De repente se presentó, ante los azorados ojos de los ciudadanos, la posibilidad de un viraje en el tono y la dirección de la política nacional vista desde la forma en que es conducida por el Ejecutivo federal. Dos acciones soportaban tal creencia. Una, la reunión entre Gobernación y los líderes de las cinco fracciones parlamentarias. La otra la indujo la gira presidencial por Chiapas con su intensa manera de comunicar un mensaje pretendidamente de concordia. Ambos movimientos se distanciaban de las anteriores posturas de dureza en Chiapas y lejanía que el presidente Zedillo había mostrado hacia los diputados, en especial los de la oposición: PAN y PRD.
En juego estaba la posibilidad de reanudar la estancada reforma del Estado que tal ninguneo del Ejecutivo puso en entredicho, pues la posibilidad de llevarla a cabo se esfumaba con los días. Máxime cuando los avatares del conflicto chiapaneco distanciaban las posturas de los actores. Pero también entraban en la ecuación que exigía el viraje el empantanamiento de varias iniciativas: la de asuntos indígenas y el paquete de reformas financieras (Fobaproa y BdeM).
Para sacarlas adelante con todo y la trascendencia que para las características de la nación se tendrían después de ellas, el presidente Zedillo confiaba en los arreglos cupulares entre una triada imbatible en el Congreso, la integrada por el PRI, el PAN y el mismo gobierno. Pero esa fórmula resultó tener fallas tácticas si no es que estructurales, al menos en estos tiempos de elecciones locales (98) y los avances para el 2000. Los entretelones y jaloneos alrededor de los juicios políticos lo vinieron a comprobar. La iniciativa indígena contaba con la separación tajante del PRD y, con él, de vastos segmentos de la sociedad informada y activa. El mismo PAN empezó a titubear y, dentro del PRI (Galileo), algo se movió. Respecto al Fobaproa, su bolsa gigantesca de 550 mil millones de pesos hizo que se solicitara tiempo para la meditación como para mayor información y auditorías que aseguraran su transferencia. El caldo estaba entonces cocido. Se tuvo que retardar todo el legajo legislativo para un periodo extraordinario y posiblemente para el siguiente ordinario que iniciará trabajos en septiembre. Simplemente el contenido de esas propuestas del Ejecutivo era de difícil digestión. Sobre todo al considerar el clima de tensión dado por la marcha del conflicto en Chiapas y el distanciamiento que Zedillo decretó a los diputados.
El súbito surgimiento de serios problemas en la economía achicaron el terreno para maniobrar y el aflojamiento de tensiones era prudente y necesario. Así se recibió el mensaje y fue del agrado colectivo. Gobernación y los diputados, a los que se añadieron con sus retobos y reclamaciones los senadores, comenzaban la ruta hacia acuerdos de trato y definición de una agenda política compartida. En Chiapas y tras el estancamiento de la estrategia oficial empleada, se pensó factible un inicio de distensión. Pero de pronto, el Presidente le dio fuerte sopapo a tales expectativas. Desde lo alto de una inconmovible, superior razón y entendimiento de circunstancias y esencias y apoyado por impolutas intenciones para conseguir el bien general y de los indios en particular, Zedillo lanzó su iracunda arenga reconviniendo a todo el que le quedó al paso de su escrutadora mirada. Para coronar el manejo de doble o triple bandas, se lanzaron al Ejército y las policías en busca de dos ``cruciales'' guatemaltecos a quienes el ACNUR dizque urgía a ser presentados de inmediato. ¡Ah!, y si de pasada se arrasaba con los arreos de un municipio autónomo y sus maleantes incitadores, pues qué mejor.
Y entonces todo el viraje quedó sin sustentación. El esfuerzo de los legisladores por una cercanía con el Ejecutivo tan lejano y requerido, quedaron en espera de confirmaciones adicionales. El silencio del EZLN ya tan prolongado como ominoso, seguramente se irá aún más adentro de los Montes Azules y la Iglesia entró en un rejuego interno que no tardará en aflorar en apoyos de su diócesis. Pero la economía no se compone. Al contrario, el consumo, sobre todo el suntuario y de las clases acomodadas, se destapa y amenaza con requerir un mayor freno al crecimiento del que sería inducido por los recortes presupuestales. En ese estado de cosas, el discurso presidencial actúa como reactivo peligroso y causa un inentendible trastabilleo que, además, parece ser ya una constante.