Paco Ignacio Taibo II
De punks, anarquías, incendios, mujeres y ciudades
El que no ame esta ciudad y la odie con la misma intensidad, que no trate de gobernarla; el que no la goce y la aborrezca, que no trate de sobrevivirla; el que no la camine por superficie y subterráneo, que no la narre, escribo. Y luego ya no queda claro qué sigue en este discurso que elaboro día a día y a veces receto sin pudor ni piedad a mis amigos y parientes de la nueva administración democrática: mi compadre Paco, mi cuate Javier, el tenaz-Imaz, Paloma, mi mujer, y sus compañeras en la subdelegación Roma Condesa de la Cuauhtémoc y mi hermano Benito; incluso mi padre, quien desde su crítica distancia, a veces dice: ``nosotros qué mal lo estamos haciendo''.
¿Y a mí quién me otorgó el papel de ``observador participante'', sin sueldo, sin charola y sin despacho? Observador participante, ¿a poco no es bonita la fórmula? La usaban los antropólogos de izquierda en los años sesenta, para explicar que ya no querían nomás seguir mirando comunidades indígenas arrasadas por la miseria.
Pero ahí ando, viendo, mirando, dando, otorgando discursos pinches a los que algunos cuates hacen medio caso. No se trata de una ciudad, son varias. Distingo, la ciudad de la noche, tierra de nadie, donde sus protagonistas se acaban de robar cinco carros en mi cuadra esta semana, incluido nuestro Volkswagen llamado Aniceto, al que ya habrán rebautizado con nombre salinista y estará de camino a Guatemala. Distingo la ciudad del conflicto entre vecinos que aspiran a una colonia Roma-Condesa residencial posporfiriana, y los vendedores ambulantes y las putas que viven entre nosotros y que hasta que no se demuestre lo contrario también son mexicanos y mexicanas y esta ciudad también es su ciudad. Distingo: los mega atardeceres rojizos que quitan el aliento y la terrible sequía que quema el pastito en los parques.
--¿Hay anarquistas punk?
--¿En el DF?
--Sí, aquí.
--Debe haber, hay de todo. Ya va siendo Semana Santa, hasta habrá romanos...
--Van a hacer una tocada en la glorieta de Río de Janeiro y parece que después van a tomar una casa --dice Paloma--. ¿Vienes?
Desde luego, nomás faltaba. Asumo mi papel de consorte, que no necesariamente tiene que ser a lo pendejo, como los reyes de Inglaterra, y sacudo la pereza.
No son más de 50 reunidos en torno de un camión y un mural en una esquina del parque dominguero. Antes de acercarnos vamos a lo que será la nueva librería de la Casa de Las brujas. Ahí, el poeta Mario del Valle está medio espantado.
--¿No será a mí a quien quieren invadir? Seguro --dice, convencido, ya que a él siempre le pasan cosas así, y le pone doble vuelta de llave a la puerta.
--Vamos a hablar con ellos --dice Paloma.
Ojeamos un periódico mural colgado entre dos árboles, hay coherencia, se manifiestan contra todas las formas del autoritarismo, contra la violencia irracional del skinhead, contra la desinformación periodística. Desde el camioncito un cuate toca una canción de protesta con una guitarrita. Son bastante punks de estampa, también son muy-muy jóvenes: muchachas con apariencia de Morticia, palideces espectrales acentuadas por labios morados y pelos negros con azules intensos; tatuajes y pendientes, labios perforados con anillos, peinados de crestas, uno de ellos maravilloso, tres púas violetas sostenidas con cola loca, un peinado que hubiera hecho morirse de envidia a un mohicano gay.
De frente, como en los toros.
--¿Aquí quién coordina?
Nos presentamos. Abandono mi papel de consorte para volver a ser escritor de sobaco del movimiento.
Paloma les ofrece tranquilidad. No va a haber represión. La poli está rondando porque anunciaron la toma de una casa, pero no para atacar al festival. ¿Qué quieren?
Y los comisionados sacan una propuesta muy articulada sobre una casa de la cultura alternativa, talleres, música, una biblioteca magonista y libertaria, autogestión, serigrafía, comida vegetariana. Paloma asiente.
