Lo logrado por medios ocultos y encantados se define como lo bibibirloque que acuñara el poeta José Bergamín al asociarlo al arte del toreo. La fuerza del hombre por prolongar el ser, por dar al toreo el molde de su alma. Arte bello y supremo en el que la fugacidad inexorable del tiempo se une al anhelo de ser intenso, de dejar de estar muerto y salir a la vida del espíritu, como lo realizado por El Juli en tarde apoteósica en la Plaza Santa María de Querétaro, en la novillada correspondiente al encuentro mundial de novilleros.
A ese espíritu que sufre espejismos y en el ansia de belleza torera veía en los pases naturales del niño madrileño un olor suave y característicamente castizo, seco, un aroma sensual y de profunda esencia, impregnada de voluptuosidad puberal que despertaba en los aficionados algo extraño. A esos pases naturales del niño torero que se prolongaban le daba el molde se su alma en pase de transición a gran torero.
Lástima que dicha magia se diera con unos becerritos de Garfias (Santiago). Afortunadamente y a pesar de la poca presencia de los animales, la luz del coso alargaba sus pases y los remates con los pases de pecho interminables. Hasta que poco a poco se fue apoderando de los aficionados una especie de laxitud dejándose caer sobre los tendidos, abstraídos, soñando, a su vez, con la belleza de la prolongación del toreo de este niño.
José Bergamín el poeta místico, había asociado este arte del bibibirloque a la belleza única del toreo de Rafael de Paula que produce una conmoción especial en el que lo contempla. Pero en el toreo del Juli, su juventud limítrofe con su niñez, lo envuelve en una especie de neblina producida por el ansia de protección que despierta en los aficionados al expresar en su toreo, una luz tenue e indefinida que surge al enredarse a los toros con un mando excepcional y que ha recogido en su caminar por las plazas de toros de todo el mundo y la cercanía permanente por la cara de los toros.
A ritmo con la gracia serena y ligera de este niño en cosas de hombres, inspira en su constante caminar por la República toda, una canción en cada lance. Canción mexicana la de su torear aprendida en el gusto por el temple de los públicos mexicanos y que irrumpe en la comunidad torera, desgreñado bajo el sol caliente del campo bravo mexicano, al compás de las guitarras que desgranan su eterno cantar en su caminar y lo han llevado a ser la figura más cotizada del momento actual incluidos los matadores de toros, quizá con la excepción de Enrique Ponce.
El Juli llegó al coso arqueado queretano, que tan buenos recuerdos guarda a llenarlo de alegría antes de que se viniera abajo de aburrimiento. En la sonrisa de El Juli hay encanto, mas en su torero dolor y ansia de prolongar lo que realiza. Si lo que le hizo a los becerros garfeños en Querétaro se lo hace a los toros, en El Juli se simbolizará el anhelo de vivir toreando ejecutado bellamente.