Hasta el 10 de mayo será posible contemplar, en el Centro Cultural de Arte Contemporáneo, 62 pinturas de uno de los más interesantes artistas británicos de este siglo, precursor en cierto sentido de la figuración practicada por los que integraron la llamada A School of London, sobre todo si consideramos que Lucien Freud estuvo inserto en tal denominación.
Varias pinturas de Stanley Spencer (1891-1959) están siempre en exhibición en la Tate Gallery y sucede a menudo que el ojo inadvertido del espectador se posa en ellas con sorpresa, sobre todo por la peculiar manera en que trató los asuntos religiosos, haciendo gala de una visión extremamente personalizada con la que se propuso trasponer pasajes evangélicos al contexto que le tocó vivir.
Un autorretrato temprano y otro tardío --realizado en vísperas de su muerte--, abren y cierran el ciclo. En el tardío, la excentricidad del pintor, su ``locura'' pasó a la tela por su propia mano, pues sus ímpetus realistas y su capacidad de observación no conocieron concesiones. Era amante consumado de la pintura del quattrocento italiano y en este sentido acusa algunas convergencias, en su modo de tratar los materiales, con los artistas del novecento. Su tratamiento de los temas ofrece una línea de continuidad que acaso parte de Hogarth y de William Blake, visionario como él; también puede relacionársele con William Holman Hunt. Su postura, durante los años treinta y cuarenta, resulta opuesta a la que mantuvieron colegas suyos, atentos a lo que producían los pintores vanguardistas del continente, Ben Nicholson y Barbara Hepworth, entre otros. Herbert Read, el crítico más importante de su época, consideró que la posición ``anómala'' de Spencer se explica por la cualidad expresionista de su trabajo que nunca ha sido reconocida como tal ni siquiera por él mismo. Read también alude a su excentricismo. Prendado de sus propias memorias de infancia (nació en Cookham, a 50 km de Londres) el pintor gustó de ambientar sus escenas en su villa natal, reproduciendo con minucia prerrafaelita la arquitectura, especialmente tejados y buhardillas, así como la vegetación.
En 1914 Spencer abandonó la Slade School of Art, donde había estudiado. De esa época son los primeros cuadros de la exhibición, como El asistente del centurión, óleo de 114 x 114 que pertenece a las colecciones de la Tate Gallery. El título tiene poco que ver con la representación, en la que aparece un muchacho tumbado en una cama, ésta confortablemente vestida con sábanas, cobertores, etcétera, de diseño patch work, flanqueada con cuatro postes. Tres figuras plañideras están en el extremo opuesto, dos de ellas llevándose las manos al rostro, en actitud no muy diferente a la que se aprecia en los cuadritos de Rodríguez Lozano con el tema de Santa Ana, en los que la iconografía está tratada también de manera peculiar. Se exhibe una Ultima cena curiosísima, en la que los pies de los apóstoles son vistos en eje vertical debajo de la mesa en forma de doble escuadra, con Cristo al centro. Cada personaje tiene ante sí un plato hondo que contiene trozos geométricos de no se sabe qué vianda. Del lado derecho una ventana abierta en bisagra da cuenta de que la escena ocurre en este siglo. En otro cuadro, que se supone guarda relación con el Juicio Final, los resucitados ofrecen basura en vez de flores a una pareja que acaba de reunirse.
La idea de la resurrección es muy cara a este pintor. Reaparece años más tarde en Bienvenida Hilda (1953). Hilda, muerta tres años antes, fue su primera esposa y madre de sus dos hijas, que son las que como niñas se reúnen con ella y con su padre, integrando una vez más la familia terrenal. La atención por los aspectos artesanales del textil, tapices, instrumentos domésticos, vestuario, o bien los tabiques, tejas, teselas en las construcciones, es otro rasgo permanente en sus composiciones. Es posible que él haya prestado consistente atención a los remanentes del movimiento Arts and Crafts.
Spencer pintó además una serie de desnudos en los que tuvo como modelo a su segunda mujer, Patricia Preece, a la que capta de varias maneras, sin idealizar su cuerpo; las venas abultadas de los senos enormes y caídos se destacan en uno de los retratos, mientras que en otro se autorrepresenta desnudo, la cabeza ausente, con el sexo bien visible, tras de la mujer. Una pierna de carnero, dispuesta para ser devorada, se encuentra en primer término. Este cuadro provocativo que yo conocí en la Tate Gallery es extrañamente similar a uno del estadunidense Pearlstein realizado posteriormente, tanto que se pensaría en una transposición.
Una de las piezas más importantes de la muestra es la Crucifixión de 1958, que Spencer realizó por encargo para la capilla de la escuela en las actitudes antipiadosas y utilitarias con la que los personajes de las crucifixiones flamencas clavan a Cristo, aquí visto de espaldas. ``Los directores de la escuela y ustedes mismos (o sea los espectadores) siguen clavando a Cristo'', afirmó el pintor.