--En principio pueden comenzar a desarrollar su proyecto en este tipo de actos al aire libre sin represión; habría que buscar un espacio para que puedan montar el proyecto. Cuando dijimos una ciudad para todos, eso decíamos, queremos un gobierno que le dé aire a todos, eso los incluye a ustedes.
La miran con una mezcla de respeto y sospecha, el manual ácrata-punk no acaba de funcionar, ¿a poco estos pinches socialculeros son buena onda? ¿Se puede confiar en algún gobierno?
Curiosamente, la música que ha empezado a sonar no es rock ácido y punkero; una muchachita desgrana los magníficos versos de Calle Melancolía de Sabina. César Güemes, que acaba de llegar, comenta: ¿No son medio fresas estos punks?
--No, son más rojos que punks.
Mientras Paloma ejerce de negociadora y les explica que ni se les vaya a ocurrir tomar la casa de la India que está en el parque o molestar a los de la futura librería, o tomar nada; los muchachos asienten muy serios, mantengo mi primera polémica con los anarco-punks. Me ofrecen una hamburguesa de soya. Digo que no, gracias, que hoy traigo antojo de tacos de carnitas; me responden que sabe a carne; les respondo que de tanto andar comiendo yerbas ya se jodieron el paladar. Lo dejamos en empate.
Reconozco que tienen la gracia inocente de la provocación. Mucho más sanos que esos adolescentes que persiguen los sueños arcoiris que les manufacturan en Santa Mónica. ¿Me atrevería a dejarme unos penachos de púas así? Básicamente no, porque no estoy dispuesto a perder el tiempo arreglándolos.
Retornamos al café de Mario para asegurarle que no va a pasar nada, y en camino decirle a los policletos, que rondan las afueras del parque, que todo va bien, que dejen tranquilos a los muchachos.
Me atrae perversamente esto de ``decirles'' a los policías. Durante 33 años he rehuido a todo aquello vestido de azul que se cruzó en mi vida, muchas veces corriendo. Una vez que no corrí bastante rápido uno de ellos me alcanzó con una macana en la cara y estuve a punto de perder el ojo izquierdo, siete puntadas en arco me dejaron una de mis más orgullosas cicatrices.
El festival prosigue con tranquilidad. Dos ancianas de clase media están sentadas en la periferia, ocupando para ellas solas una banca, gozando de la música y el espectáculo, tendrán cosas que contarle a sus maridos, que se quedaron a ver el futbol. Hay un clima apacible.
Entonces apareció por el parque el famoso Monteverde, quien habría de tener un extraño papel protagónico en esta historia. Dos días antes, haciendo un reportaje para Canal 40 con los bomberos, se le cayó encima una rama encendida produciéndole heridas en la cara, y horas más tarde fue atacado por un enjambre de abejas africanas. El reportaje prometía ser interesante, pero Monteverde parecía haber salido de la Pasión de Iztapalapa, todo madreado; parecía el monstruo de Loch Ness, con un ojo cerrado y lleno de heridas. Dio una vuelta al parque y se interesó en el otro incendio.
¿Por qué en la ciudad de México había incendios? Muy raros, muy extraños, excesivamente neronianos para atribuirlos a la sequía. Incendios en la basura en Azcapotzalco, con pleito con el sindicato charro de por medio, incendios en el Ajusco, incendios en campamentos populares. Aquí en la delegación se había producido un incendio terrible en un lote de la Roma, donde había un campamento de otomíes.
Artesanos organizados por el movimiento barrial, monolingües muchos, que tenían tomado un baldío propiedad de Gobernación.
Me había enterado del baldío de los otomíes, unos 200 en casas de cartón y lámina, con paredes muraleadas porque Alicia Torres y Paloma hablaron con ellos para que mientras se regulariza la situación se escolarizara a los chavos, que no tenían papeles de ninguna clase y no estaban asistiendo a la escuela.
Total, que en la noche del viernes había ardido todo, todo. De milagro no había heridos, pero se perdieron todas las propiedades de las personas. Esa misma noche las muchachas de la subdelegación, llamadas de mala manera Las condesas de la Roma, estuvieron ayudando a salvar lo salvable, a retirar escombros y a conseguir materiales para montar un gigantesco tapanco; la arquitecta que labora en obras de la subdelegación en noche de sábado se montó en un camión y anduvo de arriba para abajo (rebautizada rápidamente como Lili la trailera). En la mañana intervinieron las brigadas de la delegación y el tapanco estaba cobrando forma rápidamente.
