La Jornada Semanal, 12 de abril de 1998



Magia y literatura


EL JARDIN DE LOS MAGOS EN FLOR


José Ricardo Chaves

Durante la época moderna la magia sufrió un importante reacomodo en el orden de las ideas, transformándose en un saber desprestigiado y marginal, dado el triunfo del paradigma científico. Uno de los pocos espacios que la nueva cultura burguesa le permitió fue justamente el espacio literario. A partir del romanticismo, magia y literatura fueron de la mano, en tanto hijas de la imaginación, y tal maridaje duró cuando menos hasta los surrealistas, esos ¿últimos? magos de la letra.

Ahora bien, la magia como cultura tiene una geografía, que no es sólo física sino también espiritual. Por ejemplo, en una comparación internacional, el Reino Unido no representa sólo la actitud empírica en la filosofía y las ideas. También tiene una tradición de pensamiento mágico que arranca desde sus antiguos pobladores, como los celtas y los germanos, para absorber luego el legado grecolatino y el judeocristiano. Del Renacimiento en adelante, ha tenido en su nómina mágica a individuos como John Dee en el siglo XVI, quien por medio de su médium Eduard Kelly hablaba con los ángeles en lengua revelada (el enoquiano), y que con su libro Mónada jeroglífica pretendió dar la clave para conocer los secretos del cosmos. Entre los siglos XVI y XVII está el rosacruz Robert Fludd, quien en sus escritos aborda la magia matemática y la cábala judía, y a quien se le deben interesantes reflexiones sobre la música.

Con el advenimiento del romanticismo decimonónico, la magia se contamina de literatura: en un creciente proceso social de secularización, la experiencia mágica se confunde a veces con la experiencia estética, y específicamente literaria. De aquí que el poeta asuma el papel de mago, esto es, de puente de comunicación entre diferentes niveles de la realidad, como lo dice Rubén Darío en más de un poema.

En Gran Bretaña el ejemplo más evidente de poeta-mago en el tránsito del siglo XIX al XX fue William Butler Yeats, figura clave del renacimiento literario de Irlanda y quien ganó el premio Nobel en 1923. Mas el apolíneo Yeats tiene un doble dionisiaco, oscuro, tenebroso, y su nombre es Aleister Crowley. Por destinos del azar, en su juventud ambos escritores coincidieron en una organización ocultista llamada la Orden Hermética de la Aurora Dorada (la Golden Dawn).

Esta curiosa sociedad de magia fue fundada en 1888 por dos individuos, Samuel Liddel Mathers y William Wynn Wescott, el primero conocido por su traducción de la Kabbala Denudata de 1677, del cabalista cristiano Knorr von Rosenroth; el segundo, un médico forense del distrito de Londres y miembro de una rama de la masonería que había adoptado la estructura y el ritual de una orden rosacruz alemana, alimentada de hermetismo y cábala.

Ambos conocían a otra ocultista de la época, Madame Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica apenas unos pocos años antes, en 1875, en Nueva York, justo el año del nacimiento de Crowley (años después, de esta cabalística coincidencia el propio Crowley sacaría partido para su propia mitología personal). Mientras que Mathers no veía a la rusa esotérica con muy buenos ojos --la consideraba demasiado ``orientalista'' en su doctrina--, el erudito Wynn Wescott la menciona afectuosamente en el prólogo de su propia traducción del hebreo del Sefer Yetzirah, un antiguo texto cabalístico, y la pone como argumento de autoridad: ``Madame Blavatsky, mi estimada maestra de teosofía y amiga personal, por cuya sugerencia se hizo una alianza amistosa entre la Orden Hermética de la Aurora Dorada y el Grupo Interno de estudiantes de teosofía, me expresó su reconocimiento del valor del Sefer Yetzirah como un tratado místico sobre los orígenes cósmicos, y su aprobación de mi trabajo en lo que respecta a la traducción, y sobre mis notas y explicaciones.'' Otra significativa referencia a Madame Blavatsky se encuentra en la autobiografía de Yeats, en el segundo tomo de El temblor del velo, donde sale muy bien parada. La visión de Yeats sobre la célebre ocultista nos muestra una mujer simpática, divertida, tolerante, nada convencional, y ayuda a explicarnos el carisma que siempre la acompañó, sin importar ni sus fraudes ni sus milagros.

