Héctor Aguilar Camín
Fidel Castro, la guerrilla y la globalización
No sabemos quién será el último marxista de manual del siglo XX --probablemente un cura comprometido con la teología de la liberación--, pero hace unos días supimos que el comandante Fidel Castro no será el último defensor de la guerrilla como instrumento de cambio en América Latina.
En un pasaje del discurso con que clausuró un encuentro de mujeres en La Habana, Castro reconoció que no hay condiciones para que prospere la guerrilla.
``Fidel Castro señaló que, aunque durante décadas defendió la lucha armada por la revolución en América Latina, los movimientos guerrilleros y la izquierda en el continente sufrieron divisiones que hicieron que actualmente esta opción sea impracticable para defender a las naciones del sisema `unipolar y neoliberal' que impera actualmente''. Como opción revolucionaria, no queda, dijo Castro, sino ``que los partidos de izquierda resulten triunfadores en elecciones'', aunque esto será insuficiente para cambiar ``el sistema globalizador y neoliberal que se extiende por casi todo el mundo''. (La Jornada, 18/4/98) Según Prensa latina, el presidente cubano dijo también que el capitalismo ``no puede durar cien años'', pero admitió que si alguien gritara ``¡Abajo la globalización!'', sería como gritar ``¡Abajo la ley de la gravedad!''. (Crónica, 18/4/98)
En suma, Fidel Castro ha dicho que la guerrilla es inviable y la globalización inevitable. Por menos que esto han sido pasados por el molinillo de las izquierdas muchas voces críticas del guerrillerismo y el nacionalismo de miras estrechas. Nutridas y a veces ilustres voces se escuchan en el México de hoy defendiendo la guerrilla chiapaneca como una catarsis nacional que ha cambiado el rumbo de la historia de México. Otras voces de peso político se escuchan rechazando la globalización como un complot del mundo ``unipolar y neoliberal'', servilmente aceptado por gobiernos locales tecnocráticos y entreguistas.
La realidad es más terca, sin embargo, y termina filtrándose hasta en el discurso del terco del continente. La realidad es que en cuarenta años de intentos guerrilleros los pueblos de América Latina no han cosechado sino muertos, militarizaciones y dictaduras. En los últimos veinte años de aceleración de la globalidad, los países que quisieron mantenerse al margen pagaron dobles costos. El derrumbe del bloque socialista es el ejemplo más dramático.
La democracia como vía política y la globalización como realidad económica no garantizan el acceso al mejor de los mundos. No cambian radicalmente las desigualdades y las injusticias, ni generan de inmediato la riqueza deseada. América Latina ha entrado de lleno en el cauce de la democracia política y de la globalización económica. No obstante, el subcontinente tiene una crisis de futuro.
Según la más reciente valuación de Latinobarómetro, que mide cada año actitudes y expectativas en 17 países de América Latina, sólo 23 por ciento de la gente cree estar progresando mientras el resto siente estar estancada o empeorando. El porcentaje de los que creen que su país ha progresado con relación al año anterior, es dramáticamente bajo. En México, sólo cree que el país mejora un 17 por ciento (14 por ciento en 1996). Las economías latinoamericanas en camino de globalización no ofrecen grandes resultados ni generan, por tanto, grandes expectativas.
Las consolidaciones democráticas tampoco. En Sudamérica y en México un 63 por ciento de la gente cree en las ventajas del régimen democrático sobre cualquier otra forma de gobierno. Pero en 1997 crecieron mucho los partidarios del autoritarismo. Paraguay es el caso peor porque el apoyo a una solución autoritaria creció del 26 por ciento en 1996 al 42 por ciento en 1997. El peor siguiente caso es México, donde los creyentes en una solución autoritaria pasaron de 23 por ciento en 1996 al 31 por ciento en 1997. (Las cifras de Latinobarómetro en El País, 18/4/98)
Pese a estos frutos magros, no es posible renunciar a la democracia como aspiración política ni sustraerse a la globalización como realidad mundial. Mantener vivo el apoyo político a la guerrilla, en vez de meterla al cauce de la negociación y la legalidad, puede ser un factor que abone no la consolidación democrática sino la proclividad autoritaria. Combatir la globalización como un complot, en lugar de aceptarla como un hecho, y buscar los consensos que permitan al país moverse unido dentro de ese condicionamiento, es perder el tiempo, aplazar las soluciones.
Si hasta Fidel Castro admite que no hay más horizonte que el de las elecciones y la globalización, las tareas del futuro inmediato no pueden ser sino consolidar la democracia, aislando la violencia y el autoritarismo, y establecer los consensos nacionales para navegar inteligentemente en los desafíos de la globalización.