Después de hablar con los punks pasamos al lugar del incendio. Un militante del CEU, que trabajaba en la alfabetización de los niños otomíes, nos contó que no podía saberse si el incendio fue provocado. Por el enorme baldío se movían como hormiguitas un par de centenares de personas. Me entró un ataque de euforia, después de haber vivido estos primeros meses con la angustia de que la administración democrática sufría de parálisis (el caso de la acción cultural que yo tenía muy cerca me parecía particularmente patético), esto funcionaba.
Las veo por todos lados. Tienen 50, 40, 30 años, vienen del 68 o de los movimientos populares de los años setenta. La nueva administración democrática ha construido lo mejor de su estructura de cuadros medios con mujeres. Lo he visto aquí y allá en estos últimos meses. Y siento una entrañable sensación de victoria al constatarlo.
No ha sido el feminismo de cuota que tanto me irrita, sino la utilización de lo mejor que se tenía a mano. Hay en estas compañeras una sensibilidad política, una vocación de servicio y una impermeabilidad ante las pequeñas corrupciones del Estado, que las hacen lo mejor del cardenismo en el poder (sálveme la generalización del encuentro con alguna bruja por ahí emboscada). Aventuro explicaciones: los cuadros en el DF no venían fundamentalmente del sindicalismo derrotado en la década de los setenta sino del movimiento ciudadano o magisterial (cuyos cuadros medios eran fundamentalmente mujeres), la crisis excluyó del mercado laboral a millares de profesionistas femeninas de la misma calidad que sus colegas machines, por tanto existían cuadros abundantes en el desempleo; la pobreza de los sueldos que paga la administración hacía prácticamente imposible para algunos entrarle o lo hicieron sacrificando ingresos mucho mayores en prácticas profesionales particulares, esto dejaba un hueco que fue cubierto por mujeres que podían asumir los bajos salarios en muchos casos como un segundo ingreso familiar. Sean éstas u otras las explicaciones, la realidad es que se está produciendo una pequeña revolución social en la administración más femenina de la historia de México. Alguien tendría que estudiarlo en serio y mover la maquinita de las estadísticas y las encuestas.
En la noche una misteriosa llamada de los ácratas-punks para decirle a Paloma, con quien habían programado una reunión a la mañana siguiente para discutir sus proyectos: ``No queremos romper el diálogo, pero unos chavos tomaron una casa en la calle Durango, unos chavos de la calle, y nos invitaron...''
¿Por fin? ¿Habían tomado la casa o no?
Los periódicos del día siguiente los mostraban en la foto bien contentos, puño en alto, en la puerta de la casa de la colonia Roma.
A las 12 había una reunión en la Casa de la Cultura de la colonia Condesa, y me di una vuelta en plan de metiche cerca de la hora de comer.
Muy serios, punks de un lado de la mesa, negociadores de las autoridades del otro. Paradoja de paradojas, el representante de Participación Ciudadana era un nieto del famoso magonista Librado Rivera.
Los argumentos eran bien simples: No pueden andar tomando casas, ni siquiera sabemos en qué condiciones legales está y a quién pertenece. Apoyamos su programa, pero hay que desalojar. Esto no es juego limpio.
Del lado de los ácratas-punks, más o menos el acuerdo de desalojar, pero tenía que decidirlo una asamblea a la que invitaron.
Del lado de las autoridades una oferta: espacios en casas de la cultura ya existentes para realizar algunos de sus proyectos, la biblioteca, talleres; espacio en los parques para realizar actos en fines de semana; posibilidad de buscarles un baldío del DF para que pudieran construir y levantar su proyecto.
Me fui a comer pensando en las trampas del poder y en las complejidades del asunto. ¿Qué iba a pasar, si los ácratas-punks se negaban a desalojar? ¿Los echarían? No me veía del lado de ninguna represión ni desalojo, por pacífico que fuera. ¿Y si la casa era de un jubilado de Pemex que no tenía dinero para componerla? ¿Qué tan difícil burocráticamente es conseguir un baldío para el gobierno del DF? ¿Qué posibilidades de diálogo se abrían?
