El clima político del país se caracteriza por el combate del poder a su enemigo. Pero no están abiertos todos los frentes, sino solamente los de algunos lugares del país, entre ellos Chiapas.
Para el gobierno, lo más importante del momento actual es ligar al PRD con el EZLN y presentar a ambos como intransigentes, violentos y, además, extranjerizantes. La estrategia electoral del poder está ya en marcha en la medida en que, al no tener espacio nacional la rebelión armada, el gobierno se presenta como el único capaz de detener precisamente esa violencia que --una vez más-- aparece falsamente vinculada al PRD. Acaso el problema mayor no es el EZLN, quien no podrá ganar la elección presidencial del año 2000, sino el PRD, quien, sin duda, intentará hacerlo.
La naturaleza verdadera de la lucha política se esconde, así, en los velos que permiten las circunstancias. El PRD es el principal elemento de contención de la violencia política, pues precisamente ese partido ha fortalecido otra perspectiva, la de una lucha no armada para conquistar la democracia. De esa manera, el PRD canaliza la mayor parte del descontento político hacia formas de acción abiertas y legales.
El proceso revolucionario en Chiapas tiene varias expresiones, una de las cuales es el EZLN. Las otras no han recurrido nunca a la acción armada, dentro de las cuales hay que incluir al PRD. Pero la vieja estructura de dominación y opresión en aquél estado opera por igual contra unos y otros, con tan sólo algunas diferencias.
El enemigo de ese sistema que tiene en Chiapas su expresión más brutal es el conjunto de fuerzas del cambio progresista, democrático, justiciero. Atacar al EZLN sin tocar al PRD, a la diócesis de San Cristóbal y otros sujetos políticos y sociales, parecería un error en la óptica de Ernesto Zedillo. Así, el combate es abierto contra todos aquellos que son vistos como un conjunto por parte de los portadores de unos intereses concretos que no equivocan el sentido de sus embestidas.
En otra época o en otro país, quizá el poder hubiera aprovechado el estado de rebelión indígena para construir unas relaciones sociales nuevas y arrinconar a las viejas castas opresoras. Quizá, también, los gobernantes hubieran tratado de pactar con la oposición democrática para abrir un proceso de solución pacífica de la rebelión. Pero ese no es el poder de hoy ni ese es el país de ahora.
Los líderes del partido de los asesinos de Acteal --el PRI-- acusan al PRD de violento y contrario a la ley. Los gobernantes que han desconocido su propia firma sobre los acuerdos de San Andrés acusan al EZLN de intransigencia. Tal vez lo peor de todo esto es que una parte de la sociedad lo cree, al menos por el momento.
No es posible quedarse solamente en la denuncia de esa forma en la que el poder define a su enemigo y lo ataca. Se requiere --hay que decirlo una vez más-- una iniciativa política mayor, una suficiente libertad para decir a las claras que la suspensión del diálogo está beneficiando al gobierno que se opone a los cambios en Chiapas y en el país. Si Zedillo incumple su palabra y la firma de su gobierno es con el cálculo de que tal conducta provocará una respuesta de rechazo e indignación. Pero la suspensión de las negociaciones crea el espacio de la represión y de la campaña política de la mentira.
Hoy y aquí, el mantenimiento de la suspensión de las negociaciones está beneficiando al gobierno, quien se lanza con toda su fuerza de armas contra poblaciones inermes, incrementa el número de presos políticos, organiza campañas en las que falsamente aparecen unos extranjeros manipulando a las comunidades indígenas (justo aquellas que han tenido el valor de rebelarse), presenta a los defensores de los consensos rotos traicioneramente como intransigentes y violentos, hace aparecer a los grupos paramilitares priístas como productos de la falta de diálogo y prepara, confiado, la operación militar para capturar o matar a los líderes rebeldes.
No es cierto que las cosas estén claras, pues si así fuera el gobierno estaría a la defensiva. Poner las cosas en claro es algo propio del arte de la política, cuando los intereses que se defienden son los del pueblo, la nación, la república y la democracia.