Rolando Cordera Campos
La revolución gris

Desde una perspectiva un tanto extrema, podría proponerse que México vive un tiempo de revolución, donde sus instituciones no sólo no funcionan sino que resienten el ataque furibundo de todos los actores que deberían actuar en su seno. Revolución sigilosa y dispersa, que sin embargo parece dar cuenta fiel de que el curso de las reformas fundamentales emprendidas en el pasado está bloqueado. Así lo indicarían, entre otras cosas, una reforma democrática que ha producido un Congreso que no legisla y una reforma económica que ha forjado una economía que no puede crecer.

Se trata de una revolución que no es portadora de nada bueno, ni ahora ni para un plazo más o menos previsible. Revolución gris que puede oscurecerse. De aquí la urgencia de retomar, cuanto antes, el rumbo de las reformas que el vuelco democrático y las sucesivas convulsiones productivas de los últimos lustros parecen haber aplastado, en vez de potenciado.

No será fácil recuperar el aliento de la transformación gradual emprendida al calor de la gran crisis de los años 80. Los intelectuales y artistas, por ejemplo, prefieren inventar su propia revolución y van de Aguascalientes a Guadalupe para pedir al Poder Legislativo no que legisle bien, en clave auténticamente democrática y deliberativa, sino que no lo haga hasta que la ``voz de la selva'' se vuelva a escuchar. No se reclama del Congreso que busque a través de los métodos que deberían empezar a ser los suyos, la voz del pueblo y sus organizaciones, que estudie otras opciones, como la oaxaqueña, que reflexione sobre sí mismo y sobre la sociedad cuyo desarrollo debe buscar encauzar, sino que calle y se abstenga peligrosamente en unas materias que, como la indígena o la financiera, se han probado ya mucho más amplias y densas que los conflictos que las hicieron emerger a la escena pública.

Por su parte, los legisladores de la izquierda no confrontan las iniciativas que están sobre la mesa con otras, o con una crítica y una argumentación congruentes con su propio poder y con el que el Congreso todo alcanzó el año pasado, sino que a la menor intención hablan de guerra inminente y piden tregua donde el vocablo no debe existir, porque los parlamentos son, en ese código, la tregua permanente y civilizatoria que se prueba una y otra vez, precisamente legislando. En los otros partidos, brillan hoy la finta y el cálculo sigiloso, cuando no la presteza burocrática de los juristas que siempre tienen todo listo.

Curioso país. Cuando es evidente que el Ejecutivo no puede seguir siendo el legislador único, se pide a los diputados y senadores que se abstengan; cuando las finanzas públicas entran en claro rumbo hacia el colapso, los diputados convocan a examen de oposición para un grupo de estudios. Cuando el desempleo abierto vuelve a asomar su rostro ominoso, luego de una fugaz recuperación de la actividad económica, Hacienda saca las tijeras y como niño héroe reconoce que en su recorte no se ha puesto el sol.

Premio de consolación: el Congreso decretará la desaparición de lo inexistente y el Banco Nacional de Comercio Interior dejará de tener domicilio legal. Más que fraudes o abusos, de los que ya se empieza a gritar exigiendo cabezas, el caso del BNCI es un resultado nimio, pero resultado al fin, de la negativa sistemática del gobierno a hacer fomento, incluso en los niveles ínfimos donde sin embargo obtienen su supervivencia millones de mexicanos. Vendrá el periodo extraordinario, pero el torpor político seguirá a sus anchas.