Paloma, camino a casa remataba: Si nos ponemos en la ilegalidad de permitir las invasiones se desata una ola de gandalla priísta: pero estos chavos necesitan oxígeno, hay que garantizar que puedan desarrollar sus proyectos.
Yo iba más allá: ¿Quién es quién? ¿Con quién te identificabas? Yo con ellos, desde luego.
De repente aparecieron dos chavos.
--Ya llegaron los granaderos. Hay un broncón.
Paloma los sube al coche y nos lanzamos hacia la Roma. De nuevo en mi papel de consorte observador participante.
En la calle Durango hay gran movimiento. Una panel de granaderos, personas en la calle, los chavos acomodados ante el edificio.
Los están subiendo.
Me lanzo por delante mientras Paloma se estaciona.
--¿Qué pasa? --le pregunto a uno de los punks.
--Que llegaron los policías y la dueña de la casa. Nos salimos.
--¿Y entonces por qué los quieren levantar?
--Por que hubo daños, por eso, porque irrumpieron ilegalmente --dice un señor flaco trajeado con cara de mala leche.
¡Ni madres!, me digo, y avanzo hacia la patrulla.
--Momento, no se los pueden llevar, aquí están las autoridades de la delegación y esto ya se estaba negociando. Con esto del cambio democrático no se sabe quién es quién. Los policías se desconciertan.
Aprovecho la duda.
--¡Bájenlos!
Rápidamente los cuatro detenidos comienzan a bajarse de la panel.
El trajeado y un amigo suyo, también trajeado, claro, intervienen.
--¡No, súbanlos!
--¿Y usted quién es?
--Un ciudadano --digo, en pleno estilo de la Revolución francesa pasada por el smog del Distrito Federal.
--¿Y usted?
--El abogado de la dueña de la casa --dice, como si yo tuviera la obligación de saberlo, y señala a una señora chaparrita vestida de blanco que tiene cara de enojada.
Afortunadamente llega Paloma. El séptimo de caballería con las autoridades cardenistas, solamente que esta vez viene a proteger a los apaches.
Contado así, al paso de los días parece gracioso, pero en aquel momento no estaba exento de tensión. Si estos cuates caían en una delegación con esas fachas, nadie podía garantizar que no pasaran un mal rato.
Apareció una segunda patrulla. Paloma le explicaba a la señora y a sus abogados quién era, y cómo ya se estaba negociando con los chavos para que desalojaran. La señora y sus dos compinches sólo querían una cosa, que los detuvieran y se los llevaran.
Apareció una segunda patrulla.
De frases aquí y allá nos vamos enterando que cuando la señora, su abogado y su cuate llegaron con la policía, se entabló una negociación amable en la puerta. Los muchachos accedieron a salirse.
--¿Sin conflicto?
--No, hasta eso, muy amablemente --reconoce un policía.
--Pero los daños, esto se persigue. ¡Entraron en mi casa! Que se los lleven a la delegación --insiste la señora.
--¿Cuáles daños? --pregunta un chavo --Si hasta limpiamos. Y la casa estaba abandonada.
Y es cierto, el velador reconoce que limpiaron escombros. No sólo eso, durante la mañana estuvieron invitando a los vecinos a participar en los talleres y algunos habían aceptado, por ejemplo los del estacionamiento. Quizá con equívocos, quizá no. ¿Clases de guitarra para tocar Las mañanitas o a Jimmy Hendrix?
La presencia de los nuevos policías anima a la señora y su presión funciona, los chavos vuelven a ser metidos en una patrulla.
El abogado pierde los papeles:
--Ustedes son responsables, ustedes los empujaron a la invasión, a la toma ilegal de la casa de mi cliente.
--¿Ustedes quiénes?
--El gobierno del DF.
--Se equivoca. Pueden decirle los muchachos que estábamos negociando con ellos el desalojo sin condiciones, pero tampoco queremos hacer un problema de orden público de esto, sobre todo si no hubo conflicto y una vez que vieron que la casa tenía dueño la desalojaron.
--Usted los incitó a la ocupación.
En eso aparece Monteverde con su cámara y sonidista y se acerca a la patrulla.
