La Jornada 7 de mayo de 1998

Individualizar la ciudad, entre los fines de Aquí nos tocó vivir: Pacheco

César Güemes Ť Un día exactamente como el de hoy, sólo que de hace 20 años, Cristina Pacheco salió a grabar el primer programa de la serie Aquí nos tocó vivir, que emite Canal Once. Este jueves hará lo mismo, con su equipo de cámaras y micrófonos. De los mil y un programas que ha completado, esa es la cifra, hablamos con una de las más destacadas maestras del periodismo contemporáneo.

--Ahora la emisión de Aquí nos tocó vivir se ha vuelto indispensable. ¿Cómo fue en el principio, de qué modo hizo saber que era un programa necesario?

--Todo fue muy rápido. En realidad fue una circunstancia completamente inesperada. Yo estaba empezando el programa, era asistente de un arquitecto y me encargaba de las entrevistas. Hicimos muy pocas. Lamentablemente él era un arquitecto muy ocupado y los entrevistados, también del gremio, casi nunca llegaban. Opté por sacar las cámaras a la calle, que es lo que más me interesaba desde entonces. Le pregunté al chofer si conocía un lugar donde se concentraran los problemas de la ciudad. Me dijo: vivo por el sur y hay un lugar tremendo, Santa Ursula Coapa, si quiere vamos. Fuimos, una mañana de hace 20 años, y ese fue el principio. Sellé con esa experiencia el compromiso de seguir trabajando con la gente y en la calle.

Vencer reticencias

--En su momento quizá la reacción de las personas ante la cámara no era muy amistosa.

--No sólo no era amistosa, sino francamente desconfiada. Decían: ¿y usted por qué viene?, ¿quién la manda?, ¿por qué se acerca a nosotros si nunca nos han hecho caso? Suponían que éramos `del gobierno'. Luego escuchaban Canal Once y decían, ¿qué es eso, a poco de veras ustedes son televisión? Había una serie de reticencias que era necesario vencer, pero la mayor dificultad era el propio temor de las personas a manifestarse. Tenían la idea de que si hablaban los iban a reprimir o que lo dicho iba a ser silenciado. Entonces hice un arreglo con esas mujeres maravillosas de la primera vez, y me dieron la clave. Les dije: vamos a hacer el programa, cuando termine lo vemos en el monitor, y si no les gusta, aquí lo destruimos, delante de ustedes. Pues cuando se vieron fue una experiencia maravillosa, se reconocieron, y las que no habían querido hablar se arrepintieron porque también tenían algo que decir. Plantearon una serie de problemas muy serios. Antes de eso pensábamos que el sur era maravilloso, y no lo era sino que resultó contrastante y muy conflictivo.

--En estas dos décadas es claro que hay una franca toma de conciencia por parte de la ciudadanía. A usted le tocó testimoniar ese cambio.

--Sí, soy muy afortunada. Si al principio había una resistencia de las personas por mostrarse, no sólo físicamente sino mediante sus palabras, hoy es distinto. Ahora quieren que vayamos. Llaman y dicen: ¿pues a nosotros qué nos falta, por qué no viene? Entonces voy a donde me llaman. Se hizo una especie de red de comunicación: los de un lugar les recomiendan a los de otro que me hablen para que acudamos. Y no se trata de abordar sólo problemas, también logros, vidas, historias personales. Por ejemplo, estoy invitada al cumpleaños número 100 de una señora. No voy a ir a la comida porque es en domingo y ese día tengo mis trabajos de ama de casa que no puedo dejar. Pero voy a hacerle un programa porque esa mujer es la memoria viva. Es como tener el mejor video o el mejor libro de lo que han sido 100 años en la ciudad de México. Imagínate qué privilegio. La autoridad como que se ha interesado más y las personas dialogan mejor con ella. Al principio éstas se irritaban a tal grado que yo tenía que decirles: por favor dejen de mentarle la madre al funcionario porque eso no nos sirve a nadie, ni a ustedes ni a mí, hablen con sus razones apoyadas en la realidad. Como que la autoridad se sensibilizó. El programa también ha sido un servicio para los delegados. Las delegaciones son muy complejas y hay hechos que no se verían si las personas mismas no los explicaran. No es un mérito mío, sino de los ciudadanos. Cuando plantean una problemática mediante el programa ya avanzaron la mitad del camino. Se ha visto mucha participación. Quizá hablo con excesivo entusiasmo de esto, pero es que ha sido un fenómeno tan maravilloso y tan generalizado que todavía me sorprende y me llena de alegría.

--De manera que las autoridades responsables después de que se transmite uno de sus programas, han actuado de forma real.

--Sí, van a los lugares, muchos contestan por carta o por fax, no todos, para qué te voy a mentir. O bien, cuando llegamos a una colonia nunca falta algún enviado del delegado que muy inquieto aparece con maquetas y fotografías para demostrarme que ellos ya habían pensado en el problema. Puede ser una cuestión de tiempo, pero la ciudadanía está tan angustiada que no tiene manera de esperar a que se hagan largos proyectos en numerosos escritorios donde hay muchas personas que no se ponen de acuerdo.