Volviendo a la Aurora Dorada, el caso es que esta sociedad hermética tuvo un periodo de unos quince años de vida, suficientes para marcar las trayectorias vitales de muchos de sus afiliados, entre los que estuvieron varios escritores reconocidos, como los ya mencionados Yeats(1) y Crowley; Bram Stoker, el creador de Drácula; Arthur Machen, autor de múltiples narraciones como La colina de los sueños, el escritor de historias tenebrosas Algernon Blackwood, entre otros. Ante tanta florescencia artística, a ratos me pregunto si no se trataba más bien de un taller literario oculto en una logia esotérica. También había actrices como Florence Farr --amante por un tiempo de George Bernard Shaw y autora de un interesante libro sobre magia egipcia-- y científicos como el astrónomo William Peck. Como puede apreciarse, el material humano de la Golden Dawn era bastante variado y, buena parte de él, talentoso.

Vista a la distancia, la Aurora Dorada parece más una escuela de imaginación creadora que una sociedad de magos, a menos que la magia sea precisamente esto, imaginación creadora dirigida por la voluntad, y no la versión banal de sacar conejos de un sombrero y hacer trucos de cartas. Habría que quitarse el fácil prejuicio cuando tratamos con esta magia culta de verla como mero campo de charlatanes (aunque haya muchos) o ignorantes (el currículum de conocimientos de muchos de estos magos es impresionante). Al menos desde el Renacimiento ha habido una clara separación entre magia culta y magia popular, la primera en ocasiones relacionada con el origen de la ciencia (de la alquimia a la química, por ejemplo), aunque luego la ciencia pusiera casa aparte de la magia. Mientras que la magia culta es masculina, pues tiene como figura central al mago, la magia popular es femenina, gira alrededor de la bruja.

A diferencia del grupo de Blavastky, que no tiene una actividad de magia ceremonial, en la Aurora Dorada se elaboraron niveles y jerarquías, con sofisticados rituales que desenterraban mediante invocaciones a dioses de panteones extintos. La calidad literaria de muchos de tales rituales no es nada despreciable, con pasajes de alto contenido poético. Por otra parte, a diferencia de la francmasonería tradicional, la Golden Dawn no cerró sus puertas a las mujeres, incluso éstas tuvieron roles destacados en la organización. Un aire de feminismo esotérico se mezcló con el incienso de las logias.

Otro rasgo que distingue a la Aurora Dorada de las doctrinas blavatskianas es que buscó presentar una supuesta tradición occidental de misterios, sin un influjo de términos e ideas ``orientales'' hindúes o budistas, como ocurre con la teosofía. Su punto de referencia no es una lamasería tibetana sino una pirámide egipcia. Hay eclecticismo, sí: Egipto, Grecia, Roma, gnósticos, hermetismo, cábala. Como puede apreciarse, y a pesar de lo afirmado por los aurodorados, en este menjurje teórico sí hay Oriente, aunque no extremo: lo que no abunda es hinduismo, budismo, taoísmo.

El carácter ``occidental'' de la Golden Dawn es parcialmente cuestionable, en la medida en que uno de los elementos clave en la disciplina espiritual del estudiante era el sistema de tatvas, de procedencia hindú y tántrica. Lo que sí es cierto es que todo el esquema filosófico se arma en función de la simbología del ``árbol de la vida'', o conjunto de diez emanaciones divinas, propio de la cábala judía.

Un punto, ya no de diferencia, sino de coincidencia con la teosofía, es el recurso a los maestros ocultos e invisibles para justificar un supuesto saber primordial hasta entonces secreto para las mayorías aunque vivo para unos cuantos iniciados: Madame Blavatsky con sus mahatmas tibetanos, Mathers y Wescott con la misteriosa adepta Anna Sprengel y los rosacruces alemanes. Hay aquí un concepto cercano al de la prisca theologia de los neoplatónicos herméticos del Renacimiento: una genealogía de sabios cantando una misma canción esotérica en distintos tonos, según razas y culturas, y en distintas épocas. Como ocurre con tantas sociedades ocultas, sus fundadores enlazan la Orden a ancestros y jerarquías suprahumanas, que habitan otras dimensiones del universo, como ocurre en los mejores cuentos de Machen, de Stoker y aun de Lovecraft (heredero escéptico de estos ominosos universos numinosos).

