Arnoldo Kraus
Chiapas: entre la amnesia y la ética /II y última
Si contásemos con números y estadísticas fidedignas, seguramente muchas de estas palabras sobrarían. Así como en el libro Alicia en el país de las maravillas se pregunta: ``¿para qué sirve un libro sin ilustraciones?'', yo podría finalizar esta plática si contase con datos duros que esclarecieran algunas cotidianidades de los indígenas. En política, lo repito, no hay como cifras exactas. El problema es que para creerlas deben ser reales. Y seguramente, al igual que la mayoría de los aquí reunidos, cuestiono la veracidad de múltiples estadísticas oficiales.
Para diagnosticar Chiapas, Oaxaca, Ciudad Nezahualcóyotl, la sierra de Guerrero, el norte de Zacatecas, las cercas del Río Bravo o las tierras tarahumaras, sería bueno contar con algunos datos. Por ejemplo, saber la tasa de desempleo entre los indígenas, el porcentaje de pacientes que al morir no contaron con atención médica, el número de indígenas cuyo parto es atendido acorde con la tecnología médica actual, el promedio de escolaridad y el de vida.
Contribuiría también conocer el número de litros de agua con los que cuentan los indígenas cada día, el salario promedio, el gasto del gobierno en favor de las comunidades --hablo del real, no del oficial-- antes de los zapatistas y sin que importasen, por supuesto, las condiciones que algunos países han impuesto para firmar convenios económicos con nuestra nación. Crítico sería a la vez enterarse del porcentaje de analfabetismo, el número de poblaciones que cuentan con luz, teléfono, gas, la cifra de médicos y camas por habitante, y quizá también la cantidad de basura producida cada año en esos lugares. Huelga decir que no uso el término etcétera pues su presencia es implícita.
Pero quisiera no sólo hablar de números sino también de calidad, pues es evidente --y en México no sólo evidente sino cotidianidad y norma-- que cantidad no necesariamente implica eficiencia. En las comunidades indígenas hay niños que acaban primaria y no saben leer, hay médicos que ejercen pero no cuentan con apoyo. Existen también inversiones gubernamentales equivocadas, como cuando se construyen casas u otros centros que nada tienen que ver con la idiosincracia o las necesidades de las etnias. Bajo esa realidad, pensar o querer hacer, no equivale a hacer.
En cada uno de los rubros anteriores los indígenas se encuentran absolutamente desfavorecidos. El problema cimental no consiste en comparar esas ecuaciones con el resto de la población --toda comparación sería ociosa-- sino en entender las condiciones de vida en esas comunidades. La vía más ética para saber hasta dónde llega la responsabilidad de los gobiernos sería desmenuzando las constantes que determinan la cotidianidad de las etnias.
Aclaro que las imágenes recientes en la televisión y la radio que hablan con benevolencia y responsabilidad de las 56 etnias del país de poco sirven: son demasiadas las culpas de los gobiernos posrevolucionarios como para curar con imágenes a color, con palabras, o con mensajes doctrinarios. Basta mirar Chiapas, saber de las muertes a destiempo y la miseria inimaginable para entender que las palabras de los gobiernos han dejado de ser todopoderosas.
Fedor Dostoievsky debe haber conocido muchos infiernos. Por eso, aun cuando no se lo propuso, es válido leer sus escritos como tratados sobre moral. La siguiente idea, extraída de Los Hermanos Karamazov, es sin duda una de las mejores definiciones sobre ética. En ese doloroso texto, Aliosha dice: ``nosotros somos responsables por cada uno de los otros, pero yo soy más responsable que todos los demás''.
Conocedor y teórico de la otredad como pocos, y por supuesto, de la literatura rusa, Emmanuel Levinas al hablar sobre moral decía: ``si acepto como persona pensante que la conducta ética es mi primera obligación, mi primera preocupación debería ser la calidad de mis relaciones con otras personas y mi responsabilidad hacia cada una de ellas''. En ese mismo sentido, Levinas consideraba que la ``igualdad entre las personas'' era fundamental para ``que hubiese armonía política entre los ciudadanos de cualquier Estado''.
Si bien es comprensible que las nociones del filósofo recientemente fallecido son ``casi imposibles'' de llevar a cabo, al menos algo de su ideario podría ser alimento para los políticos encargados de Chiapas.
Leyendo a Levinas y viviendo el Sur, es obligatorio no sólo considerar la conducta ética como la primera responsabilidad de una persona pensante, sino comprender que la calidad de las relaciones con otras personas y la responsabilidad hacia cada una de ellas es fundamental.
Concluyo. Es imposible aseverar cuál es el problema básico de México, pero sí es dable afirmar que la miseria de nuestras etnias, y su degradación como seres humanos, surge de la omnipotencia y ceguera de los gobiernos así como la amnesia e irresponsabilidad de quienes deben hablar y denunciar. Me autoplagio: el embrollo primigenio en Chiapas es de orden ético. Y en esto han tropezado nuestros jerarcas. Se es o no se es ético. No hay decretos ni leyes que nos hagan morales.
La moral se mama, se vive y se siente: ni siquiera en el México de Kafka existe el poder para instituirla. Es, asimismo, imposible inventar, comprar o dosificar moral.
Hemos aprendido también que tampoco hay subterfugios ni magias que permitan disfrazarse perennemente. Es claro que la única opción con la que cuentan las comunidades proviene de la voz y la fuerza de la sociedad civil. De su ética y su memoria. Y ante todo, y por encima de todos, de la simple razón que otorga la razón.
* Texto leído el 20 de abril en el auditorio Che Guevara de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en el foro sobre Chiapas organizado por Luis Villoro.