Sami David*
El Congreso de nuestro tiempo

Desde los últimos 15 años, los debates, acuerdos y leyes que se reforman o aprueban en el Congreso de la Unión son temas de interés creciente de la sociedad mexicana. Las amplias informaciones en prensa, los comentarios a través de los medios de comunicación masiva, las reacciones entre los diversos sectores sociales, no hubiera sido posible ver hace por lo menos dos lustros.

Ello no ha sido gratuito. Obedece a una intensa reforma electoral, iniciada desde 1978, que ha tenido como objetivo enriquecer nuestro pluralismo democrático, y dar alta a una competencia y confianza a nuestros procesos electorales.

No sin atravesar por dificultades, México y su sociedad han transitado hacia una democracia donde el voto y la voluntad ciudadana determina la representación nacional.

El exhorto presidencial al Congreso a privilegiar el interés general sobre cualquier otra circunstancia, se inscribe, precisamente, en este interés creciente que la sociedad y el gobierno prestan a los órganos de representación nacional.

Lo que ocurre en ambas cámaras importa a la República y al ciudadano común, tanto en lo que toca al contenido de los productos legislativos como al ritmo en que se generan.

No debiera ser interpretado, sin embargo, como un llamado a obrar en un sentido u otro, como se ha querido ver, sino como el reconocimiento expreso a la importancia del Legislativo en un régimen de auténtica división de poderes y real vida democrática.

En los sistemas verticales, con un Ejecutivo asfixiante, no hace falta que el gobierno haga llamados a la responsabilidad compartida, simplemente instruye que se convalide lo que ya son decisiones tomadas.

México no es el caso. Nunca debió serlo. La pluralidad en las cámaras es la mejor garantía contra el despotismo. También, cuando la representación de los grupos pesa más que la representación nacional, estamos en el camino más corto para la parálisis legislativa.

Qué bueno que haya discusión, bienvenida la polémica. En la democracia, las unanimidades, aunque posibles y legítimas, siempre son más la excepción que la regla. Válido el exhorto presidencial, válida la discusión política desprendida.

En el Senado de la República se ha actuado con madurez política, en un marco de civilidad y respeto. No nos extrañan las diferencias ni las discrepancias; son éstas parte esencial del debate legislativo. Su expresión ha enriquecido la reflexión y elevado la calidad de nuestro trabajo.

Sin embargo, dada la magnitud de algunas iniciativas, su complejidad y análisis, la discusión de estos ordenamientos ha merecido la mejor disposición para aplicar todo el tiempo y la voluntad, para contar con la amplitud necesaria que le dé la máxima legitimidad, a través de los consensos.

El Senado hoy participa en la discusión de los temas más importantes del acontecer nacional; establece contacto con los parlamentos de casi todo el orbe; influye de manera decisiva en la conformación de nuestra política exterior; en pocas palabras, es un espacio legislativo dinámico y plural.

Entre esas unanimidades que es grato comentar, cabe mencionar el homenaje póstumo que el pasado 22 de abril el Senado dio a ese gran mexicano que fue Octavio Paz.

Con el fallecimiento del hombre, el poeta, el visionario, todos perdimos algo. Fue y es, en su obra imperecedera, un activo universal.

El suyo es un legado de la humanidad. No sólo de la República de las Letras, también del hombre común que aprendió más de sí, de su tiempo y de su entorno. Paz fundó, para todos, una nueva cosmovisión.

Su obra no se circunscribe a corrientes o escuelas. Y si quisiéramos forzar una, diríamos que sólo fue intransigente con la libertad. No propuso visiones acabadas del futuro ni entendió la historia como una sucesión de etapas preconcebidas. Su única utopía fue la libertad, comenzando por el fundamento de todas ellas, la libertad de pensamiento. Eso no significaba indolencia, ausencia de compromisos concretos: no se dejaba atar a banderas ideológicas.

Octavio Paz nos deja, por ello, un llamado permanente a la tolerancia y a la apertura. Las razones no son monopolio de nadie. Menos las soluciones.

Si cabe un homenaje de los mexicanos para un hombre tan grande, tan singular y tan universal, honremos su obra. Actitud abierta y conciencia crítica se requieren para construir este edificio común. Siguiendo a Paz, la historia de México se hace todos los días.

Y la tarea tiene que ser una obra colectiva. Descanse en paz.

*Senador de la República