Quito, Ecuador. Aunque nunca se fue, el sindicalismo regresa del ostracismo al que lo había empujado la explosiva combinación entre la aceleración de los procesos productivos y la centralidad del mercado como el espacio, el locus de las relaciones sociales. Este primero de mayo no fue otro aniversario más. A nivel mundial, el recuerdo de los mártires obreros reivindicó la presencia histórica del sindicalismo como una forma de organización solidaria y estratégica de los trabajadores.
En un marco de dificultades enormes, las que conlleva un cambio histórico de dimensiones mayores, como fue el ocurrido durante la década pasada, el sindicalismo enfrentó el embate de quienes se adelantaron a declarar su obsolescencia, incluso sus exequias.
Muestras irrefutables, historia y realidad desmintieron --la primera aportando memoria, la segunda hechos-- el ocaso del sindicalismo. Su necesidad se evidencia en la pobre calidad de vida de los obreros y sus familias. No obstante, su justificada presencia histórica y social no resuelve per se los problemas que tiene enfrente. Y es que, en el mundo, el sindicalismo sigue amenazado por la preeminencia de un mercado exento de consideraciones éticas y sociales; el aumento, aun en las naciones más desarrolladas, de la desocupación, lo que ocasiona la atomización del movimiento obrero, la caída de los índices de trabajadores sindicalizados, la pérdida de lazos solidarios entre la sociedad, el descrédito, apatía y desconfianza por sistema, etcétera.
Con todo, los tiempos han cambiado y las legiones obreras que hace una década fueron sorprendidas por la aceleración de los procesos productivos (y sus consecuentes impactos en los medios, modos y relaciones de producción), no son las mismas. Ya no cabe ni la sorpresa ni el pasmo, se impone, luego del diagnóstico, la acción sindical.
El XVI Congreso de la Confederación de Educadores Americanos que congregó aquí en Quito, Ecuador, a sindicalistas de todo el hemisferio americano, nos permitió reflexionar sobre el siglo XXI y su complejidad. Pensar hacia adelante y trabajar con intensidad, tanto en el diagnóstico como en las propuestas de acción.
Allí coincidimos en que el sindicalismo tiene el imperativo histórico y moral de ampliar su horizonte de lucha, de transformarse para poder cumplir cabalmente con sus objetivos, de ser capaz de forjar nuevas formas de organización que respondan a los cambios estructurales de la economía, la sociedad y la política, y reivindiquen sus orígenes, su fundamento organizativo, que es la sociedad. Un sindicalismo combativo pero que al mismo tiempo disponga de una enorme capacidad de concertación. Un sindicalismo amplio, democrático e incluyente, capaz de recobrar la capacidad de hacer demandas encaminadas a la defensa y mejoramiento sustantivos de las condiciones de vida y de trabajo. La recuperación salarial de los trabajadores y su seguridad dependen, en buena medida, de que los sindicatos recuperen esa centralidad social que les fue arrebatada (o que dejamos perder).
El del próximo siglo ha de ser un sindicalismo renovado o no será. Debe ser un actor principal en los grandes debates de nuestro tiempo: el diseño y la vigilancia de políticas públicas y acciones de gobierno; la construcción de consensos de todas las fuerzas nacionales para definir el nuevo pacto social que reclaman las condiciones del país y el mundo; los actores productivos --empresarios y trabajadores--, los partidos políticos, las instituciones académicas y centros de investigación, las organizaciones de la sociedad para enfrentar las prioridades nacionales; el combate a la pobreza extrema y la garantía del acceso de todos los mexicanos al empleo, la salud, la alimentación, la vivienda y la educación.
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