Individualizar a la ciudad

--En 20 años de labores caben mil programas. Algún roce habrá habido con los funcionarios en todo ese lapso.

--Casi nunca. Y cuando ha habido, he ido a verlos, a hablar con ellos, porque no he querido perder la posibilidad de hacer yo misma mis propios cuestionamientos a la autoridad. He tratado de ser lo más serena y lo más objetiva posible. Y hay algunos que se molestan, pero es absurdo que se molesten cuando les dices lo que está pasando en su delegación. Lo mismo hago, hablar, cuando alguien pone en duda mi trabajo. Por lo general he salido bien, salvo en uno o dos casos en que la situación ha sido muy áspera.

--Algo que hemos aprendido de su trabajo es que los personajes de la ciudad no lo son porque sean extraordinarios, sino porque se pone atención en ellos.

--Son personas exactamente como todas. En una calle no las verías. En el mar de seres que circulan sobre 20 de Noviembre, no se aprecian, pero si uno se detiene a mirar los ojos de alguien, siempre dicen algo. Ese es uno de los propósitos del programa, individualizar a la ciudad. Cómo vive la urbe una persona, no 20 millones porque ni siquiera me imagino la cifra. Pero sí cómo vive un hombre que hace guitarras, otro que vende limones, un niño que sobrevive de la caridad. Toda esa problemática se centra, tiene una cara, un nombre, una historia.

--Ahora que podemos hacer un parcial corte de caja, ¿diría que ha puesto particular énfasis en las mujeres?

--No fue deliberado. He querido que participen por igual hombres y mujeres, lo que ocurre es que grabo el programa en las mañanas, todos los jueves. Y en la mañana los hombres se van a trabajar. Pero debo decir que son más accesibles las mujeres, más comunicativas, porque quizá enfrentan de una manera más directa la problemática de todos los días. Son ellas las que van al mercado, las que saben cuál es el problema de la seguridad, conocen el conflicto en las escuelas, porque son quienes lo viven. Los hombres como que tienen una comunicación menos fácil. El lenguaje de las mujeres es más fluido. En un barrio la única ayuda que tiene una mujer es la vecina, por eso se comunican y hay un intercambio de voces constante y prodigioso.

--¿Es posible que después de que el programa logró la aceptación hayan querido invitarla para otra televisora?

--Alguna vez. Lo considero un privilegio. Es una historia de la que prefiero no hablar demasiado ya, porque van a decir que estoy inventando. La persona que me invitó ya no vive. Pero sucedió y me ofrecieron muy buenas condiciones de trabajo, además de la proyección a toda América Latina. Pero yo soy muy apegada a mi ciudad y a su problemática. Pensé que mi trabajo aquí puede ser necesario. No veo los problemas de fuera, los veo desde dentro porque los he vivido. El asunto del dinero y la proyección eran muy atractivos, pero pensé que el espacio y la libertad que me han brindado en Canal 11 no me lo iba a dar nadie más.

--¿No podemos conocer el nombre de quien planteó esa oportunidad ciertamente atractiva?

--Fue don Emilio Azcárraga, quien vio un programa que hice con un grupo de jóvenes, para un día del niño, en uno de los teatros que están en la zona del Auditorio Nacional. A los pocos días me llamó Azcárraga y debo decir que se lo agradezco porque tuvo tres detalles muy importantes. Primero, la generosidad de fijarse en mi trabajo y de buscarme. Segundo, de explicarme por qué me había llamado y darme a conocer lo mucho que podíamos hacer juntos. Cuando hablamos yo estaba realmente muy asustada, nunca me habían hecho una oferta tan maravillosa en todos sentidos. Ahí decidí para siempre. Me decía: es que tienes mucho tiempo libre. No, le expliqué, escribo cuentos. ¿Y quién lee tus cuentos? Pues quien sabe, le digo. Me preguntó: ¿no estás loca? A lo mejor, le digo, pero valen la pena las locuras. Me fui a mi casa para pensarlo. Me dio la razón al decirme: yo también lo pensaría, pero toma en cuenta algo, la fortuna llama nada más una vez en la vida y ahora está llamando a tu puerta. Incluso me ofreció no cambiarme la imagen. Al día siguiente llamé, pero te confieso que no me atreví a hablar directamente con él, sino con su secretario particular. Agradecí su generosidad, no la desdeñé. Al poco tiempo temí que viera como un desprecio aquello, cuando llegué hace siete años a trabajar en la XEW, pero un día que vino a las instalaciones, al encontrarme me dijo: te respeto. Y creo que eso fue por la capacidad de las personas de decir no.

--Hace radio, televisión, escribe y publica. ¿Cómo no se ha cansado?

--Porque mi trabajo me enriquece. Mi único deseo es haber servido a las personas. El programa ha dado servicio y ha funcionado para algo que me interesa muchísimo: para que algunas personas no se sintieran tan solas.