Durante los últimos cien años, el racismo en México ha mostrado tres características: 1) ha resistido a la modernidad; 2) ha desaparecido de la conciencia pública, y 3) está dañando (como nunca) el capital moral de la nación.
1. Durante el porfiriato nadie negaba la subsistencia de una estructura racial, la herencia de la colonia, y México estaba empeñado en superarla para ``blanquearse''. De ahí la idea de imponer colonos europeos. Hoy aún subsiste el racismo, a pesar de la modernización que ha vivido el país. Hay que ver los índices de crecimiento, de alfabetismo, educación elemental y superior; la electrificación, la telefonía, internet, computadoras, láser, la radio, la televisión, la píldora, etcétera, pero los mexicanos vivimos no sólo con las desigualdades de ingresos y por regiones, sino con residuos de las castas. El ``sedimento criollo'' tiene aún el papel hegemónico.
Algunos defienden el status quo, hablando de que la movilidad racial de México ha sido enorme en este siglo. Pero en cuanto vean los anuncios que proclaman la supremacía (implícita) de la raza blanca para promover la venta de toda clase de productos y servicios, a lo mejor rectifican.
2. Nuestro racismo no está a debate. No hay ninguna política oficial para denunciarlo, afrontarlo o superarlo. No preocupa a la élite. Los estudios clásicos de Vasconcelos, Ramos y Molina Enríquez no están circulando. Santiago Ramírez hace una interpretación freudiana y habla de nuestro complejo de inferioridad frente a Europa, sin darse cuenta que lo ejercemos cómodamente en nuestro país. El estudio sobre la correlación de ingresos y origen racial de José Iturriaga fue un camino que nadie siguió. Bonfil Batalla tiene en su libro México profundo afirmaciones audaces y profundas. Pero apenas han provocado interés. La posición oficial no es tanto de una mestizofilia, sino de una indofilia demagógica. La presencia de una justa conciencia indígena cada vez más agresiva, no ha logrado combatir a fondo al racismo.
3. Lo más grave es el daño psicológico y cultural. Agustín Basave en México mestizo lo sintetiza: implica la superposición de culturas. El desprecio de los logros de la cultura nacional, la exaltación de la cultura occidental, particularmente la norteamericana, nos impide hacer nuestras síntesis, lograr la seguridad en nosotros mismos. Quiebra nuestras imágenes internas, genera dualidades desequilibradoras. Dificulta un verdadero proyecto nacional. Nos debilita y divide.
Es muy difícil atacar el racismo mexicano cuando aquellos que lo sufren, mestizos mayoritarios, parecen cómplices de la discriminación. Pero se podrían sugerir algunos caminos. El más importante de ellos es aceptar que padecemos el racismo y que subsisten en México residuos de las castas. La inteligencia mexicana y el gobierno deberían de promover la expansión de esta conciencia. Deberían prohibirse, o inducir a evitar o modificar, comerciales con mensajes racistas. La otra vía es la educación, particularmente la informal que ofrecen los medios de comunicación masiva. Los libros, periódicos, la radio y la televisión deberían crear una conciencia crítica sobre el racismo, y en la convicción (única, realista) de que México está llamado a construir una civilización mestiza con una raza mestiza.
La decadencia de la educación pública está aumentando el racismo. En las universidades privadas se educan los criollos que adquieren medios para mantener su dominio. Con buen sentido, Vicente Fox declaró que el lento desarrollo de las oportunidades educativas ha propiciado la inequidad. Esta forma de concentración del conocimiento está endureciendo las diferencias económicas, raciales y culturales.
El otro camino es la democracia. Conforme avance el proceso democratizador, las masas mestizas van a adquirir un poder creciente, porque siendo la mayoría inclinarán la tarea del gobierno a su favor. Es de desearse que cuando el racismo se critique en serio y se pongan los medios para superarlo, no se desencadene un revanchismo racial. Uno de los principales activos de nuestro país es la tolerancia.