Jaime E. Contreras Díaz
Más sobre TQM y ventaja competitiva

Los relativamente nuevos conceptos denominados ventaja y estrategia competitivas, desarrollos tecnológicos, planeación y administración estratégicas, y mejoramiento continuo han venido a revolucionar no tan sólo la jerga del mundo de la administración actual, también lo hacen en el seno mismo de las empresas y corporaciones de todo tipo en cuanto a sus filosofías y metodologías de trabajo.

Es más, hoy en día se habla de TQM (Total Quality J o Administración de Calidad Total), Reingeniería y Administración del Cambio (ver el artículo de este mismo autor ``Educación, TQM y Reingeniería en La Jornada en Internet del 11/04/97) como ciencias y herramientas tecnológicas. Lejos están los días de la denominada ``administración científica'' de Frederick Taylor del siglo pasado, la más humanizada de su contemporáneo Henry Gantt, la posterior nueva teoría de administración de personal de Frank y Lillian Gilbreth, así como la del escocés Robert Owen -de los primeros en considerar al trabajador como ``algo más importante que las máquinas''- y la del francés Elton Mayo, considerado el padre de las relaciones humanas. No menos trascendentales fueron los trabajos en el campo de la administración realizados por Charles Babbage, pionero en aplicar la investigación-indagación científica en el estudio de la producción; los del alemán Hugo Munsterberg, a quien se le atribuye ser el creador de la psicología industrial, y finalmente los de Chester Barnard, quien destacó el balance entre las contribuciones y satisfacciones de los trabajadores en el ambiente productivo. Aunque lejanos, sin embargo, todos ellos contribuyeron a sentar las bases de lo que es la administración industrial de esta era.

Ante los cambios tan rápidos que tiene este mundo globalizado, con el desarrollo de nuevas tecnologías y procesos de trabajo, nos vemos en la necesidad de reformar nuestros sistemas de enseñanza-aprendizaje, capacitación y adiestramiento, tan sólo para poder ser parte de este ``mundo global'' que, parece ser, vino para quedarse. Está fuera del contexto de este artículo la discusión de qué tan buena o mala puede ser esta globalización para la mayoría de los países, pero es un hecho que estamos no en una carrera, sino en un maratón de competencia empresarial, en el que renovarse tecnológicamente con todo lo que eso conlleva, significa para muchísimas corporaciones ya no el querer estar entre los primeros lugares de acaparamiento de mercados, sino simplemente su mera sobrevivencia.

Las estadísticas muestran que así como surgen negocios pequeños, medianos y grandes de la noche a la mañana, en un término de tres a cinco años tan sólo 5-10 por ciento compite entre sí en una batalla de subsistencia. Antaño funcionó el simple hecho de haber sido pionero en un producto o servicio para ganar lo que en el caló administrativo se denomina ``ventaja competitiva'', y así un amplio, seguro y casi monopólico mercado; hoy, eso ya no es suficiente.

Eso es cierto sobre todo si hablamos de productos de ``alta tecnología'' (computadoras, microprocesadores, softwares, radares, equipos de comunicación, etcétera), pues productos tardíos que surgieron gracias a los primeros o esperaron el momento para aprovechar sus experiencias, pero mejoradas, empiezan súbitamente a ser adquiridos por los consumidores de manera tan acelerada que en unos meses sobrepasan a aquellos pioneros llevando a sus productores, por un lado, a tener niveles de facturación que nunca antes soñaron podrían haber alcanzado, y por el otro, a la quiebra de aquellos que alguna vez dominaron el mercado.

Tal parece que entre más usa la gente una determinada tecnología, ésta -muy probablemente- va a empezar a hacer estragos entre la competencia con el desarrollo de nuevos productos; a esto, los economistas le llaman ``externalidades en red'' (del inglés network externalities).

Por ejemplo, en la industria de las computadoras, el desarrollo de un producto que se considere bueno es para desarrollar un segundo que invariablemente deberá ser mejor y hará obsoleto aquél, con la consiguiente pérdida de ese nicho de mercado tan arduamente ganado. De acuerdo con algunos especialistas, en esta industria de las ``máquinas inteligentes'' el ciclo de vida de los productos de software dura tan sólo... ¡de seis a ocho meses!

Luego entonces, ¿qué hay que hacer para estar dentro del mercado competitivo? ¿Quizás una más acelerada innovación tecnológica? ¿Por dónde empezar?

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