empecé una alocución a una amplia reunión del Congreso Nacional Indigenista haciendo una expresa declaración de que yo no era un ``imparcial'' en la lucha, sino que me sentía orgulloso de estar del lado de la parcialidad integrada por los millones de mexicanos que hoy luchan contra la miseria física y moral del gobierno federal de innegables características salino-zedillistas, que pretenden ocultarse con el disfraz de un globalismo que nada tiene de humano y sí mucho de explotación neocapitalista.

Seguramente los señores integrantes de la Conai, más que sentirse agraviados u ofendidos por el calificativo de parciales que les endilga el alto funcionario antes mencionado, deben sentirse satisfechos y orgullosos por la misma razón que daba Don Quijote a Sancho Panza para oír con satisfacción el ladrido de los perros.

En la gran lucha mexicana por la justicia, por la dignidad y por el derecho que forma parte ya de una contienda universal, la imparcialidad no puede ser ya considerada como un mérito, sino como una deslealtad o, por lo menos, como una indiferencia que llena de lodo a quien la padece.

Por todo ello, dedico estos breves comentarios a transmitir una exaltada felicitación a todos los miembros de la Conai y a todos los mexicanos que no han aceptado que en sus corazones y en sus cerebros domine una ``imparcialidad'' que concede igual puesto a Carlos Salinas y a sus compinches y al sacrificado de Lomas Taurinas, a los campesinos de Aguas Blancas, que al gobernador de Guerrero con licencia y libertad; a los asesinados en Acteal, el 22 de diciembre de 1997 y a las fuerzas paramilitares y gobiernistas que les privaron de la vida.

Por fortuna, sumamos ya millones los mexicanos que no creemos en la ``imparcialidad'' como virtud y que seguimos exigiendo una distinción precisa entre verdugos y víctimas.

¡Mis respetos y mi admiración a quienes como los miembros de la Conai no se dejan doblegar por la imparcialidad y creen en la frase de Cristo ``el que no está conmigo, está contra mí!''