La lucha por la sucesión presidencial es una realidad que ya nadie puede cambiar ni posponer.
Esto se vio claramente en los últimos días. Por una parte, la prensa extranjera -en este caso la televisión de Venezuela- interrogó sobre la materia al presidente Ernesto Zedillo, y por otra, el líder del PRI en el Distrito Federal, Manuel Aguilera Gómez, se manifestó abiertamente en favor de un mecanismo democrático de elección del candidato presidencial de su partido para los comicios federales del 2000.
Por si los comentarios en lo interno no resultaran suficientes, en un acto público en el que coincidió con el coordinador de la diputación federal del PRD y ex presidente nacional del PRI, Porfirio Muñoz Ledo, éste no desaprovechó para recordar la condición de precandidato presidencial priísta del actual gobernador de Puebla, Manuel Bartlett Díaz.
De esa manera se ratifica la situación también singular de que la candidatura presidencial del PRI es un asunto que va más allá de sus militantes y simpatizantes, pues hasta sus contendientes políticos y no pocos extranjeros se sienten con atribuciones de juzgar los métodos de selección de ese partido. La situación llega al grado de que no pocos analistas sostienen que la democratización del país pasa necesariamente por la del partido oficial.
Los tiempos se adelantan
Por presiones internas o por las críticas exteriores, lo cierto es que la situación ha cambiado dentro del PRI en lo que se refiere a la sucesión presidencial.
Por lo pronto, los tiempos se adelantaron. Antes los primeros indicios de la lucha por obtener la postulación del antes invencible partido se manifestaban después del cuarto informe de gobierno, y ahora ya se habla abiertamente de precandidatos cuando apenas se ha rebasado la mitad del sexenio.
Antes, también, se manejaba el concepto de que empezar a hablar de la sucesión presidencial era una forma de restar poder al primer mandatario en funciones. Ahora no parece existir tal limitante. Por el contrario, el jefe del Ejecutivo federal parece aliviado de no tener la carga de decidir en lo personal quién será su sucesor, y por ello en todas las oportunidades Ernesto Zedillo se ha manifestado por un proceso abierto de elección del abanderado del tricolor.
Esa misma posición asumió recientemente el presidente nacional del PRI, Mariano Palacios Alcocer, y es la misma actitud de Aguilera Gómez. Por lo mismo, ha pasado a segundo término la polémica en torno a los candados que imponían a los aspirantes presidenciales la obligación de haber desempeñado anteriormente un cargo de representación popular. No hay ninguna prueba más difícil ni para los priístas ni para los militantes de otros partidos que pasar por unas elecciones abiertas de sus propios compañeros.
Ese parece ser el camino para los precandidatos que se han mencionado, como Francisco Labastida y José Angel Gurría, entre los actuales funcionarios federales, o Bartlett Díaz y Roberto Madrazo Pintado, entre los gobernadores.
Ganar elecciones internas es la mejor forma que cualquiera de ellos o los que se sumen tengan posibilidades de derrotar a la oposición, donde ya se alistan contendientes tan formidables como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo por el PRD o Vicente Fox, Carlos Medina, Francisco Barrio y Diego Fernández de Cevallos por el PAN.
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