Abraham de Alba Avila
Ciencia en provincia, una visión personal

O quizá debí haber puesto como título: tratando de hacer ciencia en provincia. Las penurias y las bondades de estar en provincia son múltiples y estoy seguro que tendré detractores e investigadores que han pasado por estos escollos. En principio, está el problema de la comunicación, no sólo no sabe uno cuándo fallecen grandes hombres nacionales en nuestro campo, sino hasta que puede uno escabullirse a un congreso y consultar a un colega. Pero más grave es que si no ha sido uno afortunado en haber sometido algún anteproyecto a tal o cual organismo alguna vez, y tiene el infortunio de olvidarse de comprar el periódico nacional (otro problema: si llegas tarde se acaban, pero si llegas temprano todavía no hay) debe uno depender de algún buen amigo que te dice, cuando faltan dos días para cerrar la convocatoria: ``Por cierto, ¿no viste...?''

Bueno, pero esos escollos ya estoy a punto de salvarlos; veamos otros. La solidez de todo anteproyecto o propuesta a someter en tal o cual foro depende muchas veces de demostrar qué tan bien se conoce el problema y se domina la literatura nacional e internacional. La biblioteca menos peor a la que tengo acceso (en mi estado), es triste reconocerlo, sólo tiene una o dos, según el tema especializado, de las revistas que podrían serme útiles para una buena revisión. El problema lo he solventado de alguna forma al suscribirme a una serie de sociedades que me proporcionan sus revistas periódicas y de las que cada año he tenido que darme de baja, una por una, porque ya de plano no me alcanza. La otra carta que escondo celosamente es la de los cuates que están en la capital o en el otro lado, y como debo admitir que es una gran molestia ir a sacar copias, tengo que pensar a veces muy bien qué artículos pedirles el enorme sacrificio de mandarme.

Para bien o para mal, trabajo en una institución de investigación que no es de educación, no viene al caso decir cuál. Resulta que ciertos organismos, muy sabiamente, han determinado que una propuesta de investigación que tiene conjuntamente la formación de recursos humanos (léase estudiantes) vale más que una que no. Pero, por si fuera poco, la universidad que tengo a la mano, y en la que he hecho nexos amistosos con algunos colegas, no me puede ayudar mucho: una, porque sus licenciados ya no necesitan hacer una tesis; otra, porque los estudiantes que ingresan a maestrías o doctorados, de excelencia, ya no me necesitan puesto que tienen una beca asegurada. Este escollo no lo he podido salvar hasta ahora, pero tengo todavía algunas alternativas.

Felizmente sometí mi propuesta, felizmente fue aprobada y, ¡oh sorpresa!, de pronto me tengo que convertir en administrador. Con justa franqueza, no dudo que los colegas de la capital también tienen que cargar esta cruz, pero si ya es difícil comprar cosas cuando se tienen las casas importadoras a la vuelta de la esquina, ¿se imaginan el vía crucis que camina uno cuando no las conoce?

El problema saltó a la arena política cuando a los colegas de la UNAM los amenazaron con que no iban a solventar algunas de sus importaciones. Y, ¡oh sorpresa!, ninguna universidad de provincia se adhirió a la búsqueda de una solución; se armó una comisión del Senado y, bueno, ahí está, o más bien no está.

Pero resulta ocioso lanzar una crítica sin siquiera dejar abierta alguna alternativa. Pues bien, valientes investigadores que han decidido hacer ciencia en provincia, he aquí mis pocas palabras de sabiduría: a) escriban y después de eso escriban, a investigadores que respetan aquí y en el extranjero, a colegas inmersos en la misma problemática, a sociedades que publican investigación de vanguardia en su campo; b) lean y después lean más, no caigan en el síndrome de ``voy hacer lo mismo pero en mi zona'', característico de muchos jóvenes, y sobre todo no se fijen en el método o en el estudio, fíjense en la hipótesis y cómo se resolvió; c) aprendan de los fracasos, este lema está muy de moda en estos tiempos (yo no he conocido otros), y se puede aplicar perfectamente al juego de la ciencia, R. Kipling ya lo había sentido, ¡no claudiquen!

A modo de conclusión, quisiera dejar la inquietud de que si existen matices de diferencia entre los provincianos y los de la capital es porque se aprovecha nuestra desorganización y desinformación dentro del gremio, ojalá que la supercarretera abra nuevas oportunidades; de hecho, la instauración de sistemas regionales del Conacyt ha permitido un gran acceso a oportunidades que no se tenían antes, con sus consabidos condicionamientos (tema de otro comentario).

Pero quizá la fórmula más interesante es que se ha desbordado un poco del federalismo, y algunos estados se están dando cuenta de que si van a competir favorablemente con los demás, tienen que facilitarle las cosas al investigador. Vemos con gusto que forman consejos estatales de ciencia y tecnología; si es probablemente muy pronto para evaluar su desempeño, es parte de nuestro quehacer y responsabilidad forzar su buen funcionamiento.

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