Un jefe supremo maya, sostenido por voluntad del gobierno de QR
Blanche Petrich, enviada/ I, Tihosuco, QR Ť Los sacerdotes mayas de Quintana Roo coinciden en la lectura de un presagio de guerra y pobreza de maíz para estos tiempos. Seferino Tum explica algunas de las manifestaciones de estas señales: ``Hay una estrella que sale al atardecer. Este año salió más temprano y además trae butz (cola luminosa). Mala señal''.
Otros indicadores que se han hecho presentes estos días en algunos pueblos son culebras que se acercan a las puertas de los bohíos o que se devoran entre sí en los patios, animales que mueren repentinamente, murciélagos que muerden a los
cerdos. Cuando esto ocurre es la hora del loob, hora de santiguar al pueblo mediante un ceremonial específico. Las mujeres se encierran en las casas del centro y preparan los alimentos sagrados: sopa de milpa y tortilla gorda en nueve u once capas, con una cruz de pepita molida entre cada una. Los señores marchan detrás del sacerdote maya que recorre los cuatro puntos cardinales rodeando al pueblo con un anillo de humo de incienso y las oraciones pertinentes, capaces de proteger a la comunidad del mal viento que sale del fondo del cenote del santuario de Xocen, cerca de Valladolid, Yucatán, donde está la cruz de piedra, el centro de la tierra.
Muy atareado anda Seferino Tum en estos tiempos porque muchos pueblos mandan llamar al sacerdote para el loob. Pero cuando la división entra en un pueblo -explica, asistido por la puntual traducción de Beatriz Chablé, trabajadora del Museo de Castas que se erige como memoria viva enmedio de Tiohsuco- se pierde para siempre el efecto protector del loob, la posibilidad de santiguarse. Hace décadas muchos pueblos dejaron de pedir los oficios de los sacerdotes porque las religiones evangélicas disolvieron la adhesión homogénea al sincretismo maya-católico.
Ahora se ciernen nuevas amenazas de división en la estructura religiosa y militar heredada de una guerra que registró sus últimos combates hasta bien entrados los años treinta. De ello suelen hablar los oficiales y sacerdotes mayas, en suma cerca de ochenta, que mes con mes se reúnen en Carrillo Puerto, la antigua No Ca Balam Santa Cruz, ``lugar donde se ocultan los emboscados'', en maya.
Seferino Tum, sordo como una tapia pero lúcido y activo, rondando los 90 años, radica en lo que fue el corazón de la última guerra civil mexicana, a unas cuadras de la magnífica ruina de un templo franciscano del siglo XVIII sin fachada, pues ésta fue dinamitada por los rebeldes a fines del siglo pasado. En una larga charla en el pequeño recinto al fondo de su patio, lugar de su pequeño y sagrado altar, hace saber que él, participante en el primer Congreso Nacional Indígena que encabezó hace dos años la comandante Ramona en el Centro Médico del Distrito Federal, no ignora lo que ocurre en Chiapas. Ahí ``hay algo que no está bien''.
Hay anuncios, señales negativas, pronostican los saas
En el pequeño bohío habilitado como altar se mezclan las estampas del santoral católico con diversos símbolos mayas. Afuera retumba la música de Molotov que escuchan sus nietos, también monolingües. En la penumbra prepara la ceremonia de la lectura de los saas tum. Las pequeñas bolas de cristal, debidamente invocadas con granos de maíz y ruda y rociadas con agua de vida son capaces de leer el destino. A petición de las enviadas de La Jornada, consulta sobre el destino del pueblo maya.
Mucho depende de cómo se deslizan los granos de maíz hacia el fondo del vaso; si bajan en espiral, si guardan burbujas, si se aquietan de inmediato o tardan en asentarse. Hay otras señales que se transparentan en las bolas de cristal que sólo sus manos campesinas pueden tocar.
