Adolfo Sánchez Rebolledo
Sindicatos a la deriva

La vida política ha cambiado más rápidamente que algunas instituciones de la sociedad civil. La revolución democrática que viene transformando a México, así sea ``lenta pero agitadamente'', todavía no ha tocado de lleno al sindicalismo. Un ejemplo: Hace unos días, luego del 1o. de Mayo, el Presidente reafirmó la ``alianza histórica'' entre el Estado y el movimiento obrero, frase vacía si las hay en la presente situación, justo cuando el gobierno se dispone a fomentar una ``nueva cultura laboral''. Que nada cambió, parece la divisa.

El gobierno asume que los sindicatos son poco menos que correas de transmisión para asegurar la disciplina económica. Los empresarios, por su parte, pugnan por la democracia con armonía social, lo cual quiere decir sin sobresaltos que pongan en riesgo las ganancias. Todos piden más y más confianza, entendida al viejo estilo de la palabra, como una garantía del poder pero no como una responsabilidad socialmente compartida. El mundo del trabajo se reduce a sus mínimas expresiones, siempre en relación directa con los tópicos de la competitividad de las empresas, al punto que la apología de una nueva cultura laboral es una pieza de la retórica importada del Primer Mundo sin conexiones precisas con la realidad nacional... Mientras tanto, a los partidos de oposición, por lo visto, les preocupa solamente el discurso general; tanto más universal cuanto más abstracto y menos comprometido en serio con los intereses particulares, así sean éstos los de millones de trabajadores. Su reino es, por esta hora, el del ciudadano y no quieren saber de otra cosa.

Pero los sindicatos, petrificados en su división eterna, tampoco logran sacar la cabeza. Hay en ellos, incluyendo a los contestatarios, un actitud defensiva que no permite concebir un proyecto de futuro. La negación de las miserias del neoliberalismo no es una alternativa si sólo se queda en el rechazo. Los sindicatos tienen que entender que para preservar las conquistas laborales y, en general, los beneficios de la política social, están obligados a pronunciarse por una profunda reforma laboral e institucional o, en su defecto, otros la harán sin su consentimiento.

Los temas sujetos a debate y revisión abundan: el empleo (ante la revolución tecnológica); la seguridad social y otros servicios; el salario mínimo y el combate a la pobreza. En fin, el papel del Estado y el mercado en la regulación de los servicios públicos, la productividad y la capacitación; la jornada laboral y el descanso, asuntos que merecen una nueva legislación pero no se resuelven con sólo aprobarla.

Las amplias demostraciones del 1o. de Mayo demuestran dos cosas: que hay descontento pero todavía no hay alternativa reconocible, a pesar de los esfuerzos de algunas agrupaciones como la UNT. Es verdad que hay una declinación del sindicalismo oficial, que ya ha cumplido su primer medio siglo, pero no al grado de ponerlo en riesgo. El sindicalismo mexicano está dividido en función del pasado, no del futuro. El gran riesgo es que los sindicatos actuales, incapaces de enfrentar con un mínimo de cohesión y claridad los cambios, acaben convirtiéndose en auténticas reliquias de la prehistoria.

Mientras tanto, el capitalismo salvaje se abre paso a través de todos ellos, sean éstos blancos, charros o independientes. No ha necesitado esperar a que la ley se reforme para adaptar los contratos colectivos de trabajo a las nuevas condiciones de la producción y el mercado. Y lo ha hecho en forma sistemática en contra de los trabajadores.

Los llamados contratos de protección resultan mucho más favorables para los inversionistas extranjeros, que la más ventajosa de las leyes patronales imaginables.

La modernización sindical supone un proyecto y eso falta.