Los operativos no respetaron el descanso tan ansiado. Como si se tratara de adelantar el Domingo de Pascua, en Chiapas se usó la sorpresa, pero para ``asegurar'' unas pistolas y rifles menores, junto con Domingo López y socios, y luego para redescubrir la América: extranjeros barbados en Ocosingo, municipaleros osados que no esperan al gobernador y su parsimonia.
Xenófobos o no, formalistas hasta el exceso, el caso es que la herida sigue abierta y la palabra dada incumplida. Allá el subcomandante Marcos con su estrategia de guerra popular y archiprolongada, pero la creación de nuevos municipios en Chiapas es un compromiso del supremo gobierno, incumplido por el Congreso de aquel estado y hasta hoy ignorado por el flamante gobernador sustituto del interino. Más que un incumplimiento, es una necesidad y su satisfacción puede ser el principio de una solución política y social al conflicto que se vuelve interminable.
Lo peor, sin embargo, no es el operativo, sino presentarlo como otra vía para la paz. Malo es, sin duda, que se nos anuncie que en el mentado operativo fueron de la mano la seguridad pública estatal, la PGR y el Ejército nacional; pésimo, que se quiera presentar el hecho como parte de una rutina, cuando la emergencia y la excepción constitucionales en Chiapas no han sido asumidas plenamente por el Estado, aquí sí responsable de velar por la integridad y la cohesión nacionales.
No hay ni habrá salida a través de estos simulacros de normalización armada. Lo que seguirá es el desgaste de los órganos encargados de usar y guardar la fuerza del Estado y del Estado mismo, ya manifiestamente carente de reflejos y capacidades para darle al sumidero chiapaneco otra dirección que no sea la de la caída imparable al abismo.
Es una lástima que la Iglesia católica de aquellos parajes, junto con los miles de simpatizantes con la causa indígena puesta en primera fila por el alzamiento armado de enero de 1994, no hayan podido diferenciar de manera clara y pública sus preferencias. Más lastimoso es que intelectuales comprometidos con los intereses populares y con la no violencia, bajen banderas de claridad y lucidez, en aras de no sé qué justicia divina, o inmanente, asociada al zapatismo y vuelta justificación del silencio, cuando no de la apología, del discurso expreso del liderazgo zapatista.
Ignoro si estos actores del drama de Chiapas están en tiempo y disposición para realizar este tipo de reflexiones y correcciones. Demasiado aluvión ideológico y odio social se ha acumulado aquí y allá y hoy nos contamina a todos. Se trata de una erosión más dañina que la que afecta a la selva del sur.
Donde no hay excusa para que un ejercicio de esta suerte se lleve a cabo, es en los partidos políticos nacionales y en los medios masivos de información y comunicación. Es entre ellos y con ellos, y no en Chiapas, donde a pesar de todo se fragua la plataforma necesaria para la afirmación de la nueva política que la democracia electoral hizo surgir en estos duros años.
El drama se ha vuelto tragedia cotidiana, no sólo por los Acteales varios que se suceden en el sur, sino por los efectos profundos que la contienda de enero de hace cuatro años provocó. Se acabó de romper entonces un tejido en extremo precario y frágil, y lo que hoy se tiene es un hoyo negro en materia de desarrollo económico y social, así como un abismo insondable en lo tocante a la trama institucional sin la cual ese desarrollo es impensable.
Junto con esto, el lenguaje de la violencia y la fuerza, la guerra y las armas, se apoderó de muchos imaginarios, dentro y fuera de Chiapas, y la democracia y sus procesos, sus compromisos inconmovibles con la no violencia y el diálogo, en el mejor de los casos han sido puestos en paralelo con ``otras formas de lucha'', invención letal que la izquierda y el gobierno parecían por fin haber dejado atrás.
Esto de ``otras formas de lucha'', en efecto, no es vicio exclusivo de la izquierda o los revolucionarios. En el gobierno, una y otra vez se optó por ``esas otras formas'' y nunca se dio cuenta de ello a través de las formas previstas en la ley y la Constitución. De ese nudo ciego de guerras sucias y alucinaciones políticas demenciales, se salió poco a poco, a través de las reformas legales, del respeto a la disidencia y al contrario y, por último, gracias a las últimas manifestaciones colectivas de preferencia por el derecho y la democracia, vividas por la mayoría mexicana en 1994 y en 1997.
Reivindicar pronto el lenguaje de la política democrática, y volver a poner en el centro del compromiso nacional la tarea del desarrollo social, no será sencillo, porque todo lo hemos enmarañado, ahora con rimbombantes formalismos y abuso del argumento legalista. Pero es la única manera de dejar atrás la viciosa y perniciosa noria.