Al fin, Seferino y Marciana, su esposa y partícipe de la sabiduría, levantan la cabeza y emiten el veredicto: a pesar de todos los pesares que aquejan y amenazan con dividir a la tradición maya en Quintana Roo, la organización del pueblo maya no se va a acabar. ``Pero hay que consultar más seguido con papá Sol, mamá Luna. Ellos pueden aclarar. Hay que pedirle a San Miguel que castigue a los que quieren la guerra en Chiapas. Nosotros conocemos la guerra. Hay que pararla. Este no es el fin del pueblo maya. Pero hay que estar muy pendientes de las señales, hay que vigilar que las serpientes no se coman entre sí''.
Eso anuncia Seferino. Asiente Marciana, urdidora de hamacas y comadrona.
La prensa quintanarroense ha publicado notas que son indicio de la división que amenaza nuevamente. El gobernador Mario Villanueva, sin tener atributos para ello, ha declarado que el general Sixto Balam, del pueblo de Señor, es y seguirá siendo jefe supremo de su compañía, dentro del sistema de cargos militares característico de los mayas macehuales. Son nueve compañías, con oficiales que cubren todas las jerarquías (general, sargento, teniente, dos rezadores y chen o pueblo sencillo) y que tributan a los cinco santuarios: Tulum Pueblo, X Cacal Guardia, Chun Pom, Chancá Veracruz y Xocen.
La traición de Sixto Balam.
Lo que no registra la prensa local es que después de una intrincada historia que ha circulado de boca en boca en las comunidades que corresponden a su compañía, el anciano Sixto Balam ha sido desconocido como general de su compañía en todas las asambleas convocadas con tal motivo porque consta en diversos testimonios que osó regalar una de las santas cruces de los santuarios al magnate cancunense Gastón Alegre, dueño de Radio Turquesa, entre otros medios de comunicación.
Tan sagradas son estas cruces que los ojos humanos no son merecedoras de verlas. Por ello se les viste con un huipil o camisa y se les oculta detrás de una cortinilla. Para entrar a sus santuarios hay que descalzarse. Su naturaleza sagrada exige que a toda hora, 24 horas por 24, los 365 días del año, un cuerpo de oficiales monte guardia en los cuarteles instalados a las puertas de su bohío y que los rezadores encabecen las oraciones del caso a las 8 de la noche, a las 4 de la madrugada y nuevamente a las 8 de la mañana, sin faltar un solo día del calendario.
Por eso la noticia de que una de las santas cruces fue regalada a un blanco fue una ofensa mayor, una traición. Más, inclusive, que los insistentes rumores de que Sixto Balam recibió, como donación, un ``terrenito'' en Tulum y que decidió, como antes hicieron los oficiales de Xcakal Guardia, preservar el regalo en secreto y conservarlo para sí.
En el mismo pueblo de Señor, José Ek Balam, convaleciente de una operación de riñón, refiere algunos de los entretelones de este inusual desconocimiento del pueblo a una autoridad militar tradicional. Su hermano menor fue tesorero de la compañía de don Sixto, por eso le sabe sus secretitos. ``Es cierto lo del terrenito. También lo de la cruz. No sabemos para que la quiere ese señor Gastón Alegre, que llega como benefactor haciendo muchos regalos y filmando todo con sus cámaras, pero la gente no va a perdonar que se haya llevado una cruz del santuario. Don Sixto ya fue desconocido como general y eso ya no tiene remedio''.
Hay un antecedente, el caso del molino de nixtamal. Hace cerca de 15 años la compañía de oficiales de Xcacal Guardia recibieron un molino como donación, pero el general en turno decidió que el regalo sería para él y no para la comunidad. Pleitos y reclamos mediaron y culminaron en el primer desconocimiento histórico de un oficial maya. Sixto Balam y otro general, Victoriano Yeh, lidereaban entonces la escisión. Ahora a Sixto le toca ser desconocido.
Pero él ha decidido desconocer la posición de la comunidad y acogerse a la palabra del gobernador del estado: ``Gobernador dice que no habrá cambios hasta que yo muera. Que así ha sido de antiguo y así será'', afirma a su vez, habilidoso, Sixto Balam. Y para reafirmar su dicho y su posición saca de sus repisas documentos varios del PRI, la CNC y el Consejo Supremo Maya.