Malas noticias: el mejor recital vocal ocurrido en la ciudad de México en mucho, mucho tiempo, pasó prácticamente inadvertido, gracias a la incompetencia o imprevisión de quienes lo organizaron. Hace un par de semanas se presentó en la Sala Silvestre Revueltas del conjunto cultural Ollin Yoliztli la espléndida contralto francesa Nathalie Stutzmann, y ofreció un recital equilibrado, redondo, lujosamente cantado, impecable de principio a fin, ante menos de un centenar de melómanos. Es evidente que tan escasa asistencia le quedó chica a la sala de conciertos pero, más grave aún, le quedó muy chica a una cantante de la talla de Stutzmann. Canciones de Schubert y Brahms en la primera parte, de Chausson y Poulenc, en la segunda, fueron vehículo amplio y suficiente para dar cuenta no sólo de las enormes capacidades técnicas de la contralto francesa, sino también de su infalible sensibilidad y de su gran intuición para cuestiones de estilo.
Los ejemplos de ello fueron abundantes. En la canción Gruppe aus dem Tartarus, de Schubert, Nathalie Stutzmann evocó espléndidamente las tonalidades oscuras de este breve drama, añadiendo a su impecable canto una sólida y mesurada intención teatral, así como una sutil variedad en la coloración y en los ataques de las frases. En Der Wanderer, también de Schubert, el énfasis estuvo en un exquisito fraseo aplicado a las largas líneas melódicas, así como en marcar con sutileza los contrastes anímicos de la pieza. Si en este y otros lieder schubertianos la cantante francesa manejó con suma elegancia la típica inestabilidad armónica del compositor austriaco (esos mórbidos ires y venires entre tonalidades mayores y menores), en la canción Der Musensohn demostró también su gran control dentro del ámbito lúdico y festivo de la expresión vocal de Schubert.
En el bloque dedicado a las canciones de Brahms, la señora Stutzmann hizo gala, sobre todo, de un lirismo amplio y expansivo, por momentos dulce, por momentos serio, y exploró las singulares aventuras armónicas del compositor hamburgués con un intachable sentido de la afinación.
La segunda parte del recital de Stutzmann resultó también una delicia, a partir de su natural sensibilidad para la interpretación de lo mejor del repertorio de la mélodie francesa. Printemps triste, de Ernest Chausson, fue un asombroso estudio en lo que podría llamarse ``paroxismo controlado'', una interpretación llena de contrastes y variedad expresiva. En Les papillons, la contralto atinó cabalmente a poner su voz en un ámbito lírico, fugaz, casi impalpable, ideal para el texto de Gautier. Para cerrar el bloque Chausson, Stutzmann cantó la parte final del bellísimo Poema del amor y del mar, que en su voz resultó un caleidoscopio de sutilezas expresivas, así como una magistral muestra de lo que pudiera llamarse objetivación de la nostalgia.
La porción final del programa, dedicada a Francis Poulenc, destiló toda ella un aroma de sutil decadencia con sabor a ajenjo. En particular, Nathalie Stutzmann cantó versiones plenas de magia y fantasía de las canciones tituladas La souris y Nuage. En estas interpretaciones quedó claro, por si hubiera duda de ello, que la de Francis Poulenc es una de las voces más lúcidas y refinadas en el campo de la canción francesa, y que la de Nathalie Stutzmann es una voz excepcionalmente dotada para cantar a Poulenc.
Al final de su recital, y fuera de programa, la cantante francesa interpretó otra exquisita pieza de Poulenc, titulada Les chemins de l'amour, compuesta sobre un texto de Jean Anouilh. La soltura vocal y escénica con que la contralto manejó esta canción, situada en las fronteras del music-hall, resultó uno de los puntos culminantes de este formidable recital.
Al éxito redondo de la velada contribuyó la soberbia labor de acompañamiento de la pianista sueca Inger Sodergren, quien hizo gala de una sabia maestría en el manejo de los matices y en la ejecución diferenciada de las densidades pianísticas relativas de cada compositor.
Sin duda, al aplauso que merecen quienes trajeron a México a Nathalie Stutzmann, hay que aparejar un severo regaño por la incompetente labor de difusión y promoción de un recital que, evidentemente, merecía un público más numeroso y una mayor atención de los medios.