Nadie sabe para quién trabaja

El cleptoparasitismo

Marco Antonio Sánchez Ramos

Un buen amigo que siempre anda con prisa me contó que un día, pasando a toda velocidad por una calle de la ciudad, vio de reojo a un niño sentado en la banqueta llorando desconsoladamente al lado de unas gelatinas regadas en el piso. La conexión obvia que hizo este veloz amigo fue que el niño se encontraba en graves problemas al haber perdido toda posibilidad de vender su mercancía y ganarse unas cuantas monedas. A pesar de su prisa acostumbrada, hizo rechinar las llantas de su carro, se bajó y fue a consolar al pequeño niño dándole unas palmaditas en la espalda acompañadas de un billete mágico que hizo que cesaran automáticamente las lágrimas. Tres meses después de esta obra tan caritativa vio al mismo niño, sentado en la misma banqueta, llorando de la misma manera y al lado de las mismas gelatinas. Mi amigo sólo pensó: ``Pobre, qué mala suerte tiene''.

Seguramente el llanto fue genuino la primera vez que se le cayeron las gelatinas al mencionado niño. Pero al ver que esa escena tan desgarradora le funcionaba para conseguir más dinero y con menor gasto de energía, su comportamiento cambió para convertirse en un vividor que estafa a cuanta alma caritativa se le pone enfrente.

En la mayor parte de nuestras actividades lo importante es ahorrar energía obteniendo los mejores beneficios, algo que generalmente ocurre en la naturaleza. Sin embargo, cuando este ahorro es a expensas del esfuerzo de otro individuo, ello se convierte en lo que se denomina en biología: cleptoparasitismo, o en otras palabras, el robo de productos (principalmente alimenticios) que son obtenidos por el esfuerzo de otros individuos.

Un ejemplo de esa relación la podemos observar en aves marinas como el bobo de patas azules y la fragata. La primera especie tiene un cuerpo adaptado para el vuelo y la pesca, buena visión para localizar los cardúmenes, puede plegar sus alas perfectamente para clavarse en el mar y posee patas palmadas (como los patos) para desplazarse en el agua; con esas características, no es casual que sea autosuficiente para conseguir su alimento. La segunda especie, la fragata, no posee una buena visión para localizar los cardúmenes, las alas son excesivamente grandes y tiene unas patas pequeñas y no palmeadas. En esas condiciones, lo que le queda a la fragata es comportarse como un animal cleptoparásito que le roba la comida al bobo que se deja.

La fragata detecta al bobo de patas azules que ha conseguido un pez, lo persigue en vuelo y lo hostiga jalándole la cola. Como el bobo es un ave sumamente nerviosa, frecuentemente regurgita el alimento, y la fragata aprovecha para ``pescarlo en vuelo''. De esa manera, el bobo gasta su energía para pescar y huir de las fragatas, mientras que éstas canalizan su gasto de energía para estresar a los bobos y alimentarse a sus expensas.

No hace mucho tiempo, paseando por la ciudad, un taxista me dijo: ``¿Ve esa viejita que está en la esquina pidiendo limosna? Pues gana más que yo al día, y eso que nada más se la pasa sentada mostrando una receta médica que tiene desde hace años''. El taxista lo sabía porque todos los días pasaba por ella a las siete de la noche para dejarla en su casa. La venerable anciana tomaba taxi todos los días y, aunque no gastaba demasiada energía para obtener el dinero para sus sobrevivencias, su ganancia la desquitaba desde que se bajaba del carro, ya que tenía que ir a paso veloz hasta la puerta de su casa porque unos vividores la esperaban casi todos los días para quitarle parte o toda la ganancia del día. No dudo que eso mismo le pase al pobre niño de las gelatinas quien, seguramente, tiene unos padres que lo sacuden con fervor para sacarle hasta el último centavo ganado con el sudor de la frente de otros.

Las fragatas no tienen todas las de ganar y frecuentemente el esfuerzo que hacen al perseguir y jalarles la cola a los bobos no se ve plenamente recompensado, ya que no siempre los bobos regurgitan, y cuando lo hacen, el alimento a veces lo ganan las gaviotas que, al contrario de lo que se describe en Juan Salvador Gaviota, pueden ser las aves más cleptoparásitas de esta relación singular entre aves marinas, en la que nadie sabe para quién trabaja.

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