El actual Niño parece encaminarse a batir más récords. Ya en agosto pasado se midió en puntos costeros sudamericanos del Pacífico la más alta temperatura de que se tiene memoria en la región, y también, cerca de las Islas Galápagos, la mayor anomalía medida, con casi nueve grados centígrados por encima de la temperatura promedio de más de 30 años en ese periodo y lugar.
Calentar esa cantidad de agua circulante implica una gigantesca energía, que repercute en el clima mundial alterando vientos y corrientes marinas, y produciendo sequías incluso en zonas selváticas como los pantanos de Centla, Tabasco, y en varios lugares del Amazonas; también se presentan inundaciones en lugares semidesérticos como Tijuana.
Una marca que parece acercarse es la mayor temperatura que se haya medido y registrado en la ciudad de México. Ya hubo días, en la primera mitad de abril, en los que se midió la mayor temperatura en esa misma fecha. La más alta, de poco más de 33 grados, ocurrió el 10 de mayo de 1927. Nos faltan alrededor de dos grados para rebasarla, y todo indica que la sequía, el calor y, por tanto, los incendios, durarán por lo menos hasta mayo, aunque la Organización Meteorológica Mundial ha reportado que el actual Niño seguirá causando daños hasta junio.
En todo esto hay muchas cosas repetidas sistemáticamente y, en esa medida, previsibles. No siempre pasa el mismo número de años entre uno y otro Niños, ni siempre les sigue una Niña, pero hay patrones de comportamiento del fenómeno que permiten previsiones, sobre todo cuando uno de ellos ya se inició, lo cual estaba -en el caso actual- fuera de duda desde mayo de 1997. Ya se sabía que sería un Niño particularmente intenso, por lo menos desde julio. Ya se sabía que cuando hay Niños se producen más y peores huracanes que los normales en el Pacífico; ello se confirmó con los cuatro que azotaron la costa mexicana de ese océano. También se sabía que algo similar sucede en el Atlántico cuando hay Niña; en 1995 padecimos tres huracanes sucesivos en el Golfo, con la particular intensidad del Roxana. Las inundaciones de Tijuana son periódicas cuando hay Niño, y ya se esperaban. Algo parecido ocurre con las sequías en amplias regiones del país y del mundo.
En febrero todavía hubo varios días nublados pero sin lluvia, y hasta donde se sabe no se buscó inducirla, pese a que desde hace décadas se usan en varios países técnicas de ``fertilización'' de nubes con hielo seco o sales de plata, por ejemplo. Ahora, por estas páginas sabemos que personal de la Universidad de Chapingo trabaja en el asunto, y es importante que reciba apoyo y los recursos necesarios, lo mismo que la actividad meteorológica y la investigación de los fenómenos climáticos en general.
El hecho de que no sólo tengamos esta intensidad en el Niño, sino que en el último medio siglo haya mayor abundancia de Niños (con el Pacífico muy caliente) que de Niñas (con el Pacífico meridional muy frío), en comparación con el medio siglo anterior, confirma el cambio climático y el gradual calentamiento del planeta. Este, a su vez, es resultado del llamado ``efecto invernadero'', o sea, la retención del calor cerca de la superficie terrestre por el exceso de gases como el metano -principal componente del gas natural, entre otras cosas- y el bióxido de carbono, resultado final de la quema de la absoluta mayoría de los combustibles usados para generar electricidad, mover vehículos, etcétera.
Además del apoyo a los citados campos de investigación y desarrollo, es importante acelerar la creación de tecnologías de energía limpia, pues los daños causados al planeta tendrán una gran duración y efecto sobre futuros cambios adicionales en el clima.