En los últimos meses, hemos sido testigos del fin de programas televisivos que definieron toda una época y que ya formaban parte de nuestra cotidianidad como el noticiero de Jacobo Zabludovsky y el dominical de Raúl Velasco.
La muerte del empresario Emilio Azcárraga, la del poeta Octavio Paz, la de los líderes obreros Fidel Velázquez, Blas Chumacero y Emilio M. González, también señalan el fin de época en significativos espacios de la vida nacional.
Una de las condiciones para que la evolución de un país no se vea interrumpida o revertida por la pérdida de los hombres, que se significaron por su talento o su creatividad o su liderazgo, es que el entramado generacional se convierta en la característica más apreciada y defendida por la sociedad.
A pesar de que en apariencia todos aceptamos que nada es para siempre, y que incluso nos proponemos construir los vasos comunicantes que permitan que el tránsito entre generaciones sea terso, hay muy pocas evidencias históricas de que ello se haya producido así.
La mayoría de las veces, el cambio generacional trae consigo un cambio profundo en la orientación e inspiración social. Para los jóvenes de hoy en día, poco o nada significa la Revolución Mexicana, ya no digamos la Guerra de Reforma, menos todavía la de Independencia.
Las intervenciones norteamericanas, si acaso las conocen, no expresan lo mismo que para nosotros o que para nuestros padres. En recientes encuestas de opinión se registra que la tradicional conducta nacionalista de los mexicanos, es cada vez menos importante y que la percepción que tenemos de Estados Unidos es hoy muy diferente.
Cuando admiramos los majestuosos templos del Sol y de la Luna en Teotihuacán o del Adivino en Yucatán, nos preguntamos ¿dónde están los herederos de esas magníficas culturas?, ¿dónde están quienes conservan el tesoro del saber que les permitió llevar a cabo semejantes obras maestras del cálculo y la cosmovisión?
La generación española del 29 no tuvo sino algunos herederos menores, y los filósofos alemanes no acaban de ser comprendidos, mucho menos continuados.
Es quizá por eso que cuando el cambio de época se agolpa frente a nuestros ojos, produce una sensación de pérdida que pronto nos invade. Mucha gente lloraba frente a la televisión el domingo pasado durante la última transmisión de Siempre en domingo, y muchos lo hicieron en Bellas Artes, pocos días después, al despedir a Octavio Paz.
Tejer el entramado generacional, es la responsabilidad esencial de la familia, la cual es continuada por la escuela. Sin embargo, el reto mayor recae en la política que es la encargada de garantizar la continuidad histórica e impedir que la renovación generacional se convierta en ruptura. Ojalá y su trabajo sea eficaz y que el sentido de pérdida que se percibe no llegue a concretarse, y el cambio de época forme parte de la imprescindible evolución social y de la inevitable renovación humana.
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