--¿Por qué se los están llevando? --pregunta con un tono bastante fuerte. Con su aspecto de Frankestein mejorado impone bastante. El camarógrafo avanza con la cámara.
--¿Usted quién es? --pregunta a gritos el abogado.
--¿Y usted? --responde Monteverde metiéndole la cámara casi por las narices.
Aprovecho la coyuntura para preguntarle al poli nuevo:
--¿Hubo denuncia ante el Ministerio Público?
Niega. Los señores, la señora, los llamaron.
--¡Bájelos! No hubo denuncia.
--Usted está incitando a que se incumpla la ley --dice el abogado.
Paloma en otra esquina negocia con la señora para averiguar cuáles son los daños. Se vuelve y le dice, para que también los policías la oigan.
--Queremos la convivencia. Si no hubo daños, y parece que no los hubo, no tiene sentido detenerlos.
--No, que se los lleven.
Para esto hemos logrado bajarlos, con la ayuda fundamentalmente de las cámaras de televisión.
Aparece entonces la subdelegada Alicia Torres y la abogada de la subdelegación. Otra patrulla. En seco Alicia corre a los policías. No hay conflicto de orden público. Nosotros somos la autoridad y no hemos pedido su intervención. Los polis dicen que a ellos los manda su jefe de sector.
Todo tenía un tanto de comedia chapliniana; no, más bien de película de Stan Laurel y Oliver Hardy. Los actores nos movíamos en círculos de un lado para otro. Las conversaciones iban variando. Era una historia de empates a cuatro bandas. La señora y sus cuates, que veían en los punks la confirmación de sus delirios del monstruo cardenista; la gente de la delegación que quería resolver sin represión: los policías que no sabían bien a bien quién era quién y a quienes el conflicto de autoridad los desconcierta profundamente; los ácratas-punks que en esos momentos estaban muy poco beligerantes.
Finalmente se pacta con la señora, medio convencida que la subdelegación no tenía nada que ver, y se entra a inspeccionar los daños. Mi mujer para en seco al abogado que está ardido, y en vista de que no se identifica lo saca para la calle, con la ayuda del nieto de Rivera, que acaba de aparecer en el territorio de los hechos.
La tensión va disminuyendo. Las patrullas se retiran. Mientras, los nuevos funcionarios y la dueña inspeccionan los terribles desperfectos, que finalmente se reducen a dos vidrios rotos sin que quede muy claro que los responsables fueron los muchachos.
En la calle mantengo mi segunda polémica amistosa con los punks, que están bastante bajos de forma, aunque parece que sienten que ya se libraron del paso por una delegación de policía.
--Me voy a mandar hacer una camiseta que diga: ``No confíes en nadie de menos de 30''.
Me miran con caras unánimes de: ``este güey es buena onda, pero con qué mamadas sale''. Uno de ellos dice: ``punk es libertad a todo, no tenerle miedo al ridículo''. Lo miro, me digo, este tipo tiene razón, es bastante más libre que algunos que conozco, con sus rayos lila y su camiseta perforada por tres balazos inexistentes.
Al final, y con la simpatía de los vecinos, todo el mundo se va a las oficinas de Paloma a levantar un acta donde los muchachos se comprometen a no volver a invadir esa casa.
Vuelvo al desempleo del observador participante. Monteverde y su cámara se van a la busca de un incendio.
Me cuentan que ya en la subdelegación, mientras se levantaba el acta de entrega de la casa y los anarco-punks se comprometían a no volver a tomarla, se produjo una extraña conversación.
La dueña de la casa parece que era naturista, y salido el tema en las pláticas, mientras esperaban que una renqueante impresora actuara, los punks señalaron sus coincidencias en cuanto al vegetarianismo, pero marcaron sus diferencias respecto a toda forma de espiritualismo: ellos estaban por la libertad y eran vegetarianos, pero eran racionales.
En la noche las brigadas de la delegación Cuauhtémoc habían logrado levantar un gran tapanco en el baldío. Continúan los incendios en el Ajusco. La subdelegación trabajará con los jóvenes punks para colaborar a desarrollar su proyecto cultural.
No sé muy bien qué conclusiones sacar. No sé muy bien si sacar conclusiones. Sin embargo, sé que hay que contarlo, tampoco sé muy bien por qué.