La Jornada lunes 4 de mayo de 1998

Héctor Aguilar Camín
Un adiós al PAN

Carlos Castillo Peraza se ha retirado del Partido Acción Nacional. Era uno de sus nueve o diez personajes nacionales y uno de sus tres o cuatro dirigentes históricos. Su retirada es una pérdida mayor para el PAN. Castillo Peraza no se separa de ese partido por diferencias ideológicas o riñas personales. Mucho menos porque se esté cambiando de partido, ahora que el mercado político abierto ha puesto a la orden del día las remudas partidarias.

Castillo Peraza se retira del PAN por la más respetable y la menos política de las causas (acaso la más política de ellas): por una crisis de libertad personal. Quiere dejar de estar en la vida pública como político de profesión y como miembro de su partido. Quiere estar en la vida pública como intelectual y escritor independiente, como individuo obligado a representarse sólo a sí mismo.

No deja de ser irónico que un hombre que ha dedicado toda su juventud y buena parte de su vida adulta a la construcción de un partido político, opte por separarse de el mismo cuando el país inaugura la época del auge de los partidos. Se retira en la época de las vacas gordas. Es un hecho significativo de la profunda recomposición política, moral y personal que la nueva época trae consigo: un realineamiento profundo de instituciones y personas.

Los partidos políticos son un mal necesario de la vida democrática moderna. Un mal que trae burocracia, partidismo, control del acceso al gobierno y a la representación popular por un puñado de organizaciones políticas profesionales. Pero es un mal que produce bienes: ordena la competencia, disciplina las ambiciones de los políticos, canaliza las preferencias del electorado, permite la alternancia.

Quien milita en un partido recoge oportunidades, pero también cede parte de lo que es a ese colectivo del que se vuelve un engranaje. Los partidos pueden ser más o menos laxos en sus exigencias internas, pero un partido sin disciplina es como un automóvil sin ruedas. Los partidos exigen una cierta renuncia a la individualidad y a la libertad política personal. La disciplina partidaria obliga con frecuencia a defender causas y personas que el militante puede aborrecer.

En todo hombre de partido hay un espíritu gregario, una disposición a ceder algo de su libertad, a asumir mandamientos y causas que le vienen de la sabiduría y la autoridad mayor del colectivo al que se le ha entregado parte del alma, parte de la propia libertad, acaso porque no se la soporta o porque no se le quiere cargar completa, acaso porque ni siquiera se la busca ni se la percibe como un bien; acaso porque se necesita de esa instancia superior que decida por uno qué creer, por qué pelear, cómo y a quién combatir.

Durante treinta años, Castillo Peraza ha sido infatigable militante, notable parlamentario, extraordinario presidente y mal candidato del Partido de Acción Nacional. Es imposible para el público pensar en él como otra cosa que como el ideólogo y escritor más visible de ese partido. Pero hay también un Castillo Peraza secreto, un hombre gozador de la vida y los amigos, un conversador y memorialista que no se ha llevado a sí mismo a la letra impresa, un intelectual de refinamientos inusitados, formado en una tradición filosófica católica y existencialista que está todavía por ser descubierta y reconocida en nuestro país. Hay, sobre todo, un Castillo Peraza escritor que ha ido dejando lo mejor de sus energías en la esgrima periodística y la actividad política, sin tiempo físico ni espacio mental suficientes para escribir de verdad.

Este es el Castillo Peraza que se ha rebelado y revelado en su renuncia, el intelectual y el escritor que quiere prescindir del colectivo al que le entregó treinta años de militancia y de libertad. En el mundo de la vida intelectual independiente y de la escritura sin compromisos políticos partidarios, descubrirá pronto lo que ya sabe de sobra: que hay también una esclavitud de las propias creencias y una toma de partido político en la más neutra de las escrituras. Nada de lo cual le quita fuerza ni verdad a la inusual y estimulante elección de libertad personal que ha hecho ante su partido de toda la vida Castillo Peraza.