El adepto de la Golden Dawn recibía un minucioso entrenamiento que involucraba arduas memorizaciones de signos y correspondencias, meditación y visualización de figuras geométricas y colores, conocimiento del alfabeto hebreo y del sefirótico árbol de la vida, práctica de tarot, astrología y geomancia, en fin, una microuniversidad de ``conocimiento oculto''. Algo no muy distinto se demandaba a los antiguos gnósticos, mutatis mutandis, según nos cuenta Couliano al hablar de la ascensión del alma en los misterios de la Antigüedad tardía, en su original libro Experiencias del éxtasis. En este sentido, podría verse a la Golden Dawn y a otras sociedades más o menos iniciáticas de la época (la propia Sociedad Teosófica, por ejemplo) como nuevas floraciones de una sensibilidad religiosa de tipo mistérico, reprimida por la cristiandad durante siglos, y que funciona sobre la base de un dios escondido que el ser humano puede encontrar por vía de la gnosis, el conocimiento interior.

Algo que llama la atención es que esta reactivación de la magia teórica y ceremonial a fines del siglo XIX coexista con una racionalidad moderna, no negando a ésta última, sino más bien queriéndola utilizar en su propia argumentación. No niega la ciencia, tan sólo pretende ser ``la otra ciencia'': la oculta. Bajo la influencia positivista del siglo, el hasta entonces más bien amorfo legado de la tradición mágica se somete a toda suerte de leyes y racionalizaciones, siguiendo el modelo científico más que el alquímico-poético. Después de todo, tal fue el objetivo explícito del ocultismo decimonónico: crear un puente entre la fe y la razón, entre la religión y la ciencia, con la característica de que la religión que se tiene en mente no es la cristiana sino una supuesta doctrina común y anterior a las distintas religiones históricas, y de la cual éstas se derivan (la prisca theologia ya mencionada).

La Aurora Dorada no duró mucho debido a las rencillas entre sus miembros. Tanto talento mágico junto resultaba explosivo. Nacieron entonces nuevas organizaciones secretas fundadas por ex miembros de la Aurora, como Aleister Crowley, de tan polémica fama. Pero de Crowley, el mago más importante en lo que va del siglo XX, quizás hablaremos en otra ocasión. En verdad, su vida fue una novela, a veces dramática, muchas otras ridícula, pero novela al fin y al cabo.

Finalmente, no pensemos en la Golden Dawn como un tema de arqueología cultural, como algo sin mucho que ver con la actualidad, pues, para nuestro asombro, la Aurora Dorada vive de nuevo. A partir de los años sesenta se dio una especie de rehabilitación cultural de la figura de Crowley, quizás el más famoso --¿o escandaloso?-- militante de la Aurora Dorada,(2) en la que hasta los Beatles estuvieron implicados, al incluir la imagen de Crowley en la portada de uno de sus discos. El gusto por diversos misticismos, en especial hindúes y budistas, así como por las drogas y por sexualidades desinhibidas, encontró en la biografía de Crowley material más que suficiente para hacer de él un antecesor de beatniks y hippies. Y, claro, no se puede conocer la magia de Crowley sin referirse a la magia de la Golden Dawn, por lo que surgieron diversos estudios al respecto, realizados tanto por académicos escépticos como por magos eruditos y al mismo tiempo practicantes. Entre los primeros, el autor más importante hasta ahora es el historiador Ellic Howe; entre los segundos, hay varios, como Israel Regardie y Francis King.

Así, la historia y los textos mágicos de la ilustre orden finisecular volvieron a ser accesibles a los estudiantes y lectores del arte hermético, y entonces ya no sólo los académicos e historiadores sacaron provecho de ello, pues en Estados Unidos e Inglaterra se activaron grupos de magia que dicen poner en práctica los rituales de la antigua sociedad; es decir, de nuevo es asunto de practicantes y no sólo de estudiosos. En el neopaganismo posmoderno, en el sector de la magia, las ideas de la Golden Dawn gozan de un gran prestigio. Lástima que estas nuevas versiones no hayan producido los frutos poéticos de la primera orden, la Golden Dawn de Mathers, Crowley y Yeats, jardín de magos literatos. O, quién sabe, tal vez apenas se estén escribiendo...


(1) La ``Orden de la Rosa Alquímica'', que Yeats menciona en sus relatos de Rosa Alchemica (1897), puede verse como una trasposición poética de la histórica Golden Dawn. En general, en varios de su poemas, el poeta irlandés tiende a dar un sentido hermético al símbolo de la rosa: ``Red Rose, proud Rose, sad Rose of all my days!'', ``Far-off, most secret, and inviolate Rose''.

(2)La fama de Crowley viene por el lado de la magia y la transgresión social, en tanto que la de Yeats se asienta sobre todo en su poesía. Mientras que el primero es un mago-poeta, el segundo es un poeta-mago.